Por qué 2018 es el año en que la cultura pop coreana logró conquistar al mundo
Es la gota que rebasó el vaso y se transformó en ola. Es el caballo de Troya versión cultura popular que le dio forma a un fenómeno afianzado en 2018 y que tiene continuación asegurada en 2019. Gracias a la explosión provocada por el éxito de la banda BTS se concretó la definitiva aceptación del K-pop como género musical mainstream y el suceso de los fabulosos siete que comenzó en las redes sociales, se extendió al ranking Billboard, al consagratorio reconocimiento en los medios norteamericanos, discurso en las Naciones Unidas incluido, le permitió a la producción de contenidos de entretenimiento hechos en Corea del Sur atravesar fronteras literales y figuradas para convertirse en origen y fuente de mucho de lo que se ve y se verá en cine y televisión en el resto del mundo.
Un nuevo orden en el escenario de países que dominan los consumos globales. Objeto de sesudos análisis de geopolítica en que Corea del Sur es destacada como uno de los países con mayor alcance y atractivo en términos culturales de los últimos años, un lugar alcanzado gracias a políticas estatales sostenidas y una creatividad enorme, tal vez lo más notable del avance de la cultura K (de Korea) sea su capacidad de ser al mismo tiempo orgullosamente local y estratégicamente universal.
Las comparaciones son odiosas, pero útiles: si en 2017 gracias a "Despacito" ciertos sonidos latinos alcanzaron cada rincón del planeta, lo cierto es que ese fenómeno tuvo una vida útil relativamente corta y no se extendió mucho más allá de la omnipresencia de aquella canción; en 2018 la ola coreana -Hallyu, para los entendidos-, que hace décadas domina el consumo cultural asiático, llegó a las playas de Occidente en todo su alcance. Un paquete variado y colorido que incluye series, programas de entretenimientos, películas y sí, música, mucha música.
Si bien el gran salto tuvo como epicentro la aceptación del público y los medios de los Estados Unidos del pop coreano, el último empujón que le faltaba a la producción cultural del país asiático, lo cierto es que su impacto se siente en todos lados.
De hecho, la cartelera cultural local reciente lo demuestra: en el transcurso de pocas semanas se inauguró la nueva sede del centro cultural coreano en Buenos Aires en el reacondicionado Palacio Bercich, se estrenó y sigue en cartel la notable película de terror Gonjian: hospital maldito en las salas argentinas (ya se había visto este año en el quinto festival de cine coreano en Buenos Aires que organiza el centro); ayer se exhibió en las salas Village, Hoyts y Cinemark de CABA el documental musical Burn The Stage: The Movie, dedicado al ascenso de BTS y que llegará a las salas de todo el país en dos semanas; y también ayer la violinista Gyehee Kim brindó un concierto en el CCK. Por último, el trío Yoonseung Cho se sumará al festival de Jazz que comenzó esta semana en la Usina del Arte. Además, el Festival de Mar del Plata, pionero en la tarea de difundir la excelente cinematografía coreana por estos lados, programó en su sección Panorama la película Burning, de Lee Chang-Dong, film que figura entre los favoritos para competir en los Premios Oscar en la categoría de mejor película extranjera. Un paso que de concretarse pondrá a la producción coreana de cine aún más cerca del centro neurálgico de la industria audiovisual global. Aunque a esta altura tal vez ni siquiera necesite el Oscar para alcanzar ese objetivo. Al menos eso parece indicar la anunciada remake de la exitosa película Invasión zombi, que producirá James Wan, director de Aquaman, que por esas cuestiones de la producción cinematográfica global podría coincidir en las salas con Peninsula, la secuela que prepara el director del film original.
La otra televisión
Aunque muchos no lo sepan, una de las series más vistas actualmente en los Estados Unidos, The Good Doctor,es una versión bastante fiel de un drama coreano estrenado en 2013. Un relato (disponible en Amazon Prime Video) que llegó a las pantallas norteamericanas -y por extensión a las del mundo-, gracias a la iniciativa de Daniel Dae Kim. Si el nombre suena conocido es porque se trata del actor coreano criado en los Estados Unidos que se hizo conocido gracias a su trabajo en Lost. Atento al enorme potencial de la industria televisiva de su país de origen, Kim compró los derechos de la ficción emitida por el canal público KBS y convocó a David Shore, creador de House, para que se encargara de la adaptación. El suceso inmediato del programa alertó a la industria televisiva norteamericana, que se puso a buscar otras historias que pudieran causar similar impacto. Y, como sucede en los últimos años, primero en la fila para quedarse con lo mejor de la nueva producción televisiva coreana estuvo Netflix .
Kingdom, la serie que estrenará la plataforma de streaming el 25 de enero, combina el relato de zombis con el drama político de época, un destilado de los temas presentes en muchas de las series y películas coreanas más exitosas de los últimos años. La ficción de 8 episodios -con segunda temporada ya confirmada- apuesta a conquistar al público global de Netflix con una historia indiscutiblemente local. Una estrategia que funciona como demostraron el K-pop y su negocio estimado en cinco mil millones de dólares anuales.
La miniserie transcurre durante la era Joseon -un período de la historia coreana que se extendió del año 1400 hasta 1900- y cuenta lo que sucede cuando una misteriosa enfermedad azota al reino, convirtiendo a su monarca y muchos de sus súbditos en muertos vivos. La narración se centrará en las intrigas palaciegas y las batallas que deberá librar el príncipe heredero para combatir la plaga zombi. Con un notable despliegue de producción y un elenco que incluye al taquillero actor Ju Ji-hoon (Along With the Gods 2, la película más vista de su país en 2018) y la reconocida actriz Bae Doo-na (The Host, Sense8), Kingdom, al igual que la comedia romántica Love Alarm, anunciada para el año próximo, se sumará a la abundante oferta de contenido del país asiático que Netflix ya tiene disponible. Unos programas que incluyen algunos de los mejores exponentes de sus miniseries (o k-dramas, como se los denomina usualmente), como Stranger, Prison Playbook, Answer 1994 y Answer 1997 -las dos últimas, especialmente recomendables para los fanáticos del K-pop-, y también a un puñado de ciclos híbridos que cruzan la ficción con los elementos de los programas de entretenimientos. Una combinación original, particular y que anticipa algunas de las formas que asumirá la TV global en el futuro cercano.
Shows de realidad
Entre ellos se destaca ¡Sorpresa!, en el que un grupo de famosos que incluye al conductor televisivo más célebre de Corea, Yoo Sae-suk, el actor Lee Kwang-soo (protagonista de la primera temporada de la serie cómica The Sound of my Heart, también disponible en Netflix) y Oh Se-hun, integrante de EXO, una de las más populares bandas de K-pop, juegan a ser detectives por un rato. Lo curioso del formato es que los protagonistas utilizan sus nombres verdaderos y las interacciones entre ellos no están guionadas y, al mismo tiempo, interpretan personajes que no son precisamente ellos. Una premisa que cruje y se reconstruye cada vez que la improvisación gana terreno. Con una segunda temporada confirmada, ¡Sorpresa! tiene una estructura novedosa para los espectadores occidentales, pero una rápida vuelta por YouTube demuestra que, con diferencias, aparece usualmente en la TV coreana.
Siempre en busca de algo nuevo en esa industria, suelen estirar los límites de los reality shows y los programas de variedades que sirven como plataformas de lanzamiento y promoción de las carreras de sus muchos ídolos (como se denomina a los integrantes de los grupos de K-pop), comediantes y actores. Así, las celebridades pueden, por citar un par de ejemplos, participar en programas de citas donde fingen estar casados, mientras desde el estudio sus padres opinan sobre la viabilidad de la pareja de mentiritas (In-Laws in Practice) o abrir sus casas para recibir y convivir un tiempo -con las cámaras siempre encendidas, claro- con visitantes extranjeros en busca de saber más sobre Corea del Sur. Un peculiar ciclo de viaje, Seoul Mate, en el que este año participó un viajero argentino, Gabriel Pressello, encargado de relaciones públicas, prensa y programación del centro cultural coreano de Buenos Aires, y cuya anfitriona fue la reconocida actriz televisiva Hyo Rim Seo, dispuesta a difundir su cultura y aprender algo sobre la nuestra.
Uno de los aspectos más originales de la industria del entretenimiento coreano es el provechoso lazo entre el K-pop y la TV, un tándem de origen que la televisión norteamericana está intentando reproducir. Especialmente después de que las apariciones de BTS en el programa de Ellen DeGeneres y su paso por The Tonight Show hicieron subir el rating y bajar considerablemente la edad promedio de sus espectadores. Un combo soñado para la alicaída televisión abierta que buscará concretar cuando en enero el canal Fox estrene en los Estados Unidos The Masked Singer. Se trata de su versión del concurso de canto coreano en el que famosos músicos interpretan canciones conocidas ocultando su identidad con curiosos disfraces entre graciosos y tiernos. Así, a los jurados les toca la doble tarea de calificarlos artísticamente y, de paso, intentar descubrir quién se oculta detrás de la máscara del unicornio violeta. Un reality show que les teme a los spoilers tanto como las series.
A los maestros, con cariño
Todo el furor coreano por la cultura pop coreana de 2018 tiene un antecedente cercano que no resultó demasiado bien. Es que hace unos cinco años, cifras de la taquilla global en mano y con las evidentes dificultades para ingresar en el mercado asiático a través de China, los estudios de Hollywood descubrieron Corea del Sur. O, para ser más precisos, vieron la avidez del público coreano por el cine y, en especial, por las películas hechas en su país, que en muchas ocasiones superaban en recaudación a los tanques norteamericanos. Y allí fueron entonces a la caza de los creadores de los blockbusters de autor como Bong Joon-Ho y Park Chan-wook, directores The Host y Oldboy, respectivamente. Sin embargo, la adaptación a los modos de la gran industria norteamericana no fue sencilla para ninguno de los dos.
En aquel momento parecía que la ventana de oportunidad para que la cultura pop coreana diera el gran salto hacia el mundo occidental se cerraba por la intransigencia de Hollywood. Sin embargo, este año todo cambió cuando el K-pop, a bordo de la nave de BTS, utilizó su poderosa influencia económica y sus pegadizas canciones para hacer volar por los aires los límites idiomáticos, los impedimentos territoriales y las muchas restricciones de la industria musical global. Solo era cuestión de tiempo para que el cine y la televisión aprovecharan el envión. Y ese tiempo ya llegó.
La conquista coreana: un fenómeno multimediático
Televisión : The Good Doctor, una de las series más vistas de la TV norteamericana está basada en una serie coreana de 2013. Más allá de la ficción programas como el reality show viajero Better Late Than Never y el inminente concurso de canto The Masked Singer también fueron adaptados de exitosos ciclos de la TV de Corea del Sur.
Cine : En 2016 Invasión Zombi fue festejada por la crítica en el festival de Cannes y recaudó más de 85 millones de dólares gracias a su estreno global.Eso permitió el estreno internacional de otros títulos como Gonjiam: hospital maldito y preparó el camino para el reconocimiento que está teniendo Burning, favorita para los Oscar.
Música : Conquistado el mercado norteamericano y el europeo y luego de aparecer en los diarios de todo el mundo después de su discurso en Naciones Unidas, BTS allanó el camino para que otras bandas de K-pop siguieran sus pasos. Así, el grupo NCT 127 participó del especial por el cumpleaños 90 de Mickey Mouse que emitió la cadena ABC.
Streaming : Netflix , atenta a los fenómenos globales, no sólo produce series coreanas sino que también sumó ciclos de entretenimientos como ¡Sorpresa! que ya tiene segunda temporada y adquirió una de las miniseries de ese país más esperadas: El 11 de diciembre estrenará el drama Memories of the Alhambra.
Lo que perdió el cine y ganó la televisión
En 2013, dos de los cineastas más exitosos y reconocidos de Corea del Sur, Bong Joon-ho y Park Chan-wook, intentaron suerte en Hollywood. Un experimento fallido. En el caso de Bong, a su maravillosa película Snowpiercer le tocó chocar de frente con el entonces poderoso Harvey Weinstein, que quiso quitarle la decisión sobre el corte final del film y ante la resistencia del director usó su considerable influencia para evitar que se estrenara, como correspondía, en la mayor cantidad de salas posibles. La experiencia de Park fue algo mejor con la menos ambiciosa Lazos de sangre, aunque la innecesaria remake de su Oldboy que hizo Spike Lee haya resultado una decepción y no la llave del reino que esperaba. Un par de traspiés que la TV y el streaming tomaron en cuenta para corregir curso y mejorar considerablemente la experiencia. Así, el año pasado Netflix produjo y estrenó Okja, de Bong, mientras que TNT lo incluyó entre los productores de la versión televisiva de Snowpiercer, que se estrenará el año próximo, y la BBC le dio rienda suelta a Park en The Little Drum Girl, su adaptación de la novela de John Le Carré.
El lado oscuro de la ola
Aunque a la hora del balance de 2018 el alcance global de la cultura popular coreana dé en rotundo positivo, lo cierto es que el suceso trajo también ciertas consecuencias negativas inesperadas. En el caso de BTS que acaba de ganar cuatro People's Choice Award, incluyendo el premio a banda de rock favorita y cuya biografía no autorizada editada por Penguin Random House ya llegó a las librerías argentinas, los reconocimientos llegaron con algunos problemas. Hace unos días se canceló su aparición en un popular programa musical japonés por la remera que usó Jimin, uno de sus integrantes, que parecía hacer referencia a las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki en relación a la liberación coreana del dominio colonial japonés. Un conflicto casi diplomático que requirió múltiples explicaciones y disculpas. Bastante similar a lo que sucedió cuando a raíz de ese episodio resurgió una producción fotográfica del grupo en la que su líder, RM, aparecía usando una gorra con simbología nazi. Aunque para los fanáticos de BTS se trataba de un incidente del pasado por el que ya se habían disculpado en su momento, la exposición actual hizo que volviera a surgir el problema. Y que hasta llegara a la atención del Centro Simon Wiesenthal. Las disculpas renovadas y aceptadas por el viejo "descuido" en la sesión de fotos que nunca fue publicada demostraron que tener más de 12 millones de seguidores en Twitter y más de 14 millones en Instagram no los protegen de las polémicas.
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