‘Estoy trabajando demasiado", dice Anitta sentada en un sillón de terciopelo rojo en el Salón Valentino del hotel Four Seasons, un contexto que poco tiene que ver con los escenarios armados sobre cajones de cerveza del barrio Honório Gurgel, en la periferia de Río de Janeiro, donde la popstar más grande de la historia de Brasil dio sus primeros shows de funk carioca. Esta semana de mediados de mayo, Anitta viajó a Mendoza para tocar en los premios Gardel junto a Ángela Torres, Miss Bolivia y Virginia Innocenti (hicieron una versión de "Atención", un hit caliente de 25 millones de reproducciones) y agotó las entradas de su show en el Teatro Ópera de Buenos Aires, antes de volver a su país para ocuparse de sus próximos movimientos: un feat. con Ozuna, otro con Sean Paul, una colaboración en el disco nuevo de Madonna y muchos más shows. "Pero la verdad es que no falta demasiado para que me retire, amor", dice. "En diez años, voy a trabajar como manager. Quiero escribir un libro, tener una familia, criar hijos…"
Si algo quedó claro en Vai Anitta, la miniserie de seis episodios de Netflix producida por los hermanos Shahidi (dueños de Shots Studios, una empresa que maneja talentos y cuenta con inversores como Floyd Mayweather y Justin Bieber), es que la cantante convive naturalmente con la empresaria. "Tengo muchas personalidades", dice ella. "Soy la manager y la chica loca al mismo tiempo, y eso es lo que quería mostrar en mi último disco". Kisses, editado en abril, es perfectamente representativo de esa versatilidad: Anitta puede hacer un vals-trap con el rapero Snoop Dogg ("Onda Diferente") y también cantar una balada dulcísima junto a Caetano Veloso ("Você Mentiu").
En 2009, a los 16, Larissa de Macedo Machado empezó a subir videos a YouTube en los que se la veía usando un desodorante como micrófono y cantando sus canciones favoritas, desde temas de Britney Spears hasta los últimos hits cariocas. En 2011 la fichó el sello Furacão 2000 –que significa para el funk de Brasil más o menos lo mismo que Magenta para la cumbia argentina– y conquistó los carnavales de Río. A mediados de 2012, la empresaria Kamilla Fialho pagó 260.000 reales para quedarse con su contrato y aceleró la transición hacia el perfil de popstar global actual, inspirado en Katy Perry y Beyoncé. Después de firmar con Warner en 2013, Anitta empezó a codearse con la crema de la industria, como en "Downtown", su colaboración con J Balvin de 2017, un reggaetón suave que estrenaron en una fiesta de Spotify, su gran aliado desde entonces ("Vai Malandra", un tema crudo, callejero y vacilón, fue la primera canción de Brasil en meterse en el Top 50 global de la plataforma en 2017). "En mi país, nadie consiguió lo que logré yo siendo tan joven", dice ella, que cumplió 26 en marzo. "¿Sabés cuál es el secreto, amor? Resistir y persistir".
Pero no todo es trabajo en la vida de Anitta. "Hay un 10% del tiempo en el que me voy de fiesta hasta el fondo del infierno y me pierdo, ni siquiera sé dónde estoy", dice con ese acento sexy y un poco extraño que tiene cuando habla en español. "La última vez, por ejemplo, mi hermano se encargó de cuidarme en Las Vegas. Él sabe lo que pasó. ¿Y yo? ¡Mejor olvidar!".
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