"Hey, ¿Billie?", dice la mamá de Billie Eilish, parada en la cocina de su casa de Los Ángeles. "¿Vas a limpiar tu cuarto?".
"Sí", dice Eilish, 17 años, alargando su respuesta como si fuera obvio. Incluso desde el sofá se puede escuchar cómo revolea los ojos.
Su mamá me mira a mí. "¿Puede limpiar el cuarto mientras hablan? ¿Está bien?".
La casa de Eilish está en una calle arbolada en Highlands Park, un semisuburbio de L.A. en proceso de gentrificación. La cabaña de tres ambientes está repleta de cosas y resulta acogedora, con estantes llenos de libros y, actualmente, cinco habitantes: la mamá de Eilish; el papá de Eilish; su gata, Misha; su perro, Pepper; y la estrella pop nueva más estimulante de 2019.
El disco debut de Eilish, When We All Fall Asleep, Where Do We Go?, apareció a fines de marzo y superó los 2.000 millones de reproducciones. La semana pasada estuvo de gira en Australia, y mañana se va a un festival en el Reino Unido, y el mes que viene va a estar tocando en arenas por Estados Unidos (siempre con tickets agotados). Pero es una tarde rara para Eilish: un día en casa sin mucho que hacer. Así que hace lo que haría cualquier persona de 17 años: perder tiempo en internet mientras no limpia su cuarto.
"¿Sabías que el brócoli es una comida hecha por el hombre?", dice al aire Eilish, mirando su teléfono. "No crece de manera natural".
"Bueno, cuando yo era chica yo recolectaba brócoli", dice su mamá.
"No, no es verdad", replica Eilish. "Lo estoy viendo en Safari".
Eilish nació en diciembre de 2001: es la primera artista con un disco en la cima de los rankings nacida en este milenio. Es tan Generación Z que hace que veintipico parezca una edad de viejos. Jamás compró un CD. Dice cosas como: "Nunca voy a tener 27, eso es ser muy vieja". También es, probablemente, la única estrella pop que aún se atiende con un pediatra. ("Es raro", dice su mamá. "La sala de espera está llena de chicos de 4 años, y después está Billie Eilish").
Eilish conquistó el mundo de la música haciendo, en parte, lo que no se debe hacer. Su música es más oscura y más rara que la de la mayoría de las popstars, con un toque gótico y punk, y nada de bubblegum-pop. Para sus fans, en su mayoría chicas adolescentes, es como la estudiante más avanzada en una clase de arte que se viste y se mueve como a ellas les gustaría: con estilo, extravagancia, algo de aspecto peligroso (como dice su hit "Bad Guy": "Soy de las malas, de las que ponen triste a tu mamá... de las que quizás seducen a tu papá"). Su estilo es seminihilista y alegremente provocador, la banda de sonido perfecta para una generación que enfrenta media docena de amenazas existenciales antes de tener su primer período. Pero también es juguetona, pícara, vulnerable, alienada, melancólica; en otras palabras, adolescente.
A diferencia de generaciones anteriores de ídolos teen –sean estrellas de Nickelodeon o diseños de Simon Cowell–, Eilish llegó a donde está de manera más o menos orgánica. Hace cuatro años, subió a SoundCloud una balada maravillosa, "Ocean Eyes", cantada por ella y compuesta y producida por su hermano mayor Finneas. La canción estaba destinada a la profesora de baile de Eilish, que había pedido una canción para una coreografía. Pero cuando se viralizó de un día para el otro, aparecieron los llamados de la industria. Antes de que saliera su disco, ya tenía mil millones de escuchas en Spotify.
Pero a Eilish eso no la impresionó. El primer sonido de su disco es el de un sorbido de ella sacándose la ortodoncia invisible, y esa clase de autenticidad despreocupada resume su estilo. Su música –que todavía hacen dos hermanos en sus habitaciones– se destaca en un universo pop en el que todo lo hacen los mismos siete u ocho profesionales, y su falta de pretensiones y su desprecio por las pavadas deben tener mucho que ver con su éxito. "Muchas veces tenemos que recordarle a Billie por qué algo es importante", dice su mamá. Su papá –quien dice que Eilish no tiene "ninguna tolerancia por la gente que no le interesa, y no le importa si le caés bien"– recuerda un día reciente en que un grupo de ejecutivos de su sello le dio una placa. "Otro artista se habría sentido halagado de recibir un disco de oro a su nombre", dice. "Pero la respuesta de Billie fue: ‘¿Qué mierda voy a hacer con una placa?’".
En fotos, Eilish rara vez sonríe, pero en persona es graciosa, torpe y divertidamente dramática. Hace muy buenas caras, e incluso cuando está en modo pendenciera tiene un toque de ironía. Su pelo, muchas veces azul, hoy está teñido de marrón oscuro, y su estilo callejero –buzo con capucha, shorts de básquet, zapatillas Air Jordan– es andrógino y de talles grandes. Tiene los dedos adornados con anillos de plata ("en los aeropuertos es un grano en el culo", dice su manager de giras), y las uñas terminan en unos temibles acrílicos de cinco centímetros que parecen garras de dragón. "Se suponía que eran color piel, pero se están poniendo rosas, y lo odio", dice Eilish. "Traté de volver a pintarlas, pero no sé qué mierda estoy haciendo".
Este año, la fama de Eilish saltó de manera exponencial, y ella sigue tratando de entenderlo todo. Es una curva de aprendizaje pronunciada. Le empezaron a salir sarpullidos, y un médico le dijo que era el modo que tenía su cuerpo de decirle que debía descansar. También se filtró en internet la dirección de su casa, y un día aparecieron tres fans, incluyendo un tipo bizarro más grande que había manejado desde San Diego. "Fue traumático", dice Eilish. "Ya no me siento segura en mi casa, lo cual es terrible".
Esta tarde, la familia está haciendo nerviosamente las valijas, preparándose para un mes de gira. Su papá corre al depósito para agarrar el monopatín eléctrico de Eilish, mientras la mamá lava la ropa y le prepara el almuerzo, antes de hacer la valija de Eilish. Aparece con un parlante Bluetooth. "Tesoro, ¿vas a llevar esto?".
"No", dice Eilish. "Llevo la mochila". (Tiene una mochila con parlantes incorporados).
"Bueno, ¿querés este por las dudas?".
"No", dice Eilish otra vez.
"¿Estás 100% segura?".
Eilish suspira. "Si querés llevalo", dice. "Pero no lo necesito".
"OK", dice la mamá, "entonces lo llevo, ¿no?".
Para ser francos, Eilish no está especialmente contenta con esta gira; la está sufriendo. A los 17 años, ya prácticamente no tiene ninguna libertad en el mundo. Odia estar lejos de sus amistades por tanto tiempo: sabe que, cuando vuelva, todos van a vestirse diferente y tener nuevos chistes internos. "Me molesta", dice. "Tengo algo fantástico frente a mí, y no quiero odiarlo. Y no lo odio. Pero odio algunas partes".
***
El cerebro de Eilish siempre funcionó de manera un poco diferente. Cuando era chica, le diagnosticaron síndrome de Tourette, que en ella se manifiesta en tics apenas perceptibles: una hinchazón leve en el ojo, un sacudón de la cabeza hacia un lado. En general, logra superarlos, aunque algunas cosas parecen ocasionarle los ataques (por ejemplo, la matemática). También experimenta sinestesia, el cruce de cables neurosensoriales por el cual se mezclan los sentidos. "Cada persona que conozco tiene su color, forma y número en mi cabeza", dice. Finneas, por ejemplo, es un triángulo naranja (aunque el nombre Finneas es verde oscuro). Su canción "Bad Guy" es "amarilla, pero también roja", dice. "Y el número es 7. Es cálida, como un horno. Y huele a galletitas".
Eilish en realidad es su segundo nombre. Antes de nacer, sus padres, Maggie Baird y Patrick O’Connell, vieron un documental sobre las siamesas Katie y Eilish Holton, y decidieron que si alguna vez tenían una hija le iban a poner Eilish. Pero cuando Maggie quedó embarazada, su padre, Bill, falleció, así que en su lugar le pusieron Billie. A Eilish nunca le gustó su verdadero apellido. "Suena como si una cabra fuera una persona", dice. "Billie Goat O’Connell".
Eilish era una chica sensible con una grave angustia de separación. Durmió en el cuarto de sus padres hasta los 10 años. Su papá dice que hasta los 12, alguno de los dos tenía que estar con ella literalmente todo el día. Maggie y Patrick, actores en general "desempleados" (el término es de él) que pusieron una pausa en sus carreras para educar a sus hijos en casa, no tenían plan de estudios formal. En su lugar, dejaban que Billie y Finneas, que cumplió 22, exploraran lo que les interesara esa semana: clases de arte, museos, programas de ciencia. "Nuestra idea era: el conocimiento general es todo", dice su papá. "Tenés que saber por qué el cielo es azul, pero no necesitás memorizarte un montón de cosas que jamás vas a usar" (Eilish aprobó su examen de equivalencia del secundario a los 15).
Eilish probó un par de veces con la actuación, pero no despegó. "Fui como a dos castings", dice. "Horribles. Una sala bizarra y fría. Chicas todas iguales. La mayoría de los actores infantiles son psicópatas".
La música siempre estuvo ahí. La familia tenía tres pianos en la casa, incluyendo uno viejo de cola que Patrick consiguió gratis en internet. Maggie tocaba la guitarra y les enseñó a ambos hijos conceptos básicos de composición. "Teníamos una regla: no te podían mandar a la cama si estabas tocando música", dice Maggie.
Si lo que buscaban era crear una incubadora de prodigios musicales, funcionó. Finneas pidió su primera batería para Navidad cuando tenía 3 años, y aprendió piano él solo a los 11. En cuanto a Eilish, compuso su primera canción en el ukelele a los 4, empezó a tocar en shows de talentos musicales a los 6, y a los 8 ingresó en el L.A. Children’s Chorus. A medida que crecían, Finneas y ella empezaron a componer juntos, y finalmente grabaron sus canciones en una iMac para la que Finneas –un ex actor infantil que tuvo pequeños roles en Modern Family y Glee– había ahorrado. Cuando Eilish firmó su contrato discográfico, el sello trató de trasladarla a un estudio de verdad, para que allí colaborara con productores y compositores más experimentados. La idea no la volvió loca.
"Lo odié", dice. "Eran todos tipos de cincuenta y pico que habían compuesto sus viejos ‘¡Grandes éxitos!’, pero que son horribles. Yo pensaba: ‘Ugh, hiciste esto hace cien años’. Además, nadie me escuchaba, porque yo tenía 14 años y era mujer. Habíamos hecho ‘Ocean Eyes’ sin que se involucrara nadie. ¿Por qué hacer esto ahora?".
Cuando llegó el momento de grabar su disco, Eilish se atuvo a la fórmula que conocía. Finneas y ella compusieron 11 de las 13 canciones, y él compuso las otras dos solo, y las produjo todas. Trabajaban de a ratos, durante 45 minutos, o bien toda la noche, en la habitación de alguno de los dos. Eilish grabó sus voces en la cama de Finneas, cantándole al micrófono rodeada de almohadones de flores. Tenían un cuadro con el progreso del trabajo en la pared, en la misma pared en la que marcaban sus alturas de chicos.
En términos de sonido, la música de Eilish es omnívora: temas confesionales post-Lorde, pop rebotín estilo Benny Blanco, beats de trap de 808 y fricciones onda el Kanye de Yeezus. Vocalmente, remite a alguien entre Lana Del Rey y el primer Eminem, con sus raps huidizos y cantarines que dejan lugar a baladas hermosas y suspiradas sobre graves minimalistas. "Billie tiene un rango vocal muy específico, entre un suspiro y un tarareo", dice Finneas. "Si tocás muchos instrumentos en ese rango, su voz se pone nebulosa; pero un bajo, un bombo o redoblantes duros pueden coexistir sin ningún conflicto".
Hace un par de meses, Finneas se compró una casa a solo cuatro minutos, pero su estudio sigue acá. "Si mis padres me dijeran: ‘Necesitamos el cuarto, sacá tus cosas’, yo les diría: ‘Entiendo, ¡ya tengo casa!’", dice. "Pero su argumento es: ‘Si Billie vive en casa y quiere seguir haciendo música con vos, queremos que puedan hacerlo acá’".
***
Mientras está en casa, Eilish quiere tener un caballo a mano.
Hay un establo cerca donde aprendió a montar cuando era chica. La familia no podía pagarlo, así que ella trabajaba ahí a cambio de clases; les ponía la brida y los cepillaba. Pero hace un par de años dejó de ir porque "no aguantaba ser la chica pobre del establo". "Me hice un par de amigos. Pero fuera de ellos, nadie era muy amable. A la gente de los caballos no le gusta la gente pobre".
Pero ahora que tiene algo de dinero, ella quiere poder acceder a un caballo mientras está en casa. "Es más algo de salud mental que un hobby o algo así", dice.
Afuera tiene estacionado su auto nuevo: un Dodge Challenger negro mate que apodó el Dragón. "Mirá qué buen culo tiene", dice. "Me encanta este auto". Es el auto de sus sueños desde los 13 años, y fue el regalo de su sello cuando cumplió 17. Pero hasta hace cinco días, no la dejaban manejarlo sin uno de sus padres. El viernes aprobó su examen de manejo; hoy es miércoles. "Mirá", dice Eilish. Abre la billetera y me muestra con orgullo su registro. (Nombre: Billie Eilish O’Connell. Ojos: Azul. Cabello: Otro).
En la puerta del establo, el dueño saluda a Eilish con un abrazo. Se van adentro y charlan de sus opciones. El dueño dice que puede hacer algo llamado "medio alquiler", que le daría acceso a un caballo cada vez que quisiera. El costo sería de 1.000 dólares por mes. "Nosotros no podemos pagar eso", dice su mamá. "Pero ella sí".
Después, Eilish cruza el establo para visitar a los caballos. Se acuerda de la mayoría: Rosie, Clover, Frenchie, Captain America, los ponis Jellybean y Tinkerbell. Los acaricia a todos, dejando que le huelan la cabeza. Finalmente, llega a una yegua negra maravillosa llamada Jackie O, y Eilish prácticamente se embelesa.
"Yo estaba literalmente enamorada de esta yegua", dice. Un tiempo tomó clases con ella –"pero después una chica con más plata quería andar en ella", y tenía prioridad–. Eilish se puso tan triste que dejó de andar. No podía aguantar ver a otra persona sobre Jackie O. "Pero incluso cuando ya no andaba", dice, "venía acá para estar con ella". Eilish abraza el cuello de Jackie O y sonríe. La yegua también parece recordarla.
En casa, Eilish se sienta en el sofá y mira por la ventana, mientras Maggie le hace un té. "Mamá", dice, "¿me pasás el cuaderno?". La mamá se lo trae, y Eilish lo abre para mostrarme. "Durante un tiempo, yo escribía en este libro absolutamente todo lo que pensaba y sentía", dice. "Hace un tiempo que no hago nada con él, porque estuve escondiendo mis emociones".
Eilish hojea páginas de dibujos y bocetos: ilusiones ópticas, arañas, The Babadook. Hay una criatura espeluznante con la que a veces sueña, una mezcla entre una serpiente y el xenoformo de Alien ("es cómo me imagino que soy, en mi cabeza", dice). Pero la mayor parte del cuaderno está llena de palabras: fragmentos de sus raps preferidos, bocetos de letras para canciones que nunca grabó, las letras de otras que sí grabó. Además, dice ella, "mucha mierda estúpida de una chica de 14". (En una página: "Vos sí que sabés cómo hacerme llorar". En otra: "Tan solo quiero abrazarte", y la palabra "abrazarte" tachada y reemplazada por "cogerte").
Eilish pasa a otra página. "Y esta página... ¡uf! Acá estoy deprimida", dice. "Asustada, rota, y sola", dice. Y: "Estoy triste otra vez". "Sí", dice Eilish. "Acá estaba... no muy bien".
Eilish dice que todo empezó con una lesión de baile cuando tenía 13. Llevaba años bailando seriamente, en una zona más adinerada de la ciudad: ballet, tap, jazz, hip-hop. Cuando tenía 12 años, ingresó en una compañía de baile competitiva. Eran todas "chicas muy lindas" que iban al mismo colegio, y eran todas amigas. "Ahí probablemente fue cuando más insegura me sentí", dice. "No podía hablar y ser normal. En danza, usás ropa muy chica. Esa probablemente fue la cima de mi dismorfia corporal".
Luego vino la catástrofe. "Básicamente, antes de los 16, los cartílagos de tu cadera no están firmes todavía", dice. "Siguen creciendo. Yo estaba en una clase de hip-hop con la gente más avanzada". Ya era propensa a las lesiones y un día se rompió la placa epifisaria de la cadera.
La lesión fue devastadora. Tuvo que dejar la danza por completo. "Ahí fue cuando empezó la depresión", dice. "Me caí por un agujero. Pasé por una fase de lastimarme a mí misma; no entremos en eso, pero para hacerla corta era como que yo sentía que merecía estar mal. No estaba para nada bien con la que era".
Irónicamente, también fue cuando empezó a despegar su carrera. "Es gracioso", dice. "Cuando los demás piensan en Billie Eilish a los 14, piensan en todas las cosas buenas que pasaron. Pero yo en lo único que puedo pensar es en lo mal que estaba. Estaba completamente angustiada y confundida. Entre los 13 y los 16 fue una época difícil".
Finalmente mejoró. "Hace tiempo que no estoy deprimida, lo cual es bueno", dice. "Los 17 probablemente fueron el mejor año de mi vida. Me gustaron los 17". Pero la tristeza sigue ahí. "A veces veo chicas en mis recitales con cicatrices en los brazos, y me rompe el corazón", dice. "Yo ya no tengo cicatrices porque fue hace mucho tiempo. Pero a muchas de ellas les dije: ‘Tratate bien’. Porque yo lo sé. Yo estuve ahí".
***
Y después, así nomás, Eilish está de gira.
Empieza en San Francisco, visita el noroeste del Pacífico, y finalmente llega a Utah, donde me encuentro con ella en un lugar llamado The Great Saltair, en la orilla del Great Salt Lake. Corretea por las salinas vestida de pies a cabeza de verde neón: remera verde neón, shorts verdes neón, zapatillas verdes neón, y un pasamontañas verde neón estilo Spring Breakers. Llega a la prueba de sonido, y luego recluta a su papá y Finneas y un par de tipos del equipo para jugar al frisbee en el pasto, lo cual rápidamente se transforma en una fiesta de baile de hip-hop. Se mete adentro para relajarse y se come un burrito vegano libre de gluten (Eilish es vegetariana de toda la vida, y jamás comió carne, aunque una vez se tragó por accidente una hormiga en un vaso de leche de soja). Se hidrata con agua con gas, porque a su mamá no le gusta que tome gaseosas. Nada que ver con los Stones en el 72.
Un par de horas después, hay docenas de fans amuchados en el backstage para un breve encuentro. Casi todas las chicas son adolescentes o preadolescentes, junto con sus padres. Hay varias vestidas como mini Billies con neón de alta visibilidad y el pelo multicolor. Hay muchas risitas nerviosas y mangas estiradas; algunas de ellas lloran. Cuando llegan al primer lugar, les dan el teléfono a Maggie y ella las filma mientras Eilish les da un abrazo grande y les dedica algún elogio: "¡Sos muy linda!", "¡Tu pelo es fuego!", "¡Estás más linda que la mierda!". Cuando se van, Eilish les dice que las ama y que se cuiden.
El secreto mejor guardado de Eilish es que, más allá de sus alardes de maldad y de seducir a tu papá, ella en realidad es... una chica muy buena. No toma alcohol, jamás probó las drogas, y su canción "xanny" trata sobre lo mal que piensa de las pastillas. Es cierto, insulta como si estuviera en un casting de Veep, pero su disco no tiene una sola mala palabra. Finneas dice que es a propósito. Ella es una antiheroína a la que se puede escuchar en el auto con mamá y papá.
El manager de giras de Eilish, Brian Marquis, es un veterano de la escena hardcore que trabajaba como productor del Warped Tour. La música de Eilish le recuerda a algunas de las bandas que más le gustaban en los 90: Portishead, Nine Inch Nails, Marilyn Manson. Para él, salir de gira con ella es especialmente lindo porque muchos de los íconos de la Generación X ahora tienen hijos en la edad como para ser fans de Billie Eilish, y muchas veces pasaron por el backstage para quedar como héroes con sus hijos por una noche. Dave Grohl. Billie Joe Armstrong. Thom Yorke. "Yorke fue un poco difícil", dice Marquis. "Es como te lo imaginás: un cascarrabias, perturbado". Marquis dice que Yorke se le acercó a Eilish y farfulló, casi malhumorado: "Sos la única que está haciendo algo jodidamente interesante en estos días". La respuesta de Eilish fue: "¿Gracias?". (Finneas dijo después: "Eso es lo más cool que jamás te hayan dicho").
Estamos muy lejos de la primera gira de Eilish, hace dos años, en la que eran seis personas en una van, con Patrick haciendo las luces y turnándose con Marquis para manejar. El presupuesto de hotel era de 100 dólares por noche. Eilish, sus padres, y Finneas en general compartían un cuarto, y en general una sola cama. "Era divertido, más o menos", dice Patrick. "Era miserable", dice Eilish.
Pero incluso ahora que tienen cuatro buses y un equipo de 27, sigue siendo un asunto de familia. Patrick –que alternaba la actuación con un trabajo en la carpintería de Mattel– es un hombre funcional, y usa su talento de carpintero para hacer lo que sea. Y Maggie es la matrona de la gira, además de la madre de Eilish: reparte mangos deshidratados al equipo y es la presencia cálida y contenedora. Pero sobre todo, es la guardiana psicológica de Eilish, un filtro. "Yo entiendo mejor que nadie cómo las cosas afectan su humor", dice Maggie, "cómo no arruinarle el día". Tanto Patrick como Maggie cobran un salario. No es mucho: lo suficiente como para no caer en bancarrota por no hacer ningún otro trabajo durante meses. Pero ninguno gana comisión por el éxito de Eilish.
A veces se preocupan por ella. Claro que se preocupan. "Cuando empezó, mi mayor miedo era que la explotaran y la descartaran rápido", dice Maggie. Por suerte, eso no pasó, pero Patrick dice que mantienen la guardia alta. "Le arrancaron sus años de adolescencia", dice. "A los 14 ya estaba viajando por todo el país, era muy chica. Así que, si bien todo esto ha sido maravilloso, tratamos de poner una barrera entre Billie y la industria voraz".
En un momento, Eilish y yo nos sentamos a hablar en su camarín. Ella dice que cuando nos encontramos en su casa, estaba pasándola peor de lo que parecía. "Ahora estoy bien", dice. "Pero esa fue una de las semanas más difíciles de mi vida. Nunca me sentí tan desesperada".
Dice que no era de sufrir angustia ni ataques de pánico. "Pero esa semana tuve ataques de pánico todas las noches. Lloraba dos horas todas las noches. Estaba muy, muy mal".
Eilish dice que todo era por la gira. "No podía aceptar el hecho de tener que salir de nuevo", dice. "Me sentía como en un limbo interminable. Como si no hubiera un final a la vista. Y es cierto: no hay un final a la vista con las giras". Tiene shows por todo el mundo hasta bien entrado el año que viene. "Pensar en eso me hacía vomitar, literalmente", dice. "Y yo no soy de vomitar, pero vomité dos veces, por la angustia".
Eilish dice que muchas veces tiene esa sensación antes de las giras. "Pero nunca había sido tan malo. Hubo un momento en el que estaba sentada en el piso del baño –esto suena deprimente, y lo era–, estaba sentada en el piso del baño, tratando de pensar en algo que me alegrara. Y no podía pensar en nada. Pensé mucho. ‘Tiene que haber algo’. Pero no había nada".
También le daba miedo estar sola. "Cada vez que estaba sola, me quebraba. Llegué a un punto en que una amiga me dijo: ‘Me voy a casa, chau’, y sentí algo en el estómago, como si me clavaran un cuchillo". Comenta su historia de lastimarse. "No confío en mí cuando estoy sola".
Eilish sabía que tenía que mejorar antes de salir. El año pasado probó con un terapeuta un par de veces y le pareció más o menos, pero se obligó a ir otra vez. "No me gusta recibir consejos, porque igual no los voy a aceptar", dice. "A mí me gusta que me escuchen".
De a poco empezó a sentirse mejor. Ayudaron otras cosas: estuvo con amigas, manejó el Dragón, montó a Jackie O. "Es gracioso", dice sin reírse. "Fue literalmente solo una semana, pero fue tan intenso que se siente como todo un año de mi vida. Fue una semana absolutamente azarosa de una miseria explosiva".
Pero, para su sorpresa, hasta ahora está disfrutando de la gira. "Los shows fueron buenísimos", dice. "Trajimos los monopatines así que estamos andando en monopatín. Jugamos al Ultimate Frisbee y les rompí el culo a todos. Así que, sí, estuve bastante feliz".
Eilish también sabe lo afortunada que es. "Tengo un trabajo genial, man. En serio. Las cosas que logro en mi carrera son increíbles. Como toda esta mierda, bro. ¿Podés creer que es en serio?". Saca el teléfono y me muestra una foto del público en el show de Portland: 20.000 fans gritando. "¿Me estás cargando? ¿Esto es lo que yo hago? ¡Dale, bro! Me encanta. Y la fama está bastante bien. Si puedo ponerme en un personaje más arrogante, esta mierda es maravillosa. Ir a todos lados y que te miren, porque todos saben quién sos. ¡Es una locura! No me puedo quejar". Sonríe. "Pero me quejo igual".
Cuando termina ese show, Eilish se aleja un par de minutos para estar sola y tomar agua. Después pasa un rato eligiendo su ropa para el día siguiente. Finalmente se va al bus, donde se tira en la cama con Patrick y debate qué fotos postear en Instagram. Alrededor de las 2, el bus empieza a andar, y se enciende la familia.
Pero en medio de la noche, Eilish se despierta y se pasa a la cama de Maggie. "¿Mamá?", le suspira en la oscuridad. "Tuve una pesadilla. ¿Podés dormir conmigo?"
***
La mañana siguiente, todo el mundo se despierta algo cansado. El show de hoy es en Red Rocks, el anfiteatro legendario de las afueras de Denver, y está nublado y hace frío. Eilish se mete en el Green Room y se calienta un burrito en el microondas, después se tira en una silla de masajes, un poco mareada por un dolor de cabeza. Patrick piensa que es por la altura; Maggie sale a buscar una aspirina.
Alguien le trae a Eilish un tanque de oxígeno, y ella se sostiene la máscara contra la cara. Entra Marquis y le dice que parece una señora vieja, y ella se ríe. Después le dice que hay anunciada una tormenta para esa noche, y Eilish se anima. "¿En serio?", dice. "Ojalá llueva".
Vino Zoe, una de sus mejores amigas. Viajó esta mañana desde L.A. Eilish y Zoe son inseparables desde que se conocieron en el parque cuando eran bebés. Zoe estará acá durante tres semanas, el resto de la gira por el país. Dice que su trabajo es estar con Eilish y hacer que se sienta bien. "Soy como su perro terapéutico", bromea. "Su humano de apoyo emocional".
Eilish y Zoe pasan un par de horas en los monopatines y jugando al UNO. Después se le cumple el deseo a Eilish. Hay rayos y vientos peligrosos; tienen que evacuar el lugar. Al momento del show, viene lloviendo desde hace horas.
Eilish se sube al escenario con un buzo blanco con capucha, shorts de gimnasia blancos y zapatillas Air Jordan blancas, con las mejillas rojas como una manzana por el viento frío. Parece una Blancanieves obsesionada con la moda. Abre con "Bad Guy" y el público grita toda la letra tan fuerte que no podés escuchar a Eilish. Es uno de los públicos más bulliciosos que jamás haya escuchado en un recital. Hasta que llega el estribillo, y cantan el doble de fuerte.
Eilish salta por un escenario resbaladizo por la lluvia, y Patrick corretea detrás para pasarles el trapo a las partes mojadas. Durante una canción, se resbala y casi se rompe el cuello; después se ríe y sigue bailando. La lluvia se intensifica y cada vez más miembros del equipo secan el piso con trapos y toallas, pero es una tarea titánica. Finalmente Eilish abandona el escenario y se pasa a un espacio pequeño a un par de metros del público. Los chicos se vuelven locos, y a ella también le encanta. "Red Rocks, ¡vean esto!", dice, antes de hacer un baile de caminata lunar por todo el escenario. Después estalla de la risa y cita un Vine de hace un par de años. "¡Soy una perra mala, no me pueden matar!".
Quizás sea el clima, o el público, pero la onda del lugar es mágica. Eilish también lo siente. Cerca del final del show, se pone sincera. "Quiero agradecerles", dice. "Esta fue una de las experiencias más lindas que jamás haya tenido. Quiero llorar, pero es tonto. Voy a llorar después".
Al finalizar el show, el camarín está lleno de personas que viajaron desde L.A. Mientras chusmean y hablan de negocios, Eilish y Zoe corretean y ríen, juegan al frisbee con tortillas libres de gluten. Desaparecen en el baño, cantando mientras Eilish se ducha. De a poco la gente se va y solo quedan Eilish, su mamá, y Zoe.
Las chicas se cuentan chismes y recuerdan cosas. Después se sientan juntas en una silla reclinable, acurrucadas como gatitos, y scrollean el Instagram en silencio, mientras Maggie, sonriendo, se sienta a sus pies, haciendo la valija de Eilish para otro día de gira.
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