Backstage: un vistazo al otro lado del País de las Maravillas
Además de libros y películas, la obra de Carroll inspiró un ballet que esta semana volvió al Colón para escuelas y público en general; más de 70 artistas en un disparatado y frenético detrás de escena
Alicia a través del espejo parece más joven. Tal vez por el peinado: dos torzadas unidas en una media cola le dan a la bailarina un inequívoco aire infantil. "La verdad es que me tengo que reconcentrar para hacer de esta niña que tiene tantas responsabilidades en el escenario." Luciana Barrirero no es ninguna chica, ya promedia la tercera década, y en las filas del Ballet Estable del Teatro Colón , donde de noche le toca ser cisne, de día encarna este personaje con la frescura, la agilidad y el desenfado que requiere la fantasiosa historia de Lewis Carroll. Paradójicamente, Alicia es para todos los mortales -todos, los que hayan o no leído el libro, visto los dibujos, la película de Tim Burton o la animada de Disney- una vieja conocida.
Detrás de escena entran y salen utileros, un juego de naipes gigantes, una mesa blanca larguísima, el sillón rojo con forma de corazón, un perchero rodante que lleva muchos trajes. Entran y salen del escenario con el telón todavía cerrado los bailarines caracterizados como animales, que miden distancias de oruga, estiran patas de pájaros locos, prueban saltos de conejo, de ratón. Entran y salen estudiantes de la carrera de Danza del Instituto Superior de Arte: más de cincuenta, con los ojos brillantes, la piel de gallina, los nervios haciéndoles rechinar los dientes porque pronto empezará el ensayo general de una obra de ballet ATP... apta para todo público dispuesto a soñar. "Yo usaría ese traje para vivir", dice un chico-aguja que más tarde marcará las horas, cuando el tiempo apremie en la trama; un flaquito de no más de 15 años que mira por sobre su hombro y con deseo el sobretodo blanco de trama labrada que llevan los carteros encargados de avisarle a Alicia que la Reina de Corazones la espera para jugar al croquet. Longilíneas, las langostas estiran los brazos, acomodan su tocado con antenas y practican su contoneo flamenco, apretadas, en coulisses.
Un éxito también bailado
Esta Alicia en el país de las maravillas se estrenó hace más de 20 años en Bahía Blanca, cuando Alejandro Cervera -autor de la coreografía, la adaptación y la selección musical- dirigía el Ballet del Sur. "Cuando vi que en la puerta del Teatro Municipal estaban los vendedores de globos y manzanas acarameladas supe que sería un éxito", recuerda aquella postal que usa como metáfora del "engranaje de la cultura" en el que intervienen artistas, técnicos, el público y hasta los comerciantes callejeros para construir un fenómeno. En 1998 este ballet se dio en el Teatro San Martín y, hace cuatro años, Lidia Segni, ex directora de la compañía oficial, le pidió que montara la pieza en la sala de la calle Libertad para una temporada infantil. Aquí mismo se repone en el marco del programa de formación de nuevos públicos Vamos al Colón, con tres funciones para escuelas primarias y, en plan Colón en familia, solamente con dos espectáculos para público general, mañana y pasado mañana. Las entradas están agotadas desde hace tres semanas. "Me puede quedar alguna suelta, pero con la visibilidad reducida por una columna. No es para un niño", informa la empleada de la boletería. "Pero ¿no sigue en vacaciones de invierno?", se desconcierta la mujer detrás del cristal, en el Paseo de Carruajes que da a la calle Tucumán, y se retira con las manos vacías y sin entender bien por qué no.
Los años y el ritmo vertiginoso de la obra no resultaron esta vez una buena combinación para el gran Roberto Carnaghi, cuya voz-anzuelo ya no está en la narración de la historia que se cuenta con todas las letras. Entre bastidores, el que va y viene en su verborrágico monólogo es un joven actor, Francisco Benvenuti, que estudió este relato imperdible, resultado de un cut and paste armado a partir del libro original -"histriónico, fino, profundo", diría Cervera -. Todo es literal, excepto por una frase: "Pero ¿saben qué?, la sopa de tortuga se hacía con carne argentina", referencia autóctona que le da pie a una divertida milonga de vacas flacas.
Así como todo lo que ocurre en esta historia después del famoso pastelito con el cartel de "cómeme", tiene las características de un sueño, o más bien de una pesadilla, ese marco donde todo es posible habilita también el panorama heterogéneo del planteo musical que va de Händel, Mozart y Purcell a unas campanas tibetanas, música tradicional japonesa y española. En el backstage, cerca de la cabina, el operador de sonido espera instrucciones por handy para cambiar de track o fundir una pista justo a tiempo con la entrada del conejo. Genial también esta vez, un Dalmiro Astesiano de pantaloncitos rosados y con orejas se acerca en cámara lenta suplicando silencio con el índice en los labios; cuando escucha que si Alicia es declarada culpable le cortarán la cabeza, entonces... ¡qué risa cómo le tiembla la pata!
Al final, en un cálculo rápido, habrán pasado casi 70 artistas en tránsito por esta calle lateral donde pasamos una hora viendo el otro lado del espectáculo. La oruga de terciopelo azul, que fuma con boquilla, tal vez embriagó a un par más con sus volutas de humo, así que podrían ser... setenta y dos. El compromiso artístico, sin embargo, se vio igual para todos. "Es una regla de oro", da la razón el coreógrafo, maravillado frente al gran teatro donde se formó, al que le debe gran parte de la cultura y la sensibilidad que lo caracterizan. La sala se va quedando vacía. Alicia -perdón, Luciana- le explica a una asistente del departamento de vestuario cómo coser los elásticos de sus zapatillas de media punta negra que asemejan unos Guillermina. "Porque si no los zapatos son muy duros para bailar". Cervera se saluda con un bailarín y con otro más. Al primero le da un abrazo y le dice que estuvo muy bien; al segundo lo besa en un pasillo a la salida y le pregunta cómo se siente hoy. "El arte tiene que ver con el afecto -cree él-. Y de la transmisión del afecto, además del rigor, sale una buena persona, un buen artista, grande o pequeño."
Mañana, a las 11, la maquinaria del País de las Maravillas se vuelve a prender para los espectadores. Y detrás de escena, también.
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