Alfredo Arias. "Me declaré niño peronista a los 7 o 9 años"
El creador estrena dos obras en las que revisa a dos figuras de la cultura argentina: Fanny Navarro y doña Petrona C. de Gandulfo
"La palabra del artista atraviesa la historia para hacerla evolucionar. Lo que pasa es que la historia política sí tiende a paralizarse y dejar víctimas alrededor", dirá en algún momento de la charla Alfredo Arias, como si estuviera analizando noticias actuales de Europa o de acá mismo. Pero no. Habla de otros tiempos, de otros paradigmas del pasado argentino que, inevitablemente, tienden lazos con la actualidad.
Como si respondiera a una hábil organicidad interna, todo fluye en la charla con Alfredo Arias, en este adulto que se resiste a dejar de jugar como un niño, en ese niño que precozmente se declaró peronista, en aquel joven que fue figura de avanzada del Di Tella, en este creador tan porteño como parisino director de obras de Copi, Sartre, Shakespeare, Mishima o Genet que monta una revista para el Folies-Bergère como una ópera para el Teatro Colón o cualquier otro gran teatro lírico europeo.
Desde hace años, este Comendador de las Artes y las Letras de Francia tiene la sana costumbre de volver a la Argentina sin haberse ido nunca del todo. En ese personal puente entre su país natal y el de residencia, estrena la semana próxima en el Cultural San Martín una especie de díptico en el cual, fiel a otra de sus costumbres, revisa su propio pasado para indagar en nuestro propio pasado como sociedad.
Estreno uno: Deshonradas. La obra promete undiálogo maldito entre la diva de cine Fanny Navarro (1921-1971) y un ser oscuro que la interroga en tiempos del derrocamiento de Perón. De aquel peronismo fue fanática. Lo pagó caro.
Escrita por Gonzalo Demaría, la obra está protagonizada por Alejandra Radano y Marcos Montes.
Estreno dos: Comedia repostera. En esa obra, Arias evoca el universo de doña Petrona C. de Gandulfo (1896-1992). Doña Petrona fue la primera cocinera mediática bien argentina en tiempos de pantalla en blanco y negro e interferencias que, en medio de una receta para hacer un bizcochuelo, era capaz de decir "pongan de levadura más o menos unos 70 o 90 gramos, según las condiciones meteorológicas". Se tratará de una lectura escénica a cargo del mismo Alfredo, junto con Alejandra Radano.
"Me da la impresión de que yo nunca me he ido de Buenos Aires -dice a pocos días de haber llegado de París este dandi de la escena-. Siempre estoy relacionado con un proyecto de escritura que tiene que ver con el acá. Sólo me desplazo físicamente sin haberme nunca desenchufado de aquí por más que esté en constante trabajo en Europa en medio de mundos absorbentes."
-¿Ni en el largo período hasta el retorno a la democracia y tu vuelta a la escena local dejaste de relacionarte con lo que sucedía acá?
-Ahí sí. Además, ese lapso lo usé como un largo período de aprendizaje de la cultura francesa. Para poder expresarme y realizar un trabajo a largo plazo en Francia debía saber muchas cosas de ese público como para interesarlos, conmoverlos.
-En este irte y no irte de Buenos Aires, venís montando trabajos en los que estás revisando tu propio pasado. ¿Eso parte de una estrategia, un impulso, una necesidad?
-Es un impulso producto de mi fuerte relación emocional con mi infancia. De todas maneras, tengo que crecer antes de morirme. Es decir: voy a abandonar mi infancia para poder dar un paso adelante en mi crecimiento [se ríe].
-En verdad, no creo que eso nunca suceda, que lo permitas...
-Quizás [y vuelve a reírse]. Entonces, seré una especie de Peter Pan de la historia del teatro argentino. Pero es cierta esa necesidad de indagar en mi pasado. Y en ese pasado, en su contexto, el peronismo es algo fundador. Yo, que siempre estuve en reacción a mis padres radicales, me declaré niño peronista cuando tenía unos 7 o 9 años. Iba a los sindicatos, recitaba poemas en los hospitales, hacía títeres en lugares carenciados...
-¿Qué decían tus padres frente a semejante monstruito?
-Fue raro... Toda vez que expresé mi necesidad de hacer algo ligado a la actuación, ellos se espantaban. Algo de eso aparece en Comedida repostera. Ahí cuento cómo es que, a los 11 años, me mandaron al Liceo Militar, a ese hospicio que respondía al primitivismo de mis padres y a la necesidad de que alguien me lavara la cabeza. El precio, cinco años de encierro. Además, yo movía excesivamente las manos y creaba un desorden un tanto desagradable en medio de ese contexto. De todos modos, en perspectiva, debo reconocer que nunca dejé de mover las manos y acá estoy.
-¿Fue muy traumático todo ese tiempo de encierro?
-Fue muy violento. Traumático no, porque gestioné un modo de sobrevivencia. Tuve la suerte de ser un buen alumno en la parte de estudios, eso me dio una posición dentro de mi camada. Pero el último año, a mis 14 y sin saber nada de nada, en el Liceo me acusaron de ser comunista. Eso venía a cuento de mis salidas con un cadete mayor a ver obras de Sartre, Beckett, Camus, Ionesco. Salíamos del cuartel y veíamos La cantante calva, Esperando a Godot...
-¿Llegaste a ver la mítica puesta que Jorge Petraglia hizo de Godot?
-Claro, de uniforme de cadete [vuelve a reírse mientras se acomoda su saco y mueve las manos como planchándose aquel uniforme]. Como los del Liceo entendieron que todo eso me transformaba en un comunista me relegaron, fui a parar con los peores de mi curso. O sea: los más lindos, los más divertidos, los más geniales, los que no ambicionaban ser un alumno brillante [cosa tremendamente aburrida].
-¿El texto de doña Petrona te sirvió para revisar parte de esa historia?
-Diría que, en cierta manera, Petrona me psicoanaliza mientras yo le critico sus recetas utópicas. Es que ella encarnó una utopía en medio de los albores de la televisión en blanco y negro y la llegada de la cocina de gas. A ese artefacto doña Petrona lo transformó en una especie de nave espacial que llevaba a la gente a, digamos, una "luna repostera". Era tan fantasiosa en lo que hacía que, de hecho, ninguna de las ilustraciones de sus tortas que aparecen en las primeras ediciones de sus libros son comestibles. Hacía unas tortas con formas de barco, de costurero, de cancha de fútbol con formas que eran de un surrealismo imposible.
- Algunas de esas escenas las reconstruiste hace unos años para una muestra escultórica que presentaste en la Fundación Proa.
-Claro, me dediqué a reposterar lo suyo. El texto que estrenamos ahora tuvo su primera lectura en Francia y, con el tiempo, fui desarrollando un trabajo dramatúrgico que está a punto de ser leído. Para no confundir a la gente, es bueno dejar en claro que Comedia repostera es una lectura escénica en la que Alejandra Radano y yo nos presentamos con un vestuario creado para la ocasión y hacemos algunos movimientos marcados, pero sólo eso.
-¿En esa instancia de representación está el punto ideal de cocción de la propuesta?
-Sí, había que reducirlo a su expresión más minimalista. En contraposición, Deshonradas es un verdadero despliegue espacial y coreográfico. Por otra parte, tomándolo como díptico, me gustaba el diálogo entre estas dos mujeres -Fanny Navarro, en Deshonradas, y doña Petrona, en Comedia repostera- que fueron protagonistas de un momento histórico.
-¿Qué simbolizan?
- Por lo pronto, comparten un mismo período histórico. Fanny Navarro era una fanática que asumió una exposición ideológica que le hicieron pagar demasiado caro. Y el fanatismo no puede ser combatido con más fanatismo. Es decir, la destrucción sistemática que hicieron de esta mujer me hizo pensar si no era una manera de vengarse de Eva Perón.
-¿Por qué será que en los últimos años ya hubo puestas de este tipo de personajes que están atravesados por el peronismo?
- Es que el personaje de Eva Perón es tan potente en el orden/desorden que creó que, todavía hoy, es una especie de referencia entre tantísimas mujeres de poder. En Nada del amor me produce envidia, texto de Santiago Loza, la destrucción de esa costurera era porque no sabía si le tiene que vender el vestido a Eva Perón o a Libertad Lamarque. Ante esa impotencia, decide destruirse en lo que es, quizás, una metáfora de una mujer como Fanny Navarro, que, si bien no se incendia, la incendian. Fanny Navarro simboliza una gran injusticia. Lo que habría que entender es que la palabra del artista atraviesa la historia para hacerla evolucionar. Cada mente que se compromete con una ideología piensa que puede hacer progresar la cosa, yo no creo que esa persona tenga un interés particular en enriquecerse o traicionar a alguien. Lo que pasa es que la historia política sí tiende a paralizarse y dejar víctimas alrededor.
-¿Te sentiste víctima cuando a fines de los 60 partiste a Francia?
- Fue una etapa muy particular. Se sentía que estaba viniendo algo monstruoso. Como vi venir eso, me enfrenté a la pregunta de en dónde quería situarme.
-¿Esa pregunta se activa cada vez que venís a Buenos Aires con un espectáculo? Dicho de otro modo, ¿hay una reflexión a priori sobre qué querés contar o decir al público?
- Absolutamente. Modestamente he tratado de tener una coherencia de pensamiento. De todas maneras, lo peor que le puede pasar a un artista es querer dar cátedra, contar algo. Como creador, lo que uno va diciendo es algo que se teje en la historia.
- En ese entramado, durante años Marilú Marini fue tu actriz fetiche y, desde hace un tiempo, lo son tanto Alejandra Radano como Sandra Guida.
- Para mí, el marco afectivo es interesante para tejer una historia de creación. Dura lo que dura porque la gente, quizá, se puede bancar más o menos esa expectativa. También hay un tema ligado a la identidad cultural. En el caso de Marilú, fue una larguísima historia de compartir una ideología. Estuvimos en el origen de muchas cosas que fueron creciendo. A Alejandra y a Sandra las veo de otra manera, pero el talento de ellas me parece muy oportuno para las historias que quiero contar.
-Tu anterior trabajo fue un proyecto para estrenar en la escena comercial que quedó en la nada.
-Sí, fue una gran frustración. Después me di cuenta de que, en verdad, para los productores no era necesario invertir en algo así. Prefieren comprar Mamma mía o Los locos Adams, que son productos probados, a aventurarse en una verdadera creación local. Lamento profundamente que se mire para Miami y que no se mire para dentro. Para ese espectáculo, contábamos con textos de Santiago Loza y Gonzalo Demaría; las actuaciones de Enrique Pinti, Alejandra Flechner, Carlos Casella, Alejandra Radano; teníamos el arte de Juan Gatti... Pero, claro, en el fondo pienso que no somos indispensables porque no respondemos al duty free del espectáculo. En principio me había imaginado que era bueno entrar al esquema del teatro comercial, que podía ser como un indicador de que se pueden hacer aquí cosas de ese estilo. Pero no. Cuando Fernando Moya [de la productora Time4Fun] se debe de haber encontrado con los productores brasileños para contarles quiénes éramos nosotros, seguro que los otros no entendieron nada. Andá a explicar quién es Pinti, se deben de haber aburrido de escucharlo.
Y vuelve a reírse como otras veces. Aunque, esta vez, sea con cierta mueca de resignación. Eso sí, sigue moviendo las manos.
Deshonrada
de Gonzalo Demaría
Elenco, Alejandra Radano y Marcos Montes.
Funciones, miércoles, jueves y sábados, a las 20.30.
Sala, El Cultural San Martín (Sarmiento 1551).
Comedia repostera
de Alfredo Arias
Elenco, Alejandra Radano y Alfredo Arias.
Funciones, martes, viernes y domingos; a las 20.30.
Sala, El Cultural San Martín (Sarmiento 1551).
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