Antonio Carrizo, un revolucionario de la radio y protagonista de charlas memorables
El legendario conductor será recordado también como un lector voraz y como un cálido, entrañable y encendido divulgador de las manifestaciones culturales argentinas
Antonio Carrizo fue un gran revolucionario de la radio en la Argentina y un protagonista decisivo de algunos de los grandes cambios de la nuestra TV. Habrá que recordarlo también como un lector voraz, un extraordinario compañero de charlas y, sobre todo, como un cálido, entrañable, meticuloso y encendido divulgador de las manifestaciones culturales argentinas.
Fue el apasionado custodio oral de un espacio en el que convivían Jorge Luis Borges y Alberto Castillo, Paul Groussac y Juan Carlos Calabró, Vittorio Gassman y Ricardo Güiraldes, el folklore pampeano y el Siglo de Oro español, además del ajedrez, la popular de Boca Juniors, el tango y la pasión bibliófila. A todos ellos recurría, juntos o por separado, para traer al presente desde su admirable memoria una mezcla inigualable de vivencias, recuerdos personales, anécdotas, pinceladas y definiciones.
Llamó justamente Borges, el memorioso, a la obra de la que más se enorgulleció: un libro editado en 1979 por el Fondo de Cultura Económica en el que se compilaron las diez memorables conversaciones que mantuvo con el autor de El aleph en los estudios de Radio Rivadavia. Pero ese trabajo resultó una rareza: nunca quiso convertir en palabra escrita el resto de sus recuerdos y extraordinarias experiencias de vida. Siempre bajaba la cabeza en un gesto característico y se negaba con una risa tímida cada vez que alguien lo alentaba públicamente a escribir sus memorias. Por eso lamentablemente sólo se conservan en el papel un puñado de esas memorias en un bello libro de conversaciones con Any Ventura (Mi antepasado soy yo, publicado en 2008), además de los testimonios recogidos por Carlos Ulanovsky, uno de sus grandes admiradores, en Días de radio, Estamos en el aire y otros volúmenes dedicados a la historia de la radio y la TV en la Argentina.
Tony o El Flaco –como le decía siempre Ulanovsky– era inconfundible y único por donde se lo mirara. Coronaba su altísima figura de Quijote urbano siempre con alguna de las gorras o boinas que conformaban una colección casi interminable, seguramente tantas en cantidad como las primeras ediciones que primorosamente guardaba en la biblioteca de su luminoso departamento de la calle Barrientos, frente a la plaza Las Heras. Cuando alguien lo acompañaba mientras hacía a pie el trayecto entre su casa y la cercana sede de Radio Rivadavia ("Es lo más parecido a la vida. La cuadra de Arenales entre Larrea y Pueyrredón huele a radio y hasta los quioscos parecen estudios", dijo una vez) siempre detenía sus pasos para hacer algún comentario que consideraba importante. Y jamás descuidaba el hilo de la charla, aún cuando parecía distraerse respondiendo con gestos ampulosos los saludos al paso de transeúntes y automovilistas.
Podía ser vehemente o caballeresco, jactancioso o retraído, y mostrarse siempre tal cual era. "Mi piel han sido los libros; mi memoria es General Villegas; mis ojos, todo lo que veo; el escenario de mi vida en Buenos Aires, el bar restaurante El Rody, La Biela y mis amigos; mi manicomio, el palco de Boca. Se me mueven los huesos con las orquestas de Di Sarli y Troilo y con las voces de Floreal Ruiz, del Polaco Goyeneche, del cabezón Castillo. Lloro con ellos", dijo en octubre de 2003 a LA NACION. Ese autorretrato hubiese quedado vacío e incompleto sin mencionar a la radio. "Que me dio absolutamente todo. Me dio la vida y una forma de vida. Y, por qué negarlo, me dio popularidad", completó.
Ese larguísimo romance con la radio, todo un ejemplo de fidelidad, nació cuando Antonio Carrozzi Abascal –nacido en General Villegas en 1926– todavía no había cumplido los 12 años y a una maestra le llamó la atención el modo en que recitó un poema de Olegario Víctor Andrade. Con el tiempo se convirtió algo así como en la voz oficial del lugar leyendo avisos por las calles a través de una propaladora y, más tarde, en presentador de orquestas, animador de bailes y maestro de ceremonias en los pueblos cercanos. En uno de ellos, su voz quedó grabada en la memoria del publicista porteño Mario Castignani, que lo invitó a probar suerte en las radios capitalinas: Del Pueblo, Belgrano y El Mundo, el "cielo de la radio". Allí comenzó a hacer suplencias en 1948 –año en el que adoptó definitivamente el nombre con el que todos lo conocemos– y llegó siete años después a ser jefe de programación.
"A mí desde hace 30 años me vienen preguntando lo mismo, ¿a qué se debe el actual auge de la radio? La radio nunca dejó de tener auge", dijo una vez. Le faltó agregar que buena parte de esa vigencia lleva su impronta. Junto a Jorge Fontana, Carrizo fue el gran innovador del dial a partir de los años 60. Fernando Bravo lo explicó mejor que nadie en Días de radio: "Ellos les enseñaron a los locutores un valor agregado de la profesión: el de la animación, el de ser maestros de ceremonias y el de tener letra propia e improvisación, y eso abrió un rubro alternativo en nuestra carrera. En eso fueron revolucionarios".
El gran laboratorio de esos notables cambios fue La vida y el canto, cumbre indiscutida de su trayectoria radiofónica. Allí, en los mediodías de Rivadavia, hizo lucir como nunca su potente voz y esa "siempre útil herramienta de la vehemencia" –en palabras de Ulanovsky– que lo llevaba a golpear la mesa del estudio cuando quería dejar una opinión enfática sobre algún tema. La vida y el canto era, en sus propias palabras, un "programa de autor que despertó un matiz lúdico en mi vida, una forma de felicidad que se convierte en un estilo profesional: descubrí el mundo de los libros".
Allí, junto al fútbol, a las noticias, a la lectura de avisos a la vieja usanza, las variantes del humor popular y a juegos admirables como el "concurso de cantores" que armó imaginariamente a partir de selectas grabaciones recordando sus tiempos de animador de pueblo, llevó esa vocación literaria a la máxima expresión con la citada serie de conversaciones compartidas en 1979 con Borges y el periodista Roy Bartholomew, que integró la Redacción de LA NACION.
También fue indiscutido pionero en el mundo televisivo, aunque en 1951 estaba convencido de que ese aparato tardaría en ganar espacio en los hogares. Nueve años más tarde, cuando ya se había ganado un lugar en el flamante medio como presentador de ciclos muy populares como El show de Ika, fue uno de los protagonistas de la transmisión inaugural de Canal 13, el 1° de octubre de 1960. Y supo permanecer desde allí en los primeros planos, sobre todo cuando Alejandro Romay lo convocó en 1964 para conducir por Canal 9 Sábados continuados y competir directamente con Pipo Mancera y sus Sábados Circulares. Para darle un sello propio al programa, digno de su personalidad, ensayó innovaciones que todavía se recuerdan como aquélla invitación al pintor Carlos Alonso para que se encontrara en el estudio con Palito Ortega e hiciera en tiempo real un retrato del entonces ídolo juvenil.
Durante décadas pasó por todos los canales, condujo varios espacios informativos, presentó innumerables ciclos culturales y se animó a incursionar en otros terrenos, hasta los más extravagantes: llegó inclusive en 1998 a conducir un ciclo ficticio con cámaras ocultas al servicio de Marcelo Tinelli en "El show de Videomatch". A la vez, desplegó a lo largo del tiempo otra talentosa faceta como partenaire de grandes figuras cómicas, en un recorrido iniciado junto a Luis Sandrini (Felipe) y Niní Marshall y que concluyó en compañía de Juan Carlos Calabró. El Contra fue un gran ejemplo de laboriosidad y colaboración en el armado de una rutina cómica. Por largos años, cualquiera que pasara de tarde por la esquina de Coronel Díaz y Libertador veía desde la vereda a Carrizo y a Calabró trabajando en la preparación del próximo sketch.
Seguidor incondicional de Boca, completó en los años 90 desde Tribuna caliente una presencia constante alrededor del fútbol por TV que tuvo en 1966 un episodio curioso, ya que Carrizo llegó a comprarle a la FIFA los derechos para la transmisión del Mundial de Inglaterra.
Queda el recuerdo de Carrizo como un inspirado conversador en las memorables charlas que mantuvo con grandes figuras en Los grandes, ciclo televisivo de 1983/84, rescatado muchos años después por la señal Volver. También como una figura que podía moverse con igual comodidad como titular de la Federación Argentina de Ajedrez, agregado cultural en la embajada argentina en Madrid y conductor de un pequeño ciclo radial en una emisora zonal de frecuencia modulada en Quilmes, trabajo que lo entusiasmó durante los últimos años. Ya octogenario, mantenía la impronta vital y el espíritu de siempre en dos programas de Rivadavia (El locutorio y Sábado radio) hasta que una rápida sucesión de infortunios en su salud adelantaron el definitivo adiós. Nunca pudo recuperarse de los dos ACV que sufrió en 2009 y pasó los últimos años alejado de los medios y lejos de los múltiples homenajes que sobre todo desde la radio se brindaron a su inigualable figura.
En Días de radio, Ulanovsky recuerda que al final del décimo diálogo de la inolvidable serie de charlas con Borges, Carrizo especuló sobre el futuro: "Y aquí aparece mi falta de humildad. A veces pienso que en el año 2079 un grupo de estudiantes, en una universidad, podrá escuchar estas conversaciones que quedan grabadas en los archivos de Radio Rivadavia. Y entonces yo, de la mano de Borges, habré entrado a la inmortalidad". Por todo lo que nos dejó, hizo lo suficiente para ganarse ese lugar. Y no habrá que esperar tanto.
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