Auster no se hace humo
Nuestra opinión: Excelente. "Cigarros" (Smoke/1995), producción norteamerican en colores, presentada por Buena Vista International
Se exibe en las salas Capitol, Gaumont, General Paz, Cinemark 8 (Puerto Madero). Guión: Paul Auster. Interpretes: Harvey Keitel, William Hurt, Foster Whitaker, Harold Perrineau, Stokard Chaning y otros. Dirección: Wayne Wang.
Hombres que no son lo que parecen ser, identidades trastocadas en un encuentro o en un diálogo, el padre ausente, muerto o desconocido, el perseguido y el perseguidor, la instancia del azar que define el curso de la vida, todo el universo obsesivo y enigmático de Paul Auster está presente en "Cigarros" (Smoke). Y sin embargo, cualquiera diría que este Auster no es Paul Auster. Al menos tal como lo conocíamos.
Si hablamos del guionista, y no del director del film o de la historia como ocurre normalmente, es porque esta película (digámoslo desde un principio, maravillosa), debe su sorprendente originalidad a la estructura y al tratamiento narrativo establecido en el guión.
Un guión que Auster y Wang concibieron y ajustaron en sucesivas charlas, para terminar concibiendo un film "de culto", que llega a nuestras pantallas dos años después de haber sido realizado.
Pudimos conocer, en cambio, algunas de sus más notables consecuencias: "Antes de la lluvia", o más recientemente "El callejón de los deseos", para nombrar los de mayor repercusión. Aunque posiblemente la gran mayoría de las producciones de los últimos dos años han sentido su influencia.
No se trata de una búsqueda novedosa. Multiplicar los puntos de observación es algo que se había intentado con distintos recursos, a través de la cámara circulando alrededor de los personajes; con la ruptura de la temporalidad o del eje narrativo. Pero es en este film, por la unidad que cobra la estructura y el texto cinematográfico, que se revela toda la potencialidad expresiva, la riqueza de matices, la pluralidad de significados que la vida genera en las distintas conciencias comprometidas en una misma historia.
Esta pluralidad hace esquiva la punta del ovillo, el comienzo de la historia. Uno es el que plantea el film: el novelista Paul Benjamin (William Hurt), llega a la cigarrería de Auggie (un impagable Harvey Keitel), en Brooklyn, a comprar sus habituales cigarros. Casualmente se produce un primer diálogo en el que queda tendido el puente sobre el cual irán rodando las historias hasta disiparse: "pesar el humo es como querer pesar el alma".
Cigarros y humo acompañarán, a lo largo de todo el film, la pausa en el momento culminante de cada escena, en el instante del encuentro. Señalarán el tiempo indispensable para que las emociones se estabilicen, mientras el humo se diluye en el aire. Pero no es un comienzo necesario. Son varias historias, tantas como protagonistas. En este caso el término es exacto, ya que cada uno será protagonista de una de las anécdotas que se irán armando como un rompecabezas en una unidad de sentido. Auster divide el film en cinco episodios, dedicados a los cinco personajes centrales. Auggie es el nudo en el quese enlazan los vínculos de solidaridad, de afecto, de amistad.
Auggie, con quien Benjamin va constituyendo una amistad bordada con la sencillez de los hábitos cotidianos, impulsada por la casualidad de los actos, la rutina de los cigarros, se revela casi un filósofo en una escena en la que le muestra sus fotografías a Benjamin. El escritor echa una mirada rápida sobre el álbum hasta que Auggie le dice: "Ve despacio. Nunca verás nada si no vas despacio". Y en el cambio de actitud se disparará una de las escenas más conmovedoras del film.
Rashid, un muchacho negro que irrumpe con un encontronazo callejero, busca a su padre y huye de sus perseguidores. Con él ingresará otros de los temas predilectos de Auster, el dinero que circula y pasa azarosamente de mano en mano para terminar convirtiéndose en un vínculo sustantivo, un regalo despojado de materialidad. Cyrus, el padre de Rashid, es un mecánico que lleva el desafío engarzado a un brazo ortopédico, y Ruby, la ex novia de Auggie, se cuela en la historia como suele hacerlo el pasado: con su rostro cambiado.
Todos son abordados en un momento de crisis, cuando el conflicto se acerca a su desenlace. Son personajes sencillos, fáciles de atrapar en carne viva. Porque no les pasa nada más que la vida. Que las amistades, que los escasos afectos que vuelven del pasado. Eso es lo único que tienen. Y a ello están entregados. Cinco historias, cuentos impresos en la textura de un lenguaje transparente que se extiende sobre ellos como un manto.
Por eso decíamos que en este film Auster no resulta estrictamente conocido. Se acerca decididamente al estilo del realismo ingenuo de Capote o de Carver. La emoción no recorre el relato en forma longitudinal sino que lo cruza transversalmente. Golpea en forma imprevisible, en desenlaces nunca anticipados.
Una emotividada genuina que se sustenta en la mirada comprensiva, cariñosa y poética sobre los hombres atrapados en sus dudas, en el amor, en su inefable fragilidad ante las situaciones que los superan.
Coherentemente, Wayne Wang concentra la cámara en los rostros, en captar sus gestos más sutiles, en poner al descubierto la intimidad de sus emociones, las transiciones que harán posible elpasaje desde la duda a la confianza, desde el rechazo o la agresión al abrazo.
Al mismo tiempo acierta en la pintura de ámbitos y en la elección de encuadres que elevan por su concepción plástica las escenas más álgidas del film. Como cuando Cyrus, con una impresionante arboleda de marco, llora mirándose el brazo.
De todos modos, esta gran creación, que habla de lo que no está explicito, que convence sin retórica y conmueve infinitamente desde la más elemental humanidad, no hubiese sido posible sin un elenco comprometido, dúctil y homogéneo, como el reunido en este film.
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