Ángeles de Charlie: las aventuras de una nueva generación
"No quería que la película se politizara y tampoco quería que se esperara una declaración de principios de mi parte", dijo Elizabeth Banks en la presentación de su película, Ángeles de Charlie, que llega hoy a las salas argentinas. Su afirmación viene a contrarrestar las expectativas que se fueron tejiendo alrededor de esta nueva versión de las icónicas detectives de los años 70, que atravesaron varias épocas y coyunturas, fueron vehículo de una extraña alquimia entre feminismo y explotación, entre entretenimiento y discurso pop.
Hacer volver a la vida a aquella franquicia que ya carga con 43 años de historia en una era atravesada por cambios y transformaciones, en la que el lugar de la mujer se resignifica día tras día y en la que esa pose emblemática de miradas cruzadas y revólveres en alza despierta más de un interrogante es todo un desafío: evocar el espíritu kitsch y algo ingenuo del original, en sintonía con un mundo que exige nuevas narrativas.
Los ángeles de Charlie fue una de las series emblema del posfeminismo de los 70, aquel de la segunda ola, que exigía visibilidad para las mujeres en roles en los que hasta el momento no tenían presencia y, menos aún, poder y decisión. Esos años mezclaron la demanda incipiente de las voces femeninas de la sociedad, permeada en las nuevas audiencias, con la intuición de productores astutos que vieron en personajes femeninos convertidos en heroínas de acción una doble conquista: la seducción del ojo masculino y el interés de las espectadoras por verse representadas, aunque fuera de una forma preñada de limitaciones y estereotipos.
Creada por Ivan Goff y Ben Roberts, y producida por un artífice de éxitos como Aaron Spelling, Los ángeles de Charlie se estrenó en 1976 y duró cinco temporadas, en las que sumó un total de 110 episodios. Fue tanto un éxito como un extraño fenómeno de culto, en una televisión que ofrecía pocas opciones para las mujeres en roles protagónicos, que se nutría del cine de acción de los 70 con una clara autoconciencia paródica y que jugaba a ser un entretenimiento liviano y al mismo tiempo heredero de las conquistas de una época.
Con su primer elenco –el más recordado–, integrado por Farrah Fawcett, Jaclyn Smith y Kate Jackson, la serie contaba la historia de tres investigadoras privadas que trabajaban bajo las órdenes del misterioso Charlie, un millonario excéntrico, fundador de la agencia Townsend, cuyo compromiso con la seguridad tenía algo de capricho y mucho de fetichismo. Es que la serie discurría por esas contradicciones que mezclaban la fascinación por los caminos de una justicia propia que habían condensado películas como Harry, el sucio (1971) o El vengador anónimo (1972), con un entretenimiento ligero y sexista, de chicas que revelaban sus identidades con el pelo al viento y luciendo sus modernas bikinis.
La dinámica de la serie combinaba las claves del policial de procedimiento con cierto goce por los disfraces y las digresiones, con la premisa de que tener destreza e inteligencia era algo a mantener en secreto, aquello que las había alejado de la policía de Los Ángeles y les negaba encajar del todo en la sociedad.
Revisitar aquel moderado girl power desde una nueva perspectiva necesitó de nuevos aires y nuevas voluntades. A comienzos de los 2000, el auge pop llegaba a su cima con el éxito del segundo álbum de Britney Spears –Oops! I Did It Again–, la fulgurante aparición de las Spice Girls y el paulatino ascenso de las primeras heroínas de acción en el universo de los superhéroes. Eran también los tiempos de la revolución de Matrix, de la madurez del estilo nacido del videoclip en el montaje y de las exploraciones del CGI para la construcción de aquellos universos en los que todo era posible. Fue bajo esas coordenadas que surgió la idea de una nueva versión de Los ángeles de Charlie.
Por obra de una extraña fortuna, el director de videos musicales conocido como McG terminó siendo el director de las dos entregas de este reboot, quien aprovechó la química y la amistad de dos de sus estrellas, Cameron Diaz y Drew Barrymore (dueña de los derechos de la serie), no les tuvo miedo a los prejuicios y convirtió su debut en el cine en uno de los hitos pop del recién estrenado milenio.
La recepción de esta actualización de la saga fue ambigua e interesante. Un sector de la crítica sonaba indignado y al límite del discurso de barricada –como Roger Ebert, de The Chicago Sun Times, que le puso media estrella y la llamó "una película sin cerebro"–, mientras que el público la convertía en uno de los estrenos más exitosos de aquel 2000.
Con Los ángeles de Charlie: al límite (2003) se dio el fenómeno contrario: muchos escépticos se convencieron de que allí había algo interesante, que ese desparpajo ridículo y autoconsciente le daba a la película su vitalidad y frescura, mientras que el público parecía denotar el agotamiento de la fórmula. La disminución de la recaudación y ciertas desavenencias en el elenco –primero con Bill Murray, el primer Bosley, y luego con Lucy Liu, el tercer ángel– terminaron con el renacimiento de la agencia Townsend en esas dos únicas incursiones. Luego, en 2011, la ABC intentó una nueva versión de la serie de la mano de los creadores de Smallville y con Drew Barrymore como productora, pero solo duró cuatro episodios y fue cancelada.
Competente, pero no seria
A la distancia, las versiones dirigidas por McG y producidas por Barrymore funcionan como el mejor síntoma de la sensibilidad posmoderna, guiada por un entretenimiento centrado en guiños musicales y patadas voladoras, sin demasiado interés en la fuerza o coherencia de las historias y apoyado en el glamour de sus estrellas, en la complicidad de las citas de una cinefilia popular y en la aspiración a un febril entretenimiento. Como lo señala Spencer Kornhaber en un interesante artículo en The Atlantic, su aura tan despreocupada, tan festiva, resulta representativa de una era quizá más simple –pese a lo dudoso del término– como aquella previa al impacto del 9/11 en la cultura popular y a la posterior aparición del fenómeno de las redes sociales. Esa burbuja de colores pastel y música pegadiza, esa colección de episodios camp y frases delirantes, fue la mejor muestra de que las chicas podían ser efectivas en sus trabajos sin ponerse serias, podían atrapar a los villanos de turno y luego irse a bailar a una disco sin nunca sentirse culpables por ello.
La idea de Banks a la hora de pensar esta nueva versión post-#MeToo y en plena ola del nuevo feminismo fue no quedar prisionera de los deberes de ese discurso, pero tampoco terminar banalizando las conquistas de los últimos años en una versión anacrónica y demodé. Hasta ahora, todas y cada una de las versiones habían sido concebidas por una mirada masculina. Banks no solo figura como directora, productora y guionista, sino que también es una de las estrellas de la nueva película, junto a Kristen Stewart, Ella Balinska y Naomi Scott, y artífice de la tarea de conjugar aquel espíritu de ligero entretenimiento con la construcción de nuevos personajes que enriquezcan aquellos arquetipos.
"¿Cómo tener en cuenta las expectativas que tiene el público sobre Los ángeles de Charlie y al mismo tiempo poder jugar con ellas?", es la pregunta que guió a Banks, según sus propias palabras, en una reciente entrevista. Ese juego exige repensar a los personajes y reimaginar la estética –"más diversidad en los cuerpos, chistes más inteligentes, un estilo de filmación que no parezca una publicidad de autos o de cerveza", señalaba Kornhaber sin perder la perspectiva de hacer una buena película.
Y Banks intenta surfear de la mejor manera en las aguas más turbulentas. Su película es deudora de las demandas de nuevas narrativas femeninas –de hecho, la primera frase que escuchamos es "Una mujer puede hacer cualquier cosa"– y, al mismo tiempo, fiel a ese espíritu despreocupado del original y más afirmada en las historias de acción al estilo Misión: Imposible o Jason Bourne.
En ese sentido, su mirada se concentra en desterrar las explicaciones que la serie necesitaba dar sobre por qué tres mujeres decidían ser agentes secretos y partir de la certeza de que ese espacio propio es en el que van a funcionar. La película concibe el riesgo como la esencia de esa vocación, el placer como parte del trabajo y la diversión como un aprendizaje en el seno de esa cofradía. "Ángeles de Charlie se trata del trabajo en equipo entre mujeres –reafirma Banks–. Sobre la hermandad, de la colaboración y las grandes ideas que se requieren para afirmar nuestro lugar en el mundo de hoy".
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