Al Pacino: actuar para vivir
An Evening with Pacino / Autor e intérprete: Al Pacino. entrevista: Iván de Pineda / Adaptación: Marcos Carnevale / Montajes de video: Dylan Robertson / Diseño de proyección: Shawn Duan / Sonido: David Bullard / Luces: John Torres / Bailarina: Judith Kovalwsky / Músicos: Ezequiel Fautario, Nicolás Maceratesi, Juan Almada, Julieta Luchetti Favero, Constanza Goldenberg Thiery, Eugenia Massa, Marina Arreseygor / Producción y dirección: Carol Avery. teatro colón.
Nuestra opinión: bueno
An Evening with Pacino no es un espectáculo, es la celebración del talento de una leyenda viva. Algo así como la reiteración, noche tras noche, de una de esas ceremonias en las que un famoso indiscutido recibe el premio honorífico a la trayectoria, mezclada con una charla abierta en la que el homenajeado recorre su vida y se anima a revelar secretos de su arte a quienes lo admiran o sueñan con seguir esa impronta. La combinación es muy hábil y puede disfrutarse mucho en la medida en que el protagonista de la noche se sienta dispuesto a cumplir ese papel. Anteanoche, frente a las 2500 personas que lo ovacionaron innumerables veces, Pacino lució exultante. Derrochó simpatía, excelente humor, anécdotas, recuerdos y agradecimientos durante más de dos horas.
Todos nos fuimos satisfechos del Colón, con la muy agradable sensación de un encuentro que difícilmente se repetirá con una celebridad mundial de características únicas. Lo demostró el formidable montaje de imágenes y palabras con sus grandes personajes para el cine que abrió el encuentro. Ahora bien, ¿acaso dejamos el Colón con la sensación de haber conocido de verdad a Al Pacino?
En la respuesta a este interrogante aparece lo más interesante de la presentación, y a la vez su mayor carencia. Pacino es un actor inmenso, extraordinario, que hasta cuando habla de su propia vida construye desde el testimonio una enorme clase de actuación. Hubo muchas confesiones con todas las luces de la sala encendidas, alguos escamoteos y poco teatro. Eso sí: nos emocionamos y nos divertimos mucho con sus recuerdos de infancia en el Bronx, con las reacciones de sus parientes cuando les confiesa que va a hacer una película (nada menos que El Padrino), con sus anécdotas junto a Brando o De Niro.
Todo parece improvisado (y en gran parte lo es), pero en su estructura medular el decurso de la conversación que mantuvo con un impecable Iván de Pineda es el mismo que mantiene con sus otros interlocutores cada vez que presenta este espectáculo en algún lugar del planeta, algo que Pacino viene haciendo al menos desde 2013. Esa charla mano a mano es la columna vertebral y el tramo más extenso de un espectáculo que no tiene otra escenografía que una mesa, dos sillas y una enorme pantalla gigante en el fondo.
A su 76 años, Pacino es un hombre vital, que parece alimentarse todo el tiempo de la energía que transmiten los escenarios. Bromea todo el tiempo con su baja estatura y maneja a la perfección una desaliñada elegancia: cabellera revuelta, traje y chaleco negro muy sueltos, camisa blanca fuera del pantalón. Cuenta su vida con gestualidad teatral al 100 por ciento.
Necesita levantarse a cada momento de su silla para enfatizar una frase o representar algún recuerdo. Mientras lo hace mueve todo el cuerpo y juega con la voz, que con el tiempo se hizo todavía más áspera y nasal. Su enfático, casi exasperado y fascinante acento neyorquino lamentablemente se perdió varias veces en medio de las incómodas reverberaciones de los dispositivos de traducción simultánea. Perder la posibilidad de escuchar en su idioma a Pacino es privarse de buena parte de lo que puede ofrecer su presencia en Buenos Aires. La voz multiplicada del traductor en cientos de auriculares se empastó muchas veces con la de Pacino. El resultado no fue feliz.
El subtitulado quedó reservado a los extractos de las películas de Pacino que se vieron en la enorme pantalla. Además del espléndido montaje inicial (todo un manifiesto de su arte) hubo clips de El padrino, Pánico en el parque, Perfume de mujer y la inédita Wilde Salomé (2011), mezcla de drama y documental, en ese espacio intermedio entre cine y teatro en el que Pacino se siente especialmente cómodo. Esos extractos buscaron destacar, sobre todo, el lado más oscuro y sombrío de los personajes que Pacino llevó a la pantalla grande. Pero no hubo confesiones o testimonios de vida en esa línea durante la conversación con De Pineda. Apenas una alusión a los grandes marginales que le tocó interpretar, de los cuales Shylock, el protagonista de El mercader de Venecia, es la máxima expresión.
Todo lo que Pacino hizo, dijo y contó en el escenario del Colón puede resumirse en una frase notable: "Si hubiese tenido la oportunidad de ser otra persona, habría vuelto a ser actor". Fue una de las tantas respuestas a las preguntas abiertas del público, instancia que el espectáculo propicia en su segunda parte, luego de la extensa charla con De Pineda, en la que abundaron las memorias de los años 70 y faltaron notoriamente experiencias ligadas a tiempos más recientes.
Hasta que en el final apareció en el escenario, con toda su plenitud, el Pacino que hubiésemos querido ver todo el tiempo. Cuando empieza a recitar, luego de una bella introducción, fragmentos de la Balada de la Cárcel de Reading, de Oscar Wilde, el Colón atrapa por primera y única vez la plenitud de su incomparable talento actoral. Con una naturalidad pasmosa, Pacino se desprende de cualquier afectación y no tarda en llevarnos a la frágil, delicada y profunda esencia del texto de Wilde, como si el propio autor estuviese develándolo por primera vez ante los demás después de haberlo escrito.
Después de ese momento magistral y fugaz hubo tiempo solamente para un par de preguntas más de De Pineda y la llegada al escenario de un septeto tanguero y de una bailarina. Pacino improvisó como un arlequín algunos pasos al compás del tango "Por una cabeza", inevitable tributo a la Argentina del actor que ganó el Oscar por Perfume de mujer, uno de cuyos momentos más recordados mostraba a su personaje (un militar ciego) bailando esa misma pieza. Dejó feliz el escenario mientras la música seguía sonando. Durante más de dos horas celebramos la vida de un actor incomparable en el centro de nuestro mejor escenario. El homenaje incluyó solo una breve y maravillosa muestra de su talento.
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