Andrea Rincón y los nombres propios del espectáculo local
Hasta fines de los años 90, el sistema de nombres propios del espectáculo local cuidó en demasía cada foto en vidrieras de revistas y cada relación amistosa. Fueron tiempos en los que hubo instantáneas fugaces (Graciela Borges, Susana Giménez María Julia Alsogaray y el tapado de piel en la tapa de la revista “Noticias”) pero también relaciones sociales estratégicamente duraderas (Nicolás Repetto y Alan Faena).
En aquel entonces, ser de la farándula era ser de un linaje cuyas reglas de instrucción estaban inscriptas en la farándula misma y no afuera de ella: Pancho Dotto te presentaba y Sol Acuña se sentaba a tu mesa. El panteón de la fama era una zona de inmortales: la ocupaban muy a menudo los mismos y se llevaban divino, eran “amigos, ahora y para siempre amigos” como rezaba el estribillo de uno de los hits de “Ritmo de la noche”.
¿Qué pasó después? ¿Torres Gemelas y De la Rúa en helicóptero? No solamente: aparecieron los realities. Uno de los primeros, “Gran Hermano” (marzo de 2001 por Telefé) alteró las bases y condiciones del reconocimiento: en menos de un año y sin haber sido descubierta en un balneario uruguayo de la mano del empresario Manuel Antelo, bastó con bailar “El meneaíto” en la casa más famosa del país para alcanzar notoriedad. Entonces, cundió el pánico entre los socios vitalicios de la elite local: ¿qué hacer de ahora en más con el aluvión de “hermanitos” y ex participantes de “El bar”, “Popstars”, “Operación triunfo”, “Expedición Robinson” y, por qué no, “Reality reality” con Juan José Camero ensayando al aire todos sus estertores posibles? ¿Ignorarlos, ponerse de novios, invitarlos, saludarlos o luchar en su contra? ¿Son dignos o no son dignos de entrar al antológico mailing del ex RR.PP. Javier Lúquez?
Hay un caso que parece haber resuelto con el tiempo todo interrogante: Andrea Rincón. Diez años atrás, Rincón entraba a “Gran Hermano” y contaba su peregrinaje. Noches durmiendo en plazas, consumos problemáticos y novelón familiar. De ahí en más, fue chica de vodevil en las sierras cordobesas, vedette del Miguel Ángel Cherutti y contricante de Mónica Farro en disputas televisadas varias. Pero hubo un momento en el que “los chetos” de antaño vieron en ella a la “amiga guarra” que conviene tener. En ese desplazamiento, ella tuvo un romance crucial: fue pareja de Ale Sergi, líder de Miranda y el affaire fue a parar a un disco, “Safari”, de 2014.
Como quien negocia con aquello que cree que es “el bajo fondo” -fondo que se estima bajo en la medida en que quien “desciende” se siente “arriba”- Rincón pasó a ser musa. Actuó en la telenovela “La leona” con Pablo Echarri y logró colarse en la miniserie “Un gallo para Esculapio” por pedido expreso y sostenido, dicen, de Evangelina Salazar a su hijo Sebastián Ortega, el productor. Es íntima de Julieta, que la vio por la calle en Palermo chiquitísimo y quedó impactada por su belleza y días atrás pasó la vigilia electoral con Cecilia Roth y Fito Páez en un patio colmado de “gente con swing”.
La farsa vernácula encontró así su “buen salvaje”: el ejemplo de aceptación de la diferencia que la mantiene actualizada y la muestra inclusiva.
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