Bienal de Arte Joven: crónica de un día agitado, entre bóvedas y actrices que no conocieron la fama
Es jueves. Hace mucho calor. Y hará frío. La Bienal de Arte Joven larga hoy la maratón de trabajos escénicos que, a lo largo de estos años, se ha transformado en un programación troncal de esta encuentro destinado a artistas emergentes.
Para la primera obra llega una consigna en tono casi clandestino: "Nos encontramos a las 14:30, en la puerta de la pizzería El Imperio, de Chacarita. Allí habrá una persona con un paraguas que indicará cómo seguir". A la hora indicada el señor del paraguas entrega un mapa para llegar al próximo punto que será en la zona central del cementerio. La acción performática creada para el lugar se llama Una obra más real que la del mundo. Es la segunda creación de la compañía La mujer mutante, que dirige Juan Coulasso. Este año Juan habría presentado Carne y hueso. Aquello comenzaba en su sala ubicada a pocas cuadras del cementerio y terminaba también acá, pero en la zonas de las bóvedas. Esta no. Después de una larga caminata el público, guiados por especie de seres fantasmales, termina circulando por la variedad de pabellones subterráneos de esta impresionante obra de arquitectónica laberíntica escondida que esta acción se permite el gesto poético y político de desenterrar, de sacar a la luz, de visibilizar lo escondido. Como la misma historia final esta construcción brutalista que, según la investigación que encaró la compañía a lo largo de varios meses, en verdad fue diseñada y construida por la arquitecta Itala Fulvia Villa entre los años 1950 y 1958. Acá hay más de 40 mil nichos y urnas. La mayoría tiene sus placas. No hay ninguna que la recuerde a ella. O sí: Una obra más real que la del mundo, este intenso recorrido que "habla de lo que no se habla, que mira lo que no se mira", tiene también el gesto de placa, de dejar testimonio, de reparación histórica en medio de un tránsito tan perturbador como mágico.
De Chacarita ahora al Abasto, así de abrupto. A las 17 comienza Adiós (un ensayo sobre el recuerdo o la despedida). Tiziano Cruz es jujeño, de la zona de las yungas. Tiene 30 años. Tiziano es pura fragilidad, pura convicción. Y es puro dolor en ese cuerpo que habita. Luego de un potente manifiesto de fuerte formato poético gira hacia lo biodramático, a la foto de su familia, a la historia de esa hermana que murió por mala praxis a las 18 años apenas horas después de dar a luz a su hijo, a la enfermedad de la tristeza que generó esa muerte en su padre, al grito de justicia que encabezó su padre rodeados de madres de una comunidad pequeña. Como si fuera una prolongación de las capas que dejó latente las distintas acciones por el Gran Panteón de Chacarita, Tiziano dice: "La muerte no será una derrota, sino la trascendencia". La trascendencia de esa obra monumental en Chacarita como propia lucha por recuperarse del dolor que, a lo largo de 4 años, lo llevó a hacer esta performance que apela siempre a un cuidada síntesis visual. Adiós tiene algo de recuperar su alegría. Y lo logra, y lo llora, y conmueve.
La maratón -tan bienalística como escénica- ahora da un giro, se toma una especie de break. Aunque, en verdad, así como lo fantasmal es una capa troncal de la perfo en Chacarita y así como lo ritual es constitutivo en la historia de Tiziano Cruz, esas capas atraviesan a Corina Wilson. Éxtasis y Demonios. La sala Espacio Callejón está llena de gente. Son las 18 horas. Victoria Castelvetri, Brenda Lucía Carlini, Ana Inés García, Virginia Leanza, Milva Leonardi y Quillén Mut hacen de Corina Wilson. O ellas 5 son Corina. O, tal vez, adquieren las diferentes formas de esta mujer que habita un impreciso lugar de campo de una imprecisa noche cargada de alucinaciones, viajes místicos, apariciones. Ellas 5, o el cuerpo de esta tal Corina Wilson en ellas 5, están atravesados por las formas de lo imperfecto, de la fealdad como búsqueda, de lo femenino que se regodea con lo más chabacano de lo masculino. Hablan en un idioma inventado (¿mezcla de japonés con guaraní?). Es puro trabajo físico en una propuesta que –por su contundencia, por su ironía, por ese universo de lo femenino/– recuerda a Moralamoralinmoralella, otra producción de la Bienal de hace 4 años en la que dos de sus intérpretes vuelven a habitar la misma sala que, ahora, las aplaude merecidamente de pie.
A las 21 ya hace frío. Claro que adentro del Abasto Social Club sobra calor, gente, energía y música. Apenas se entra a la sala Leticia Coronel y Federico Pereyra están como si ellos mismos fueran los cuerpos de endiablados y tomados por una energía desbordante de Corina Wilson. Cuando se impone las formas del rito teatral, se bajan las luces, ellos se van a cambiar adelante del publico y dan inicio a Hijas, obra basada en Hijas, de Coronel y Lourdes Hijano Sol. Esta obra dirigida por los dos intérpretes y Hugo Martínez comienza con ellos dos apelando a un desbocado, contundente y despiadado duelo interpretativo de estas dos actrices que no conocieron la fama. Como si fuera una especie de cita y homenaje es imposible no recordar a la fuerza arrasadora de Alejandro Urdapilleta y Batato Barea o de Gambas al Ajillo, aquellos jóvenes que habitaron la primera Bienal hace ya 30 años. Claro que Hijas se permite transitar otros registros, otras densidades en un tránsito en el cual el diseño sonoro, lumínico, coreográfico y de vestuario son aliados fundamentales. En ese andar la emoción despliega sus diversas formas. Una emoción que se desparrama por la platea en esta obra que reivindica política y poéticamente la pasión por crear.
Si el inicio de la jornada en Chacarita estuvo matizada por ramos de flores en manos desparramadas por el lugar, en la platea del Abasto los padres de la actriz Leticia Coronel tienen un ramito de flores violeta para entregar al momento del saludo final a su hija. Si en Chacarita prevalecía la despedida, en Hijas prevalece la celebración. Federico, el compañera de Leticia, en un momento de la obra dice: "actuar o morir como si la actuación pudiera con todo". Es el mismo que actor que, como en un perfecto círculo sobre la maratónica jornada cargada de recuerdos y fantasmas, en la performance de Chacarita tomaba las formas de esa arquitecta invisibilizada que esa propuesta celebra y reivindica.
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