Bilardo, el doctor del fútbol: el personaje que gritó campeón con métodos extravagantes
La miniserie de HBO Max muestra el enfrentamiento con Menotti, su paso por Sevilla y su “ganar a cualquier precio”; la ausencia de la figura de Pasarella
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Antes de “la grieta” hubo otra grieta, no menos tajante y exhaustiva: la que dividía a los futboleros en menottistas y bilardistas. Menotti y Bilardo fueron los técnicos de las selecciones argentinas que disputaron los mundiales entre 1978 y 1990. Ambos fueron campeones del mundo y Bilardo le sumó a ese logro un subcampeonato. Antes de esas dos gestiones el combinado que representaba al país era visto como un equipo menor, poco serio, que no generaba esperanzas deportivas. Primero Menotti y luego Bilardo lograron imponer la idea de que el seleccionado era prioridad en el mundo futbolístico y lo profesionalizaron hasta convertirlo en una marca de relieve mundial.
Hasta ahí las coincidencias, luego las infinitas diferencias. Algunas de índole futbolístico, como el “ganar a cualquier precio” bilardiano contra el “morir con la nuestra” del menottismo, dos lemas más cargados de retórica que de sentido. Crecientemente lo que se fue perfilando fue otra cosa: más que de filosofías se trataba de dos personajes, ambos imbuidos de un halo cultural distinto y enfrentado, mutuamente excluyente.
La miniserie documental Bilardo, el doctor del fútbol, presentada en la plataforma HBO Max, termina de emplazar al técnico como un personaje que sobrepasa los límites de su actividad. Como señala el periodista Andrés Burgo, testimoniante en el documental, el triunfo del bilardismo en las nuevas generaciones tiene poco que ver con el fútbol sino más bien con sus respectivas apariciones públicas. Bilardo se fue convirtiendo crecientemente en un personaje estrafalario y gracioso, que concitaba un consumo que poca relación tiene con ver un determinado tipo de juego. Menotti, en cambio, ha estado mucho menos expuesto, dejando como imagen su aire taciturno y malhumorado. Sus marcas más relevantes, la apelación a una tradición futbolística no siempre verificable y el aire de superioridad moral del progresismo, quizás estén por comenzar a pasar de moda.
Bilardo, el doctor del fútbol recorre con profesionalismo las múltiples caras de ese controvertido personaje, incluyendo las más oscuras y desagradables. Cuenta con grandes personajes entre los testimoniantes y delinea a una personalidad desbordante, que claramente ha provocado un efecto indeleble entre todas aquellas personas que han estado cercanos a él.
En primer lugar, Gloria, la esposa de Bilardo, y Daniela, su hija, aportan no sólo un archivo de imágenes familiares riquísimo sino sus propios testimonios, frescos y graciosos. Gloria es una mujer tranquila y comprensiva, que eligió resignadamente compartir su vida con una persona neurótica y obsesionada por el trabajo de una manera fuera de lo común. Daniela es la autorizada para quejarse de su ausencia como padre, pero lo hace con gracia e inteligencia. Cada vez que aparece la pantalla se ilumina de una manera que uno no asocia con la imagen de su padre. Ambas mujeres complementan el perfil de Bilardo de una manera totalmente inesperada, confirmando con las desopilantes anécdotas que cuentan su personalidad enfermiza, pero, al mismo tiempo, poniendo en duda esa locura con su estilo relajado y luminoso. Algo bueno debe haber tenido el Doctor si estas dos mujeres encantadoras se acomodaron a sus eternas extravagancias.
El segundo grupo humano que brilla en la miniserie es el compuesto por los muchachos que ganaron el mundial de 1986. Ruggeri, Olarticoechea, Pumpido y Giusti aportan, cada cual, su simpatía y precisión en las anécdotas, muchas de ellas hilarantes. Tanto ellos como otros futbolistas que representan otras etapas en la carrera de Bilardo como jugador y técnico dan lugar a un componente esencial de la miniserie y es la capacidad infinita del fútbol como generador de historias e imágenes épicas, con un contenido emocional muy grande.
Una de esas historias es indudablemente la del mundial de México de 1986, contada mil veces y todavía eficaz. Como sucede pocas veces en la historia de las selecciones, la de Argentina alcanzó el punto de maduración exacto al comenzar el torneo y no lo abandonó hasta conquistarlo. Antes y después, incluyendo el mundial de Italia en 1990, fue un equipo desorientado, torpe y sin gracia. Las razones del milagro van a ser discutidas hasta el fin de los tiempos, pero lo cierto es que el logro está ahí y ese grupo de futbolistas cuestionados por el ambiente futbolístico se convirtió en un equipo sólido y eficaz, que ganó el campeonato con una legitimidad incuestionable. En el camino de ese logro generó algunas de las postales más memorables de la historia del futbol, protagonizadas por un actor central de la miniserie: Diego Armando Maradona.
Más allá de la discusión de si Bilardo tenía todo calculado para llegar con el equipo consolidado en el mundial o si los imponderables jugaron más fuerte, lo cierto es que nadie puede discutir que acertó con la idea de convertir a Maradona en el centro del equipo desde la decisión de nombrarlo capitán. Lo que la película elude contar (y es una de las escasas omisiones fuertes que tiene) es que para eso había que desplazar al anterior capitán, el extraordinario defensor Daniel Pasarella. El capitán de los equipos de Menotti era parte del plantel, pero no jugó en todo el campeonato por una misteriosa intoxicación que nadie más sufrió. Bilardo, doctor del fútbol no solo omite este episodio sino la figura misma de Pasarella.
El lado oscuro de Bilardo está mostrado, sin embargo, en otros episodios de su carrera, francamente inadmisibles: los alfileres con que molestaba a sus rivales durante los partidos, el trabajo psicológico para desconcentrarlos, el bidón con agua contaminada en el partido contra Brasil de 1990 y el famoso “¡Pisalo, pisalo!” durante su estadía en Sevilla. Esta fase de su trabajo en España, luego del mundial de Italia en 1990 amerita un párrafo que ilumina sobre la pregnancia de su carisma y la oscuridad que despliega.
El profesor Signorini, entrenador personal de Maradona y acérrimo menottista, dice en la miniserie: “Si no sos feliz en Sevilla, tenés que ir al psicólogo”. Se refiere a la experiencia de Bilardo en esa ciudad en 1992. Lo curioso es que mientras se dice que allí el Narigón fue feliz, lo que se muestra es algo distinto. Bilardo, como hizo antes con la selección, profesionalizó el fútbol del club sevillano y generó una mística. En términos bilardistas, la experiencia no fue exitosa: el club ni siquiera logró clasificar a las copas y la relación con Maradona quedó muy deteriorada. Sin embargo, los sevillistas no solo lo recuerdan y le agradecen, sino que se aferran a la anécdota más famosa de aquella estadía. En un partido, Maradona choca con un rival, que queda en el piso. Bilardo manda al médico a que atienda a Maradona, que no tenía nada, para que el árbitro interprete que fue un choque y no lo amoneste. Sin embargo, Maradona se recupera y se pone de pie con lo cual el médico atiende al jugador rival. Cuando vuelve, un Bilardo desencajado le grita al médico que al adversario no hay que atenderlo ni darle ayuda y grita: “¡Pisalo, pisalo!”. Esa deslealtad y la falta de espíritu deportivo, de todas maneras, se convierte en comedia y al tiempo, la tribuna toma el imperativo como un grito de guerra. Hasta hoy existe una Peña Sevillista “Písalo”, que según sus miembros representa la pasión del sevillano. O sea que el espíritu de la ciudad pasó de la felicidad despreocupada a la exacerbación de la idea de vencer. Bilardo lo hizo.
En Sevilla, como en tantas otras veces, se pone de manifiesto la relación entrañable y conflictiva entre Bilardo y Maradona. Una relación de padre e hijo que tiene varios capítulos y que revela la adoración que el técnico tenía con el jugador y ese amor receloso y desconfiado que tuvo Maradona con toda la gente que lo quiso bien. Luego de su experiencia fallida como seleccionador en el Mundial de Sudáfrica en 2010, Maradona, como hizo con Coppola, Claudia y tantas otras personas entrañables, lo acusó de traidor algo, que para Bilardo fue lo más parecido que tuvo al dolor de un padre desairado por un hijo.
Con el fabuloso material que dispone y con la inteligencia de su organización y disposición estética, la miniserie construye un personaje con Carlos Salvador Bilardo que no necesita contraponerse a su némesis (Menotti) ni al hijo pródigo (Maradona). El Bilardo que surge de las cuatro horas es un personaje más grande que la vida misma por mérito propio, que compensa las neurosis y la ansiedad por el triunfo a cualquier manera con sentido del humor, autocrítica y una gran capacidad de construir vínculos en los equipos que armó. Los jugadores hablan de él con enorme cariño, sin disimular que tuvieron que atravesar horrores deportivos y privaciones irracionales. Sus familiares normalizan y perdonan sus objetivos y metodología, que de alguna manera no las tenían entre sus prioridades.
El legado futbolístico de la carrera de Bilardo será discutido durante mucho tiempo: desde formar equipos con mayoría de jugadores exquisitos, como el Estudiantes de los 80, hasta una colección de atletas esforzados pero torpes como el plantel que rodeó a Maradona y Caniggia en 1990; como el arquitecto de un mundial perfecto como el del 86 o el beneficiario de la fortuna, como el del 90; como el creador de equipos con mística, como muchos de sus campeones, hasta irradiar histeria y descontrol, como el Boca de los 90. Su legado personal, en cambio, a juzgar por sus seres queridos, tenía una altura mucho más noble que la imaginada.
A diferencia de la serie sobre Maradona, politizada a la fuerza y sin rigor histórico, Bilardo, el doctor del fútbol muestra la potencia que puede tener un documental para revelar las distintas caras de un personaje complejo. La miniserie no agota las miradas posibles sobre el legendario técnico, sino que permite que se multipliquen.
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