Bill Orcutt: el cielo y el infierno caben en una guitarra
Sala: Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín. Viernes 17 de noviembre ,Bill orcutt en el ciclo ruido. Nuestra opinión: muy buena.
Bill Orcutt llega al escenario del Centro Cultural San Martín por el sendero de las butacas. El ex Harry Pussy, pionero del punk blues a altos decibeles, sube con su guitarra y un buzo con capucha. Ajusta el parlante desde el que aturdirá al público y luego dice: "¿Por qué están tan callados?". De golpe, la gente reacciona; están frente a un auténtico hombre lobo americano y gritan, aplauden, y entonces el barbado hombre lobo responde a su manera: "Oh, shut up!".
El show debut de Bill Orcutt en Buenos Aires, el segundo de los tres conciertos planeados por el ciclo Ruido, fue como debía ser, breve pero demasiado intenso. Orcutt se sentó en una silla con su Fender Telecaster de cuatro cuerdas para repasar su set de standards. Y a ponerse algodón en los oídos.
En el primer set, luminosos acordes mayores se fueron distorsionando y subiendo de volumen; de pronto, se hizo sentir un blues y las escalas resultaron hirientes, un serrucho para la audición. Orcutt buscó acordes deformes en el diapasón y de allí brotaron aires de flamenco lunar, esquizoide. Parecía mentira que debajo de todo eso hubiera un blues, a las escondidas. El segundo set tuvo un arranque lírico y folk, pero pronto hubo un ataque de cuerdas graves similar al de una locomotora. Pese al caudal de volumen y distorsión, al que paulatinamente lo oídos se fueron habituando, no se perdía la melodía que yacía en el fondo. Luego, poseso, endemoniado, desangró el riff en escalas salvajes hasta terminar la canción con un "that's it".
La segunda parte del show incluyó dos covers de temas tradicionales. El primero fue "White Christmas" y la melodía, retorcida entre vibratos, era apenas reconocible. Orcutt hizo una mueca de Papá Noel de ultratumba mientras probó los más deformes ligados de notas. Para el segundo tema tradicional, "Star Spangled Banner", el guitarrista redujo su campo de acción con un transportador en el diapasón. Empezó con arpegios líricos, dignos de Bill Frisell, y circularon por la imaginación praderas y rieles, al instante incendiados por rasguidos virulentos, corrosivos, que recordaron a Robert Fripp en el primer King Crimson. La mano derecha de Orcutt se deshacía en velocidad hasta que activó un solo de heavy metal que envidiaría el propio diablo. Orcutt movió la guitarra de diversas formas, para encontrar toda una gama de vibratos, y al final, exhausto, cerró con un simple "Ok". El tema final tuvo un arranque furibundo, hasta que se armó una bola compacta, sin espacio entre las notas, que se elevaban, imperiosas, cuando el guitarrista volvió a desangrarse en una avalancha de escalas y ligados. Con los acordes finales, Orcutt gritó como un Cheyenne, levantó su guitarra, la sacudió y la arrojó fuera del escenario, en una suerte de rictus chamánico.
Bill Orcutt es un guitarrista distinto. Arpegios infernales que transforman el blues rural en un pantano electrificado.
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