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Una secuencia de tres canciones define la impronta de Romantisísmico. Tracks 4, 5 y 6: Babasónicos despliega ahí todo su expertise melódica y su sofisticada química orquestal. "Run run" es envolvente, con un diálogo de guitarras cortas y un crescendo que desata el melodrama en un estribillo perfecto. "Los burócratas del amor" enfoca en los vaivenes de la trama conyugal al calor de una base armónica flotante: enamorarse es gratis, pero "alguien va a tener que hacer de ama de casa". La balada "Negrita" suena como un baño de sales, con una percusión que invita al trance y un Dárgelos que canta en estado de resaca sentimental. De una u otra manera, los tres hablan del amor como fantasía desbordante en conflicto con las normas de las relaciones de pareja. Bajo la superficie de una música blanda respiran los zombis del tiempo, la rutina y la descomposición. A esta altura, uno podría asegurar que es la mejor seguidilla que una banda de rock nacional va a darnos esta temporada. Pero también que Babasónicos convirtió sus cualidades excepcionales en una rara zona de confort.
He aquí el pequeño gran problema después de once discos que varían entre lo bueno y lo extraordinario. Babasónicos es prácticamente incapaz de hacer un disco malo, y esa garantía de eficiencia elimina cualquier posibilidad de sorpresa. Esto podría interpretarse como un caso clínico de gataflorismo crítico, pero lo que tiene para ofrecer el grupo hoy es un perfeccionamiento formal de sus propios standards, y cada nuevo tema se proyecta como un heredero refinado de composiciones anteriores. Después de esa cúspide que fue Infame (2003), los Babasónicos no parecen dispuestos a poner en riesgo la integridad de su fórmula, aun cuando, en el discurso, presenten cada lanzamiento como un salto al vacío.
Ciertamente, es injusto pedirle a Babasónicos otro álbum que haga temblar la tierra. No sólo porque ése es un trabajo que les tocaría a las nuevas generaciones, sino porque ya no se consumen los discos de esa manera. Y en un rock argentino mainstream más bien modesto, es un lujo contar con una banda que, cada dos años, despacha un pack de canciones bellamente escritas, bien tocadas y producidas. Sólo que, tratándose de artistas que esencialmente apostaban a estirar los límites del asombro, uno preferiría un disco equivocado antes que uno previsible.
Dicho esto, siempre hay una especie de magia en la forma en que Babasónicos hace girar su caleidoscopio, pasando fluidamente de una atmósfera musical a otra, alternando colores y densidades, mezclando paisajes realistas y ensoñaciones. En el año de "Get Lucky", "La lanza" capta el mid-tempo discotequero infeccioso de la época. "Aduana de palabras" es una melodía que nace clásica sobre la que el cantante combina imágenes vívidas ("bajo el influjo de lámparas matainsectos") con una reflexión acerca del oficio de escribir ("todas esas palabras, que de pudor no saben, hablan por mí"). Podría ser un tema de Jorge Serrano, un autor con el que Dárgelos canjeó influencia en la última década.
Después, la dosis infaltable de rock & roll sónico ("El baile de Odín"), un manifiesto de autodeterminación en clave rockabilly ("Paisano"), el pulso electrónico de "Uno dos tres" (maravillosa), la fragilidad acústica de "Celofán"... Todo contribuye a completar la gama de un disco estéticamente acabado, conciso y orientado al single.
A Babasónicos nadie le regaló nada; ellos solitos hicieron de su visión particular del pop un evangelio freak duradero y después un producto sensual para las masas. Inventar eso te sale gratis, ponerlo en peligro tendría su costo.
Por Pablo Plotkin | Ilustración de Pablo Zerda
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