Ara Malikian: "Encontré en el violín mi refugio y pude escaparme del Líbano"
El artista libanés de origen armenio, a quien la música le salvó la vida, presentará obras de Bach, Vivaldi, Hendrix y Bowie
MADRID.- "Ésta es mi historia. Ése es el sacrificio que hizo mi padre; aquél fue el regalo que tenía para mí." La frase es la elegida por el actor, director y guionista Roberto Benigni para cerrar La vida es bella. Y si su película está inspirada en la cruda realidad de su abuelo en un campo de concentracón nazi, también encaja con la historia de vida de Ara Malikian. De origen armenio, el prodigioso músico aprendió a tocar el violín en un refugio en el Líbano, donde se protegía de las bombas junto con su familia. En el film el personaje de Benigni distraía a su hijo haciéndole creer que se trataba de un juego, cuando en realidad lo estaba ocultando para que no lo llevaran a la cámara de gas. Con el mismo ánimo de resguardarlo, el padre de Malikian despertó en su pequeño la pasión por el violín. "Agradezco a mi padre por haberme metido muy temprano un violín en la barbilla -confiesa-. Encontré en el violín mi refugio, y pude escaparme del Líbano".
-¿A qué edad y por qué elegiste tocar el violín?
Nunca elegí tocar el violín -ríe-. Mi padre era un enamorado del instrumento. Tocaba todo el día. Compraba violines, los destrozaba y los volvía a reconstruir. Era un obsesivo, así que me metió un violín muy temprano en la barbilla. Ni me acuerdo la primera vez que toqué. Después, claro, me enamoré. Agradezco eternamente a mi padre por haberme metido en este oficio que nunca he elegido. Mi padre ya lo había hecho todo por mí.
-¿Es verdad que llegaste a practicar doce horas seguidas en un día hasta que te saltaron las lágrimas?
-Cuando tenía 8 o 9 años mi padre empezó a ponerse un poco pesado. A mí me gustaba el violín, pero también me gustaba jugar con mis amigos. Y él era muy riguroso. Me encerraba en mi habitación y me obligaba a practicar horas y horas, hasta las lágrimas. Pero después, con tanta disciplina, me fui a Alemania a los 14 años y aun sin la presencia de mi padre practicaba todo el día.
-¿Cómo fue ir siendo tan chico a un país desconocido?
-Fue una etapa muy dura. Estaba sin mis padres. Sin control. Tuve suerte, porque a esa edad tienes muchas tentaciones, y gracias a que la música era lo que más me gustaba estaba entretenido. Mis amigos consumían drogas y se iban de fiesta y yo los acompañaba, pero yo pensaba: "¡Mañana a las 9 tengo que estar haciendo mis escalas!". Mi padre, al dejarme, me dijo una frase que quedó grabada para siempre en mí: "Es una cuestión de supervivencia; ahora que vas a Alemania y eres un libanés, tienes que practicar diez veces más que ellos para estar en su nivel". Y yo no paraba de practicar. Iba a jugar al fútbol con mis amigos y pensaba: "Ojalá acabe ya, así puedo ir a casa a practicar". Estaba un poco obsesionado.
Malikian no se contentó con su formación clásica en Alemania. A los 15 años formó una banda de música judía -a pesar de no ser judío, solamente porque "la música judía es maravillosa"-; también estudió en Inglaterra y en Francia, y en medio fue estrella del pop taiwanés. "En Taiwán hice una gira con una orquesta inglesa y una discográfica de allí me contrató -cuenta-. Me dijeron que querían que hiciera violín-pop. Y fui una estrella del pop durante un año -se ríe-. Nunca lo cuento, porque no es algo de lo que esté orgulloso, pero fue divertido."
Finalmente, el músico que se desmelena en escena tanto con Bach como con Metallica y está igualmente influenciado por James Brown y Paganini, recaló en España, después de que se le incendiara su piso en Alemania por un cortocircuito. "Perdí todo menos el violín. Fue una señal de que tenía que hacer un cambio. Ya conocía España y se me ocurrió venir a Madrid. Sin maletas: sólo con el violín", rememora. Allí, primero se enamoró del flamenco, después formó con el argentino Fernando Egozcue el grupo Ensamble Tango y hasta eligió volver al rigor de la música clásica como concertino en el Teatro Real de Madrid, durante siete años. "Fue un cambio muy grande, porque era un puesto fijo -explica-. Por un tiempo es bonito tener esa tranquilidad, pero engordé veinte kilos. El repertorio que hacíamos era maravilloso, pero a los siete años necesité volver a la vida bohemia. Cuando está todo tan atado es difícil ponerse a crear. Necesitaba inseguridad para luchar.
-¿Y perdiste los veinte kilos que engordaste?
-¡Claro! En todo lo que uno emprende, si lo hace mucho tiempo, se aburre. Te enseñan cosas que escuchas y aceptas porque eres aplicado. Como estudiante, creo que hay que cuestionar al profesor. Por ejemplo, por qué hay que estar estático cuando tocas si la música te hace mover. Cuando interpreto me dejo llevar y eso es porque en el escenario soy feliz. Hace 20 años no era tan feliz, estaba preocupado por la perfección, me iba a dormir inquieto si había fallado una nota. De eso me he liberado. Obviamente hay que tocar lo mejor posible y necesitas la técnica, pero hoy mi única preocupación es compartir mi felicidad con el público.
-¿Sentís que la música clásica está encorsetada?
-La música clásica es un negocio mantenido por unos pocos en los últimos 50 años. Como ese negocio no se puede mantener por sí solo, se nutre de ayudas públicas y sponsors. En cambio, en el rock y el pop viven de la taquilla. Tienes que buscarte más la vida. Durante años quise ser parte del mundo de la música clásica. Y es verdad que es un mundo muy prejuicioso, donde siempre sentí bastante rechazo porque no cumplía los requisitos. Todo tiene que ser tradicional y un artista libanés no existe. Luego, claro, tenía un look que no era el clisé de un artista clásico...
-No debe de haber sido fácil estar con un pie en cada lado?
-Al principio me sentía fuera de todo. Pero hoy lo agradezco porque he aprendido a ganarme la vida. Por otra parte, espero que el mundo de la música clásica cambie. A las casas de ópera les importa más hacer una escenografía que cuesta quince millones de euros a que el público vaya a la sala. La música clásica tiene que reconciliarse con el público.
-En un presente tan bueno, con el público llenando cada sala para escucharte, ¿tenés el recuerdo de tu infancia en Líbano? Cuando ves el drama de los refugiados en las portadas de los periódicos y en los noticieros, ¿qué pensás?
-Primero, hay que tener los pies en el suelo. Porque estoy donde estoy, pero de un día para el otro puedo volver adonde estaba. No tanto como decía mi padre, pero hay que trabajar mucho. Y, claro, si a los dirigentes políticos les gustara más la música, el mundo sería mejor. En una sociedad donde hubiera más espacio para el arte la gente sería más sensible, más respetuosa, más libre. Y tendríamos menos violencia.
Gardel a Barenboim
Admirador "total" de Carlos Gardel, Astor Piazzolla, Daniel Barenboim, Martha Argerich yLes Luthiers, de quienes dice "son unos maestros; poetas a la vez que grandes músicos", Malikian actuará en el Gran Rex el 15 de junio para presentar 15, un álbum con el que celebra su década y media en España. Después de cerrar 2016 en el Teatro Real de Madrid, el artista que fue el alumno más joven admitido en la Hochschule für Musik und Theater Hannover inició un recorrido europeo y latinoamericano con "La increíble gira del violín", en compañía de su banda La Orquesta en el Tejado, con Humberto Armas en viola, Jorge Guillén en segundo violín, Tony Carmona en guitarra, Nantha Kumar y Héctor "El Turco" en percusión, Tania Abad en contrabajo y Cristina López en chelo.
El espectáculo tiene como hilo conductor la historia de su violín y el programa incluye clásicos de Mozart, Vivaldi y Chopin y obras de Bowie, Led Zeppelin y Hendrix, además de composiciones propias del violinista. Según su relato, el instrumento que heredó de su abuelo no es ni un Stradivarius ni un Gagliano, pero es mucho más que eso: salva vidas. Primero la de su abuelo, y después, la suya. Por eso Malikian elige rendir homenaje "a las víctimas de genocidios y todo tipo de guerras" y "a los 65 millones de refugiados" hoy sin hogar. "Ojalá pudieran tener un violín como mi abuelo para salvar su vida", dice. Porque su abuelo sobrevivió al genocidio armenio en 1915 haciéndose pasar por el violinista de una orquesta, y Ara pudo salir del Líbano gracias a ese entrañable instrumento.