Alex Turner, el cantante de los Arctic Monkeys, es el Damon Albarn de su generación: un artista imparable que se niega a quedarse quieto en un mismo sonido durante demasiado tiempo. Los Monkeys atravesaron un largo camino desde que el punk rock explosivo y parlanchín de su éxito de 2005, “I Bet You Look Good on the Dance Floor”, se apoderó de las radios. Muy largo, de hecho. Tranquility Base Hotel & Casino, cuyo proceso llevó cinco años, es un disco conceptual de lounge pop, ambientado en el piano bar de un casino en la Luna. Turner corteja su Steinway, mezclando influencias como las baladas aceitosas y sesentosas del crooner francés Serge Gainsbourg, el Leonard Cohen sórdido de fines de los 70, y la estética espacial que les gustaba a los hipsters de la música en los 90. “Soy un nombre importante en el espacio profundo/Preguntales a tus amigos/Pero el chico de oro está en mal estado”, canta en “Star Treatment”, el primer tema del álbum, en la piel de un rockero arruinado, tan abatido que tiene que tocar para borrachos aburridos.
Se trata de un concepto aventurero y digno de David Bowie, y canciones como “American Sports” y “Ultracheese” no carecen de cierto encanto de vermú. Pero el LP se vuelve disperso y no termina de sostener el peso de las indulgencias del muchacho del piano. “Four Out of Five” literalmente se burla de los puntajes con estrellas de las revistas de música, y en “Batphone” la letra de Turner transmite una molesta impresión de Velvet Goldmine mezclada con Black Mirror (“¿Alguna vez te conté de cuando le chupé el culo a un dispositivo manual?”, canta). Nadie espera que Turner sea un pianista del nivel de Bill Evans, ni un compositor de la altura de Harry Nilsson. De todos modos, estas son bromas cómicas de borracho más que canciones (es más: Tranquility Base es esa extraña clase de discos que habría sido mejor experimentar en vivo, para poder escuchar cómo Turner molesta a la gente en tiempo real, como en Take No Prisoners, de Lou Reed). En cualquier caso, sus talentos inconclusos son limitantes en términos de crear música disfrutable (empezó a aprender piano solo para hacer este disco). Así que incluso una melodía que parece clásica, como la de “Golden Trunk”, se convierte en un tambaleo molesto. Después de un disco entero con ambiente de madrugada, quizás vas a querer subirte al próximo cohete de regreso a la Tierra.
Los Arctic Monkeys son una gran banda que hizo un montón de música buena (la explosión de glam oscuro estilo L.A. de A.M., de 2013, fue especialmente excelente) y, en la tradición de estrellas como Leonard Cohen, David Bowie y Lou Reed, quienes ciertamente también daban un mal giro de vez en cuando, intentaron hacer un cambio de estilo que no funciona muy bien. No hay que avergonzarse. A veces, el talento imparable tiene su precio.
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