La experimentada productora de televisión, hija de David Stivel y esposa del recordado periodista y conductor, desde el año pasado es directora artística del teatro Astros que en 2023 presentará la despedida de los escenarios argentinos de Héctor Alterio, en abril, y de José Sacristán, en septiembre
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El nombre de Andrea Stivel está asociado al espectáculo por vínculos y por derecho propio. Hija del director David Stivel, creció en ese entorno de artistas prestigiosos que cambiaron la televisión argentina, y, muy joven, formó pareja con el periodista y conductor Jorge Guinzburg, con quien trabajó codo a codo durante más de dos décadas hasta el final de su vida, el 12 de marzo de 2008. Siempre supo que ese era el mundo a habitar. No en el escenario ni ante las cámaras sino detrás, en el armado infalible de un reloj que no despierta pasiones ni pedidos de autógrafos: la producción en la tevé de aire. Desde Mesa de noticias, en los comienzos de la democracia, hasta Mañanas públicas, lo último que hizo para la pantalla chica, fue parte de Chabonas, Infómanas, Mañanas informales y Cuéntame cómo pasó, entre otros ciclos.
Desde el año pasado no es la televisión el lugar donde despliega energía y toda su experiencia sino el teatro Astros, en la calle Corrientes, una sala históricamente ligada a la revista porteña pero que con su reinauguración, en mayo de 2022, cambió la cara. No solo por la remodelación edilicia sino por la oferta de espectáculos firmados por dramaturgos y directores como Javier Daulte y Rafael Spregelburd.
“Para mí, tenerlos a ellos era y es un lujo”, dice la directora artística del teatro que abrió sus puertas por primera vez, por iniciativa del empresario Héctor Ricardo García, en 1973 con la actuación de Raphael. Esta vez, la reapertura fue con Las irresponsables, de Daulte, interpretada por Julieta Díaz, Paola Krum y Gloria Carrá, y que se repondrá en mayo.
“Me entusiasma encontrar un punto intermedio entre lo que es tradicionalmente una sala de Corrientes, con convocatoria porque es un teatro grande, pero al mismo tiempo con calidad. Y pudimos hacerlo porque se generó confianza. Cuando Javier y Rafa vinieron a conocer el teatro, esto era una obra en construcción llena de escombros. Debutamos con dos obras al mismo tiempo, la del escenario y la del edificio”, dice esta mujer encantadora que no disimula la felicidad que le genera anunciar lo que viene. En marzo, Inferno, de Spregelburd, continúa pero con el reemplazo de Pilar Gamboa por Andrea Garrote (jueves y viernes); Felipe Pigna y Magalí Sánchez Alleno estrenarán Mujeres insolentes de la Historia (4 de marzo); Nada del amor me produce envidia, el imbatible unipersonal de Santiago Loza con María Merlino, dirigido por Diego Lerman (los domingos); y la música con Vox Dei, por los 50 años de La Biblia (25 de marzo).
Para abril, con orgullo dice que Héctor Alterio será de la partida con el espectáculo A Buenos Aires (desde 2008, cuando hizo Dos menos con José Sacristán, no se presentaba en escenarios porteños), escrito y dirigido por su mujer Ángela Bacaicoa –por primera vez trabajan juntos– y acompañado en el piano por Juan Esteban Cuacci. En mayo, será Nacha Guevara quien se suba al Astros con un musical aún sin nombre confirmado y, en septiembre, José Sacristán hará Señora de rojo sobre fondo gris, basado en la novela del español Miguel Delibes que el actor adaptó y estrenó en 2018.
–¿Cuál es tu vínculo con el teatro? Porque se te asocia más a la televisión.
–Es cierto, pero yo al teatro lo traigo desde la infancia gracias a mi papá. Tanto la tele como el teatro eran lugares de encuentro. Mis padres eran separados y como mi papá trabajaba mucho los fines de semana, me quedaba con él. Así que cuando no estaba en un canal de televisión, estaba en un teatro y eso me marcó mucho. Después me metí de lleno en la tele y, más tarde, junto con Jorge (Guinzburg) en Villa Carlos Paz, volví al teatro a darle una mano con las cosas que hacía. Siempre me interesó.
–¿Estudiaste actuación?
–Sí, pero siempre tuve una vergüenza espantosa y me resultaba imposible. Estudié con Raúl Serrano, con David Amitín, hice cosas sueltas, cursos de actuación y dirección pero me moría de vergüenza. Me sirvió para formarme pero siempre me sentí muy cómoda con la producción.
–¿Cómo empezaste a trabajar?
–No fue con mi papá porque él estaba exiliado en Colombia. A los 18 años, me metí a meritoria en programas de televisión con Oscar Barney Finn, con Roberto Denis, con Miguel Larrarte. Miguel y Roberto eran directores integrales, dirigían actores y hacían la puesta en escena. Ahí sentía que nadaba en aguas conocidas. Tuve continuidad y pude quedarme en lo que en aquel momento era ATC.
–¿El apellido te ayudó o te perjudicó en tu carrera?
–No, no me ayudó para nada. Sí en cuanto al reconocimiento de los directores y de los actores, pero no a efectos de abrirme puertas. En Canal 9, cuando se dieron cuenta de que yo era “la hija de Stivel”, me prohibieron la entrada. Él siempre fue un gran referente, pero en la etapa más complicada de la dictadura no me ayudó para nada.
–¿Pudiste compartir trabajos con él?
–En 1983, en La memoria y Los gringos, en ATC. Cuando volvió la democracia, Alfonsín invitó a personajes de la cultura a volver al país y trabajar. Y yo era productora en ATC cuando él recibe la propuesta y por eso coincidimos y obviamente trabajamos juntos. Era muy bravo, muy exigente. Me gustó pero tuvo un costo emocional enorme para mí, hay cosas que se mezclan entre lo laboral y lo familiar. Fue un gran aprendizaje porque era un verdadero maestro, pero fue muy duro transitar eso, ya habían pasado muchos años de su partida, si bien yo iba a visitarlo a Colombia. Mi padre trabajaba como nunca vi a nadie en puesta de cámara y dirección de actores en televisión. Creo que tenía una cabeza privilegiada, una intuición y una sensibilidad únicas. Pero, a la vez, la relación padre e hija, la carga afectiva, fue un sacudón.
–Creciste en una familia con muchos ensambles pero nunca aparece el nombre de tu mamá.
–Mi madre es Inés Margulis, no se dedica a la cuestión artística y tiene muy bajo perfil. Mi papá antes estuvo casado con Zulema Katz, la madre de mi hermano Alejo, que es músico, tuvo un grupo con Ariel Roth en España y es el productor de Joaquín Sabina. Mi otro hermano, por parte de padre, es Mateo, hijo de María Cecilia Botero, una gran actriz colombiana que hizo la voz de la abuela en la película Encanto, en inglés y en español. Mateo es autor y director y vive en Bogotá. Y tengo otro hermano, el menor, por parte de mi mamá –que se volvió a casar– y vive en San Pablo. Mis tres hermanos viven en el exterior, pero tengo mucha relación con todos ellos.
–¿Tuviste relación con otras parejas de tu papá?
–Sí, con Bárbara Mujica, fueron once años de pareja, era parte del “clan Stivel”. Muchos ensambles familiares. Y conocí a Virginia Vallejo (periodista y conductora colombiana) también cuando estaba casada con mi papá pero duró poco. Conocí a todas sus mujeres, yo era chica y me iba un mes a Colombia, en las vacaciones escolares.
La familia que fundó con Jorge Guinzburg también es ensamblada. El periodista, catorce años mayor que Andrea, ya era padre de Soledad y Malena cuando comenzó a salir con la joven productora en los años 80. Juntos tuvieron a Sacha, hoy de 35 años, e Ian, de 33. El mayor es socio en el teatro Astros, se dedica a las finanzas y vive en Miami; el menor es actor y productor. Ninguno de los dos, todavía, hizo abuela a mamá Stivel.
“Jorge y David son (porque, para mí, siguen siendo) dos hombres con los que tuve el privilegio de compartir la vida en distintas etapas y de distinta manera. Después de Jorge, que parece mentira que ya se cumplen quince años de su muerte, tuve otra pareja varios años, sin convivencia, pero ahora estoy sola. Yo creo que viví dos vidas. Me pone un poco sensible. Me mueve mucho eso”, dice Stivel que no puede evitar la emoción cada vez que habla de Guinzburg, sonríe con lágrimas al mismo tiempo.
–¿Tu papá y tu marido se conocieron?
–Sí, y se llevaron muy bien porque había una admiración mutua entre ellos. Mi papá, aunque vivía en Colombia, venía para acá y nosotros también íbamos a visitarlo con los chicos. Fue poco tiempo, porque papá falleció muy joven, casi 62 años; Jorge también (a los 59).
–¿Cómo era trabajar con Jorge?
–Me gustaba mucho acompañarlo, elegía hacerlo y a la vez, enriquecía la relación, a diferencia de lo que fue trabajar con mi papá. El trabajo era muy importante en nuestra vida: para Jorge era fundacional. Y yo me sumé con mucho placer a esa dinámica porque íbamos para el mismo lado. Me involucré en muchos de sus proyectos: no estuve en Peor es nada, sí en una temporada de La Biblia y el calefón; en Mañanas informales, sobre todo, y en Ilustres y desconocidos, en TN. Pero también tuve mis espacios propios en la tele (Chabonas, Infómanas, Una para todas, con mujeres de distintas décadas que duró muy poco), pero siempre con su mirada, eran acuerdos mutuos.
–¿Alguna vez surgían diferencias de criterios entre ustedes?
–La única diferencia que tuve con Jorge en mi vida fue de altura (16 centímetros). A mí nunca me gustó tener exposición, no se me jugaba nada en el tema de los egos, no competíamos en eso. Además Jorge era un tipo muy inteligente, sabía cómo era, trabajaba mucho el tema de su ego, lo manejaba.
–¿Ya no te engancha la tele?
–Me sigue gustando. Pero cumplí 60 y hay cierta energía de la tele, sobre todo en los programas diarios, que exige una rutina que estoy tratando de evitar. El teatro me exige lo mismo –o me exijo yo que estoy 24x7 en esto– pero de otra manera. Pero sí, la TV abierta me encanta. Llego a mi casa y, antes de ver una película o una serie, miro un rato los canales de aire, porque es entretenimiento vivo, algo distinto que me da mucho placer.
–¿Del teatro qué te gusta?
–Me sensibiliza mucho el teatro, de verdad, me parece que transmite mucha emoción, lo que pasa desde el escenario en vivo con el público es algo mágico, muy poderoso. Y me gustan las buenas historias, son un buen punto de partida que, obviamente, hay que acompañar con la dirección y actuaciones para que sea un combo perfecto.
–¿Cómo te recibieron los teatreros?
–Si hablamos de productores de teatro, tengo relación con Carlitos Rottemberg y Sebastián Blutrach, a quienes conocía de antes y les tengo mucho cariño. Me siento muy bien, aunque pienso que estoy transitando un desafío. Traigo un bagaje propio pero, a la vez, es algo totalmente nuevo.
–¿El principal desafío cuál es?
–Hacer un buen producto y que la gente venga. Disfruto mucho del teatro, tiene algo mágico entrar a la sala. También ir al cine que ahora lo recuperé, después de la pandemia. Las dos son ceremonias maravillosas e imperdibles.
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