"¿Qué hice para que me llame el diario LA NACION? ¡Yo no tengo nada que ver! ¿Es para policiales?" Alberto Martín, con humor, se sorprende con la llamada telefónica y la posibilidad de la entrevista. Está claro que lo suyo es el bajo perfil. "No tengo nada importante para contar, no soy noticia, soy casi aburrido. Hoy en los medios interesan otros personajes, otros temas", explica. No es irónico, al contrario, lo dice con autenticidad.
-¿Creés que, con tantos años de trayectoria artística, no tenés nada para contar?
-A mí me parece que hoy sirve el escándalo, los chismes. Yo no alimento eso, no les sirvo. Por eso no me llaman para entrevistas, les arruino los programas. Pero, si tenés ganas de una nota, no tengo problema. Vos sabrás... ¿Cuándo y dónde nos encontramos?
La cita con LA NACION se da al día siguiente de esta charla informal, una hora antes de su ensayo de Viva la vida, el musical con las canciones de Palito Ortega que se estrenará en 2019 en el teatro Lola Membrives.
Aprender la soledad
"¿Cómo está el hombre más buen mozo de la televisión?", le dice una señora en plena vereda de Palermo. Él se sonríe, incluso se sonroja. Agradece. Parece una escena preparada. El actor mira, como diciendo, "yo no tengo nada que ver". Y le pide al cronista: "Ponelo, eh". Y sí, no es cuestión de desperdiciar piropos. Su voz es inconfundible. A pesar del tiempo que lleva alejado de los escenarios y de las pantallas televisivas, ese registro sigue resultando familiar. A los 75 años, Alberto Martín mantiene ese modo de decir. Así en la vida como en la comedia. Característico. Y, aunque florea sus canas, el corte de su cara y su peinado son aquellos de siempre.
Se lo ve entusiasmado, eufórico, con su regreso al teatro de la mano de la comedia musical Viva la vida, de sonada controversia en los últimos días por la posibilidad que Palito Ortega no autorice el título y la utilización de sus canciones. A la fecha, y superado los escollos, todo indica que a comienzos de enero se levantará el telón. Sin embargo, a pesar de la alegría de un regreso a lo grande en el escenario del Teatro Lola Membrives, algo nubla su mirada. Y hasta entrecorta ese timbre tan sonado de su voz.
Viva la vida reflejará la historia de un grupo de amigos que se promete, en juventud, que ante el primer síntoma de deterioro mental o físico de alguno, se enciende el alerta colectivo y se van todos a vivir juntos. Un elenco de jóvenes valores del musical argentino secundará a un seleccionado de populares artistas. Junto a Martín estarán Nora Cárpena, Mercedes Carreras, Martha Bianchi, Jorge Martínez y Rodolfo Ranni, todos dirigidos por Valeria Ambrosio, quien también es la autora del texto. "Por suerte, aún no he tenido ningún síntoma de deterioro", confiesa el actor y silencia. Y pierde su vista en el pensamiento más profundo.
-¿Le temés a eso?
-La verdad que no, pero debo decir que yo conviví con el deterioro.
-¿Por qué lo decís?
-Pasé diez años al lado de mi esposa con una enfermedad terminal y sin cura. Postergué gran parte de mi carrera y lo volvería a hacer. No me arrepiento, para nada. En lo personal, sufrí el dolor hace veinte días: me preguntaba cómo se puede sufrir tanto.
El actor refiere a una sonda gástrica que tuvieron que colocarle a partir de alguna molestia ya superada. "Fue dolorosísimo".
Pasé diez años al lado de mi esposa con una enfermedad terminal y sin cura. Postergué gran parte de mi carrera y lo volvería a hacer. No me arrepiento, para nada
-¿Cómo transitaste esa década junto a tu esposa enferma?
-Le dediqué mi vida a mi mujer. Hace diez años que no voy a Mar del Plata. Lo último que hice allá fue Fantástica, la segunda revista que hizo Carmen Barbieri. Después hice algo de teatro en Buenos Aires y televisión con Adrián Suar, él es mi amigo, me ayudó mucho.
-¿Qué tuvo exactamente tu mujer?
-Marta padeció esclerosis lateral amiotrófica. Todo se va terminando, menos el cerebro. Su cabecita entendía. Caminó hasta que pudo, comió hasta que pudo, habló hasta que pudo, escribió hasta que pudo y un día no pudo más nada de todo eso.
-¿Cuándo falleció?
-Murió el 9 de junio de este año. Estuvimos 45 años casados. Tuvimos a María Marta, Juan Martín y Juan Manuel y ya llegaron los nietos que son mi debilidad. Pero ahora hay que disfrutar sin Marta.
Se le entrecorta la voz y se percibe el esfuerzo por seguir hablando. El pudor de desnudar los sentimientos se hace carne en él. Quizás por esa cuestión de no mostrar en público más allá de lo que pide el trabajo.
-¿Cómo transitás la ausencia?
-Es muy difícil. Me cuesta mucho. Tengo un gran apoyo de mis hijos, de mis hermanas, de mis cuñados.
-¿El trabajo ayuda a distenderte?
-Sí, claro, pero son unas horas de viaje, otras de ensayo. Es poquito. El resto del día se hace largo. Busco puntos de apoyo adentro de mí para sobrellevar la vida. Es que el dolor no se siente hasta que no te lastimás.
Camino al andar
-Te sorprendías por la convocatoria para esta nota. ¿Sos consciente del camino que has recorrido?
-Todo fue cambiando mucho, son 54 años de carrera. Pero, aún hoy, hablo en la calle y alguien se da vuelta y me dice: "Lo saqué por la voz". No puedo decir si los cambios fueron para bien o para mal, pero ahora el medio consume otro tipo de cosas. No soy un producto que le pueda dar de comer a los programas, por eso me sorprende cuando me llaman para hacer una nota. ¡Algo de razón tengo, no estoy loco! Es que no tengo nada para contar que no sea vinculado a mi trabajo, a mis sueños.
-¿Y cuáles son esos sueños?
-Hacer, en La Jaula de las locas, el personaje que aquí interpretó Tato Bores. Pero me tengo que apurar, ¡ya tengo 75 años! ¿Hasta cuándo lo voy a poder hacer?
-La comedia ha sido el género con el que se te ha identificado mayormente. ¿Qué tipo de placer te otorga navegar esas aguas tan complejas, pero muy agradecidas por el espectador?
-Comencé haciendo telenovelas y unitarios nocturnos. Hasta que en 1979, Hugo Moser me propone hacer Los hijos de López. "¿Yo, de gracioso?", le dije. Y él tenía razón. Ahí empecé a respetar, y entender, qué es tener víscera para el humor. Pasa en las familias, cuando alguien, sin ser actor, dice una cosa a tiempo, tiene un remate justo. A mí no me gustan las divisiones, pero no es lo mismo un cómico que un comediante. Y no estoy haciendo un juicio de valor sino marcando una diferenciación entre ambos oficios. Los cómicos dicen cosas graciosas y los comediantes decimos cosas con gracia. No es lo mismo, es bien distinto.
-Buster Keaton decía que un cómico hace cosas raras. Y que un comediante hace cosas divertidas.
-Por eso, para el comediante, depende la gracia con la que diga sus textos para tener efecto o no.
-Hacer reír es sumamente complejo. Requiere de una dinámica que no todos pueden abordar. ¿Tendrá que ver con que todos lloramos, más o menos, por lo mismo, pero no nos reímos de las mismas cosas?
-Hay mucho de eso. Luis Sandrini decía: "Llorar hace una cebolla, pero ¿usted tiene una verdura que lo haga reír?".
Hugo Moser me enseñó a mirar. La mirada dice, habla. La mirada genera odio, pasión, humor. Saber mirar es un punto importante. Fundamental
-Decías que el autor y director Hugo Moser te hizo incursionar en la comedia, género que te consagró. ¿Qué te enseñó él?
-Me enseñó a mirar. La mirada dice, habla. La mirada genera odio, pasión, humor. Saber mirar es un punto importante. Fundamental. Yo me fijo hasta en la luz, porque preocupé de aprender sobre técnica. No solo la actuación nos tiene que importar. Cuando hago algún comentario sobre técnica, los técnicos se sorprenden. Pero un actor debe saber dónde pararse, buscar la luz, entender de planos.
-¿Qué sobrevive en vos de aquel muchacho que vivía en José León Suárez y paraba en San Martín?
-Me quedó todo, sobre todo los amigos. Hay cuatro o cinco que aún nos seguimos viendo. Y conservo el amor por Chacarita.
-¿Y Racing?
-También, por supuesto. Yo soy de Chacarita y de Racing.
-¿Añorás aquellos tiempos con la barra de amigos en San Martín?
-Fueron lindos momentos. Pero todo va pasando. La vida es un continuo cambio, transcurrir del tiempo. Con la vida y con el alma sucede eso. Te tienen que pasar las cosas para conocer la real dimensión del dolor. Ahora es un momento de mi vida donde estoy cercano a ese dolor de la ausencia de un ser querido.
- El tiempo transforma los duelos. Se aprende a convivir con el dolor y la tristeza.
-¿Se aprende? ¿Me lo asegurás? Dicen que el tiempo cura, veremos si es así.
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