Annaud: "El arte es una mentira sublime"
En octubre, Jean-Jacques Annaud comenzará en Mendoza la filmación de "Siete años en el Tíbet", protagonizada por Brad Pitt; de paso por Buenos Aires, habló con La Nación.
Basta ver sus películas para sospechar que Jean-Jacques Annaud es de los que piensan que lo imposible sólo exige más tiempo y más trabajo. En "La guerra del fuego" se planteó el desafío de utilizó un lenguaje creado especialmente para el film. Con "El nombre de la rosa" demostró que una historia de monjes medievales, con la firma de Umberto Eco en el orillo, no tenía por qué estar reñida con el éxito de taquilla. Reconstruir la Indochina de los años treinta en el Vietnam actual, manejar 5700 extras y pelear contra los claroscuros del humor de Marguerite Duras se le antojaron un juego de niños a la hora de llevar al cine "El amante".
Después de todo, en "El oso" ya se había demostrado a sí mismo que su talento estaba hecho a la medida de empresas tales como narrar una historia casi sin diálogos, trabajando con animales verdaderos como si fueran actores. Con un Oscar a la mejor película hablada en idioma extranjero por "Blanco y negro en color" (1977), el director francés lleva años con un pie en Europa y otro en Hollywood, donde se ha convertido en una suerte de niño mimado a pesar de su regla de oro: hacer sólo el cine que le dictan sus vísceras.
En octubre, Jean-Jaques Annaud comenzará, en la provincia de Mendoza, el rodaje de su próxima película, "Siete años en el Tíbet", protagonizada por Brad Pitt, la estrella de "Pecados capitales". El muchacho al que la industria rotuló como un sex-symbol a partir de su pequeño papel en "Thelma & Louise", se meterá esta vez en el pellejo de un personaje tomado de la realidad: el alpinista austríaco Heinrich Herrer, a quien vientos del destino terminan llevando al Tíbet, donde traba relación con el Dalai Lama y la cultura budista.
Tras supervisar el trabajo de reconstrucción de una aldea tibetana en tierra mendocina, Annaud pasó por Buenos Aires y dialogó con La Nación.
-¿Cuál es su relación con la doctrina del Dalai Lama?
-Hace seis años una delegación del venerable Lama me propuso filmar la vida de Buda. Me sorprendí porque yo ni siquiera creo en Dios. "Nos reunimos, vimos películas de distintos directores y nos decidimos por usted, teniendo en cuenta, sobre todo, su film ®El oso¯. Pensamos que alguien que comprende a los animales como los comprende usted no puede equivocarse respecto del alma humana", me dijeron. Ese proyecto nunca lo realicé, pero descubrí que algunos principios que rigen mi vida, sin que yo lo sospechara, tienen mucho que ver con la doctrina budista. Ahora le propuse a la hermana del Dalai Lama que interpretara el papel de su madre en "Siete años en el Tíbet".
Aceptó por una única razón: había visto "El oso" y dice que para ella es un film budista, que habla del perdón, de la generosidad. De todos modos, con "Siete años en el Tíbet" no quiero convertirme en el promotor de una causa. Tengo el mayor de los respetos por el Dalai Lama y por la cultura tibetana, pero no quiero caer en lo que hacen algunas estrellas de Hollywood, que integran una suerte de corte del Dalai Lama a la espera de alguna futura recompensa. Quiero hacer la película con toda la libertad de un cineasta. A lo largo de mi carrera he preservado milibertad en un oficio difícil, aun en Hollywood, y no quiero abrazar otra causa que no sea la de hacer un buen film. No quiero transformarme en un militante.
-¿Qué es exactamente lo que le entusiasma de la historia que va contar en la película?
-Es un relato en el que me reencuentro con los temas de todos mis films. "Siete años en el Tíbet" es la historia de un joven alpinista austríaco, de corazón seco, lleno de ambiciones, uno de los atletas más reconocidos de su país, que en 1939 parte sin remordimiento dejando detrás de él a su mujer, que está embarazada de ocho meses. Fue el primero en quedarse tanto tiempo en ese territorio prohibido, el Tíbet, y en penetrar en la capital misteriosa, Lhassa. La película cuenta la transformación de un hombre que comprende que el éxito no es la felicidad y que el único triunfo verdadero es descubrirse a sí mismo, hacer las paces con su alma y con su culpabilidad. Es un film que se corresponde con mi propia maduración, porque da respuesta al gran dolor por la forma en que ha evolucionado la sociedad norteamericana y, en consecuencia, nuestras propias sociedades. Los valores esenciales se han reducido a la acumulación de bienes materiales, de dinero. La gente está cada vez más desconcertada por esos valores que la llevan a un gran desamparo, porque los hombres acumulan cada vez más dinero y siguen siendo desgraciados sin entender por qué.
-Usted conoce lo que es tener éxito y dinero. ¿Siempre tuvo claro que eso no era la felicidad?
-Antes lo presentía, ahora lo sé. Estoy contento de tener éxito, pero no es el éxito lo que me hace feliz. Finalmente, lo único que importa es que a uno lo respete aquella gente a la que uno ama. Allí reside el equilibrio. Este film es muy personal. Yo tuve la suerte de tener éxito desde muy joven, y ahora puedo comprender que todo eso es vanidad de vanidades. No es allí donde está la verdad. Para mí la verdad es dormirme por la noche pensando que hice un trabajo honesto, que fui generoso con los demás, y que estoy en armonía. Muchos de mis amigos en Hollywood son terriblemente infelices porque en lugar de pelear por hacer las películas que quieren, aceptan hacer aquellos films que tendrán éxito, aunque no les gusten. Actualmente sé que prefiero hacer una película que me guste y me represente que ganar millones de dólares que no me servirán para mucho, porque, seamos honestos, no puedo comer más de tres veces por día ni manejar más que un solo auto.
¿Siempre tuvo las cosas tan claras?
-No, pero no tardé demasiado en aprenderlo. Tuve éxito muy pronto, y a los 27 años padecí una depresión nerviosa realmente grave. Estaba tan mal que llegué a pensar que tenía cáncer. Pero el origen de esa depresión era, simplemente, que tenía éxito en algo que no me satisfacía, que ganaba dinero con algo que yo consideraba malas artes, es decir, ayudando a vender productos en los que no creía. La crisis fue tan grande que durante un año no pude salir de la cama. En apariencia, todo estaba bien en mi vida: a los 27 años era rico, tenía una mujer muy hermosa, un bebe lindísimo y una casa espléndida, pero no podía dejar de llorar. Recuerdo que un día miré a mi mujer caminando por la alameda de una finca maravillosa y sentí que mi vida era como un film publicitario, carecía de sentido. En realidad, padecía el drama de la prostitución: tenía la impresión de mostrar mis piernas, subir a la habitación con la clienta y gritar mi amor sólo por dinero. Cuando comprendí la causa de mi terrible dolor de estar vivo, decidí que solamente subiría a la habitación por amor. Hoy sólo puedo hacer un film si creo en él con la ingenuidad de un enamorado. Si me equivoco, mala suerte. Pero me equivoco con sinceridad.
-¿Por qué decidió filmar en la Argentina?
-Vine por primera vez a la Argentina para el estreno de "El amante", en 1992. Me enamoré de este país. Fue amor a primera vista. La ciudad de Buenos Aires me pareció alegre, sofisticada, espléndida. Cuando buscamos los exteriores para "Siete años en el Tíbet" pensábamos filmar en el norte de la India, pero allí el caos administrativo era grande. Era mi oportunidad para darme el gusto de filmar en la Argentina. De todos modos, aunque hubiéramos filmado en los lugares donde realmente transcurre la historia, había que reconstruir, porque lo que hoy existe no es ni por asomo la aldea de Lhassa tal y como era en el momento de la historia. Antes pensaba que había que filmar en el lugar donde verdaderamente se desarrollaba la acción. Con el tiempo, entendí que el arte es una transformación, una forma de interpretar la realidad, una mentira sublime.
Presos de su imagen
-¿Cómo eligió a Brad Pitt para protagonizarla?
-Fue él quien me llamó por teléfono. No sé cómo el guión llegó a sus manos, pero me dijo que soñaba con hacer ese personaje. Su entusiasmo y la forma en que me habló me encantaron.
-¿Su belleza física opacará al personaje?
-Ese es el gran desafío. Brad, cuando vino a verme, me planteó el tema con toda sinceridad: "Estoy harto de ser un carilindo". Algo parecido me había sucedido con Sean Connery cuando me llamó para trabajar en "El nombre de la rosa", cansado de ser James Bond. Hay que tomar a los actores antes de que sean célebres y convertirlos en célebres. Cuando alcanzaron la celebridad, son prisioneros de su propia imagen.
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