"Alfredo tenía una gran presencia escénica"
En 1968 estrené mi primera obra como director y Alfredo Alcón fue a verla. Nos conocimos al año siguiente, cuando nos llamó Osvaldo Bonet, director del Teatro San Martín por entonces, para hacer Romance de lobos, de Ramón del Valle Inclán. La obra tuvo un gran éxito y a mí me representó un paso muy importante en el plano profesional, pero, además, allí nos hicimos muy amigos. Luego lo dirigí en Las brujas de Salem, de Arthur Miller, que estuvo tres años en cartel, en el Blanca Podestá y también en Mar del Plata. La sala estaba siempre repleta. Teníamos un chiste con Alfredo y decíamos que cuando hubiera algunas butacas vacías en la última fila del pullman ésa sería la señal que nos marcaría que debíamos bajar la obra de cartel, pero el teatro estaba siempre repleto.
A fines de los noventa también hicimos Ricardo III. Nos propusimos abordar el trabajo como una tragicomedia y nos inspiramos en Carlos Menem como personaje. Tomamos actitudes de esta persona que hizo tantos desastres. Su trabajo en esta obra era notable. Cuando Shakespeare entraba en su boca, era imposible olvidarse de esos versos. Tenía una gran presencia escénica y una voz excepcional.
Todos sus trabajos en cine eran buenos, pero podría destacar el de En la ciudad sin límites (2002), con Leo Sbaraglia y Fernando Fernán Gómez. Era un papel chiquito, pero lograba emocionar como él sabía hacerlo. Alfredo tenía mucho humor, nos reíamos mucho juntos. Me llamó cuando salió de la clínica y habíamos quedado en que cuando se recuperara nos íbamos a juntar para emborracharnos. No pudo ser.
Director teatral
Agustín Alezzo
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