"Ahora soy San Benigni"
En diálogo exclusivo con La Nación , el director y actor Roberto Benigni habla de "La vida es bella", el polémico film que se estrena el jueves en la Argentina y que tiene 7 nominaciones para el Oscar.
No hay nada más espeluznante que ver a un payaso marchando hacia la muerte." Ese patético payaso es un hombre que, como no vive en un mundo feliz, se lo inventa. Esa muerte que lo circunda no es otra que la de los campos de exterminio nazi. Ese hombre que habla es Roberto Benigni, el cómico italiano de 47 años que escribió, protagonizó y dirigió "La vida es bella", una controvertida fábula chaplinesca sobre el Holocausto que se anota, entre otras distinciones, como el premio del Jurado en el Festival de Cannes, el récord de la mayor cantidad de nominaciones para el Oscar -siete- que una película no hablada en inglés pudo tener. Que provocó en el mundo tantas adhesiones por haberla considerado "una película para los que están condenados a amar la vida", como rechazos por entender algunos que "trivializa el Holocausto", al reírse de lo que nadie se había atrevido a reírse, hasta ahora.
La película se estrenará en la Argentina el próximo jueves.
La idea de un hombre feliz en un campo de concentración podría habérsele adjudicado, hace un tiempo, a una mente esquizofrénica. La idea de un cómico poniéndole el cerebro y el cuerpo a una ficción basada en la tragedia más grande de este siglo, también. Roberto Benigni -hijo de un soldado italiano que estuvo dos años prisionero en un gueto- encarna todas esas contradicciones al presentar una mirada diferente entre otras películas no documentales que se basaron en quienes padecieron la horrorosa "solución final".
En diálogo telefónico exclusivo con La Nación , la voz desde Roma de Benigni salta alegre, potente, apasionada y exageradamente modulada al italiano. Como si tomara posesión de su cuerpo enjuto y desgarbado y diera impulso a sus expresivos movimientos y pensamientos que, se imagina, lo acompañan al hablar.
Benigni sabe que es el hombre del momento. Que Hollywood lo coronó en el centro no sólo de la cinematografía mundial, sino en el centro mismo de la humanidad. El público que acostumbraba a reír con sus comedias ahora llora, y también ríe, con culpa, pero ríe.
"Ahora soy San Benigni, pero también el pequeño diablo", sorprende una vez más con su estilo livianamente desenfadado, parafraseando al título de otra película dirigida por él, "Il piccolo diavolo". Lo dice el mismo hombre que en 1983 usó su popularidad para despotricar contra Dios y el pecado original en favor del proletariado, en un acto popular que convocó a setecientas mil personas en la Fiesta Nacional de la Unidad y terminó con una condena económica por blasfemia y por expresarse en términos soeces. Pero el año último, Benigni se reconcilió con el papa Juan Pablo II, a quien consiguió emocionar con una proyección pocas veces concedida a un cineasta a la que asistió con su guionista, Vicenzo Cerami, el productor de la película, más toda la corte papal.
Entonces, il piccolo diavolo cuenta: "Cuando concebí la idea de la película estaba aterrorizado, tenía miedo de lastimar la sensibilidad de los sobrevivientes o de la gente judía, porque soy un comediante y nadie antes de mí había hecho una comedia sobre el Holocausto... Bueno, no una comedia, porque es una tragedia. El problema es que yo soy muy conocido como comediante. Y hay gente prejuiciosa que cree en una suerte de razas artísticas y considera que un payaso tiene un nivel bajo para interpretar algo así. Yo no traicioné mi naturaleza y puse mi cuerpo de payaso en una situación extrema, porque creo que a veces sólo ellos pueden alcanzar la profundidad de la tragedia: no hay nada más espeluznante que ver un payaso marchando hacia la muerte. Por eso me sentí tan fuerte para hacerlo pero pensé que mucha gente me iba a odiar. Después descubrí que hay mucha gente que ama el film, como el Papa, y una minoría que no, que distorsiona el sentido y que me ve como un diablo".
"La vida es bella" comienza en la zona Toscana de Arezzo, en 1939, y se divide marcadamente en dos partes. En la primera, el judío Guido (Benigni) sueña con instalar su propia librería y con enamorar a Dora (Nicoletta Braschi, su mujer en la vida real), una maestra de escuela no judía que pertenece a la clase acomodada. Con los suaves trazos de una simpática comedia costumbrista a la italiana, mientras Guido se emplea como chef, se los ve encontrándose y desencontrándose, ignorando todo lo que de algún modo ya estaba sucediendo en Europa con las nuevas leyes fascistas.
En la segunda parte ya están casados, tienen un hijo de 5 años, Giosué (Giorgio Cantarini), y separados marchan deportados a un campo de concentración. Padre e hijo consiguen estar juntos, así Guido le explicará a Giosué el nuevo orden de vida, diciéndole que se trata de un juego organizado entre los nazis y los prisioneros, en el que hay que portarse bien y seguir ciertas reglas para sumar puntos y llegar al premio mayor: un tanque.
Roberto Benigni le pidió prestadas, en parte, las poderosas armas que Charles Chaplin usó en 1940 para "El gran dictador", cuando ridiculizó a Hitler y Mussolini. Con la ironía del lenguaje como arma, el Holocausto como otro personaje de esta farsa se instala en la película desde el preciso momento en que Guido y Giosué tienen que tomar ese tren con pasaje al infierno. "¡Nosotros tenemos reservas!", grita Guido, y al subir destaca la organización por la puntualidad del servicio.
Pero la escena a la que más duramente apuntó la crítica es aquella en la que Guido, ya prisionero, se ofrece ante los nazis para traducir del alemán las reglas del campo. Ante las miradas ya desesperanzadas del resto de los prisioneros, Guido prefiere entender que se está hablando de un inocente juego y advierte, mirando a su hijo que lo sigue atento: "Hay tres casos en los que pierdes todos los puntos: los que lloran, los que quieren ver a su mamá, los que tienen hambre y quieren un bocado".
Donde dice muerte...
Benigni-director defiende a su Guido-personaje y considera que éste no resultó un inconsciente que puso aún más en riesgo su vida y la de los otros tras una mala -aunque bien intencionada- traducción de las horrorosas e indiscutibles reglas de los nazis. "No, ése es un momento muy importante en la película porque es el pasaje de la comedia a la tragedia. Esa es la última posibilidad que tengo para decirle a mi hijo: "Este es un juego". Y tengo que arriesgar la vida de todos porque, de todas maneras, ya estamos perdidos. Si mi pequeño descubría dónde estábamos realmente, ya estaba muerto. Entonces en ese pasaje donde ellos dicen muerte, yo traduzco vida."
En el personaje que interpreta Benigni triunfa el deseo de sobrevivir, con lo cual el entusiasmo por hacer la vida más linda -cuando todo demuestra lo contrario y es mucho más fácil enloquecerse- se transforma en su principal motivación. Con el voluntarismo que alguna leyó de Schopenahuer, recrea todo un mundo de ficción basado en una mentira que los haga más felices. Tal vez sólo en la edad adulta -si es que sobrevive- Giosué descubra que pasó su niñez jugando a las escondidas en un campo de exterminio nazi.
-Algunos consideran terrible que un padre le deje a su hijo de legado un tanque y una mentira, en lugar de la verdad sobre lo que fue el más horroroso episodio de este siglo...
-(Se molesta y levanta la voz) ¡Mamma mía! ¡Cómo pueden decir eso! Hasta un mono, no sólo un hombre, hasta un mono ante algo terrible cubre instintivamente sus ojos con su cuerpo. ¿Puedo decirle a un chico de 5 años: "Mañana tú te vas a morir en una cámara de gas"? Eso es ser un monstruo y va en contra de la poesía, de la vida y de la naturaleza de los hombres. Yo estoy protegiendo a mi hijo. Pero te voy a decir más; él va sabiendo todo de manera muy inteligente. Giosué atraviesa todo ese escenario de horror, lo atraviesa hasta el final. Y él es quien conoce mejor que nosotros lo que es un campo de exterminio. En varias escenas yo descubro a través de él la realidad del campo, como cuando me dice: "Van a hacer jabón con nosotros" o "dicen que a los chicos los matan con gas". Ese chico tiene una inteligencia luminosa que yo trato de proteger.
-¿Cree que su padre hizo lo mismo con usted al tamizar por el humor las historias del ghetto donde fue prisionero?
-Mi padre era un hombre simple que no sabía nada del fascismo y los nazis. Cuando volvió, después de dos años, vino hecho un esqueleto, y con mis hermanas lo imitábamos. Es que muchas veces nos hacía reír por el modo en que nos contaba esas historias. En realidad, él temía hacernos sufrir, y yo creo que tampoco quería sufrir él. Entonces desdramatizaba su dolor y nos protegía con sus gracias, como lo hago yo con Josué en la película. Es que proteger a un hijo es instintivo.
-Después de Chaplin, podría decirse que usted es el primero en extender los límites en el tratamiento del Holocausto, con lo cual ha tenido que crear sus propias reglas éticas. ¿Cuáles fueron? ¿Cuál fue su propio límite en el humor?
-Le agradezco la pregunta porque fue uno de los puntos que más me preocuparon al concebir la historia. Justamente, lo más difícil fue balancear las situaciones: cuándo puedo ser divertido, cuándo es demasiado, cuándo muy poco, cuándo es exagerado. O dónde coloco la cámara y qué muestro de un campo de concentración. Esa tarea me llevó mucho tiempo.
El apasionado de Benigni habla, se detiene a pensar y retoma las respuestas. Entonces necesita aclarar que nunca que se propuso hacer un raconto preciso sobre el nazismo y su caída. Y es cierto. Tampoco el campo de concentración se muestra particularmente identificable con alguno de los que verdaderamente existieron. Y si bien hay referencias de exterminación en masa, nunca esa brutal realidad se presenta vívidamente. "Es que yo soy un director, no un historiador. Inventé una fábula, pero desde la realidad. Entonces los horrores no se ven porque consideré que era suficiente mostrar un pequeño signo. Pero la violencia está, los muertos también, y lo mismo la cámara de gas. Pero todo está en el imaginario, en el horror que llevamos dentro. Está en el aire."
Benigni el payaso asegura que si gana un Oscar, de la alegría es capaz de subir desnudo al escenario. A los norteamericanos los conquistó aún más cuando, sobre el final de la película, son sólo ellos, los "buenos", que llegan con sus tanques.
Benigni el payaso también siente que tiene un juego por jugar hasta llegar a la meta, en el transcurso de hacerse la vida más linda. Pero más allá de los resultados, ya siente que superó ampliamente los 1000 puntos del juego, y, afortunadamente, no será un tanque el premio.
¿Una fábula fascista?
Durante el diálogo con La Nación , Benigni se molesta cuando se le recuerda una de las críticas más negativas que tuvo su película, publicada por la Time Magazine, titulada "fábula fascista". Esta afirmó que "llevar el horror más grande de este siglo al pequeño terreno del entretenimiento popular del sentirse bien, es aborrecible. Sentimentalmente es una forma de fascismo, robándonos el juicio y la crítica moral, lo cual necesita ser resistido. Al respecto, "La vida es bella" es un buen lugar para empezar".
"La recuerdo bien -dice Benigni-; fue una opinión violenta y extrema para una película realmente pequeña e inocente. Yo respeto las opiniones, pero no las comprendo cuando hay millones de hombres, mujeres y niños en Jerusalén que plantaron árboles para mí, que me besan, me abrazan, me premian. Yo puse en esta película todo el amor que tengo. ¿De qué manera les contesto? Yo creo que se perdieron la historia. Si te muestro una rosa y vos querés ver qué hay debajo, vas a encontrar aceite, tierra, piedras, pero perderás la rosa." El International Herald Tribune escribió que le había repugnado la película. Y el London Guardian, que "es una desesperanzada e inadecuada memoria de los viles eventos del Holocausto".
En contraste, el Jerusalem Film Festival lo premió por "fomentar la universal comprensión de la historia judía".
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