Barrabrava es el eficaz retrato de un mundo familiar para las ficciones locales
Esta miniserie es una nueva demostración de lo cómoda que se siente la narración audiovisual local con historias y personajes que se mueven al margen de la ley
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Barrabrava (Argentina-Uruguay/2023). Creador y showrunner: Jesús Braceras. Autores: Gabriel Nicoli, Jesús Braceras, Mariana Weinstein, Diego Fió y Bruno Luciani. Fotografía: Daniel Ortega. Edición: Inti Nieto, Luis López Mañe, Santiago Parysow. Música: Ezequiel Flehner. Elenco: Gastón Pauls, Matías Mayer, Violeta Narvay, Miguel Angel Rodríguez, Mónica Gonzaga, Angelo Mutti Spinetta, Gustavo Garzón, Pablo Alarcón, Roberto Vallejos, Neo Pistea, Liz Solari, Cande Molfese. Disponible en Amazon Prime Video. Nuestra opinión: buena.
El estreno de Barrabrava es una nueva demostración, por si faltaba alguna, de lo cómoda que se siente la ficción local asomándose a los escenarios más sórdidos, oscuros, transgresores, degradados y opacos de la sociedad argentina. Ya pasaron más de 20 años de la aparición de Okupas y el interés por retratar este tipo de mundos está lejos de agotarse.
Es la segunda vez que el streaming pone el lente de su mediático microscopio sobre el tenebroso mundo de los barrabravas. Ya lo había hecho Netflix en 2020 con la despareja miniserie Puerta 7. El relato partía de la descripción del modus operandi de los hinchas más violentos, junto con sus códigos, negocios y aprietes, y luego abría una suerte de válvula de escape a través de un personaje femenino dispuesto a ponerle un freno a todo ese entramado. La trama proponía una escapatoria, un lugar más o menos virtuoso desde el cual se tomara distancia de todos los peligros de ese mundo.
Barrabrava se planta en otro lugar. En esta miniserie (de ocho capítulos, al igual que Puerta 7) no parece haber salida alguna, más bien resignación. Los habitantes de este universo se mueven más por instinto de supervivencia que de expectativa de futuro, mientras aceptan exponerse a lesiones muy serias (no solamente físicas) sabiendo que nadie los protegerá. Los representantes de la ley participan del mismo entramado y sobre todo del reparto de las ganancias que siempre deja una suma incalculable de pequeños grandes negocios ilegales.
En la trama de Barrabrava el destino parece marcado para sus protagonistas como si formaran parte de una tragedia clásica ambientada en el mundo suburbano que identifica al fútbol de ascenso. Todo ocurre a ritmo de vértigo, sin un solo minuto de pausa, en un episodio inicial que describe magníficamente en términos visuales, narrativos y de montaje la vida cotidiana de los violentos de la tribuna, en este caso representada por los seguidores del Club Atlético Libertad del Puerto.
Conceptos como respeto y pasión se degradan todo el tiempo a través de los pequeños negocios que maneja la barra a través de procedimientos de típica estirpe mafiosa. El escenario, antes de que todo estalle por una interna tan feroz entre dos grupos que le costará la vida al líder de uno de ellos, tiene como grandes protagonistas a dos hermanos, César (Gastón Pauls) y el Polaco (Matías Mayer), que representan –aunque en contextos bien diferenciados- algo bastante parecido a la conducta de otra sociedad fraternal, la de los Borges, en El marginal.
Hasta podría decirse que entre la serie de Sebastián Ortega y esta creación que lleva la firma de Jesús Braceras (Estocolmo, Monzón) hay solo diferencias de forma. El mundo de la prisión de San Onofre es mucho más cerrado, pero otro tipo de cárcel atrapa a los personajes de Barrabrava: usando un lugar común podría decirse que está en su naturaleza mantenerse adentro. Más se mueven y más prisioneros resultan de un impulso irrefrenable hecho de ambiciones, venganzas, traiciones y búsquedas de pequeñas o grandes porciones de poder. La única excepción podría ser el personaje de Paloma Contreras, que trata en soledad de encontrarle alguna explicación racional a la avalancha irreflexiva que tiene frente a sus ojos.
No hay demasiadas novedades en la descripción de los conflictos que viven los personajes de este relato coral. A tal punto que podemos anticiparnos a muchos de ellos e imaginar hacia dónde derivan las acciones, sobre todo cuando se ponen en juego situaciones melodramáticas. La reaparición de la hija adolescente del Polaco, la extrema fragilidad en la que vive su familia por la presencia de otro hermano discapacitado y postrado y alguna relación prohibida son tópicos que se mueven y desenvuelven por carriles bastante previsibles.
Pero detrás de ellos, Barrabrava confía en el poder de la imagen, en la tensión permanente que adelanta estallidos casi siempre inesperados y sobre todo en un impecable acercamiento a los modos, las prácticas, las rutinas y los comportamientos de un universo de ficción que no debe ser muy diferente a la sórdida realidad de la vida cotidiana de un barrabrava.
Hay méritos indudables en este terreno. Cada detalle de las escenas más violentas (cuando vemos chocar a las facciones internas de la barra) o aquellas en las que la acción progresa desde la planificación de algún hecho hasta su realización resulta creíble, claro y convincente. Lo mismo ocurre con los personajes, bien trabajados a través de la puesta en escena y de diálogos siempre verosímiles. Aquí no hay vacilaciones o balbuceos, vicio habitual de muchas ficciones argentinas.
Todo el elenco hace también un aporte muy meritorio. Gastón Pauls y Matías Mayer sostienen muy bien con expresividad y gran compromiso físico todo lo que los impulsa a actuar. Y junto a ellos hay que destacar a los casi irreconocibles Miguel Angel Rodríguez y Mónica Gonzaga, muy bien dispuestos a asumir desafíos interpretativos alejados del espacio seguramente más confortable en el que se movieron hasta ahora.
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