Adiós a Enrique Lommi, el último notable de una época memorable para el ballet argentino
"Yo no necesitaba ser primer bailarín para destacarme: en Hamlet hacía el Rey Claudio; en Otelo, Yago. Los críticos me daban crédito por mi trabajo de interpretación. En casa, ponía la música de Verdi y gesticulaba, como cantando y, cuando bailaba, interpretaba de ese modo." El fuerte de Enrique Lommi, como lo reconocía él mismo, era la interpretación, más allá de su pericia técnica como bailarín. Artista de raza, perteneció a la más brillante camada de artistas del Teatro Colón, a cuyo Ballet ingresó (así como después se alejó) de la mano de su mujer, la excelsa y recodada Olga Ferri. Esta madrugada, a los 96 años, Lommi dejó el mundo terrenal y al público que supo aplaudirlo en los años dorados. Con él se va la última notable figura argentina de la danza de una época.
El soplo del arte latía como algo hereditario en él. Su padre fue un inmigrante italiano de Fiorenzuola d’Arda (Piacenza) que había estudiado canto en Milán y que –dato notable- en su niñez había conocido a Giuseppe Verdi quien, cuando debía tomar el tren a Milán, se trasladaba de Sant’Agata a la estación de Fiorenzuola. Y era el pequeño Lommi piacentino quien le llevaba la valija al Maestro. "Cuando yo tenía trece años –solía recordar– lo escuchaba cantar a papá, que me llevó a trabajar a una fábrica textil, pero debí abandonar ese trabajo por mi alergia." Su hermano Emilio se había orientado al teatro, y trabajaba con Leónidas Barletta en el Teatro del Pueblo, y allí fue a parar Enrique: su obsesión por interpretar dramáticamente a los personajes se forjó en esa mítica institución, pionera de la escena independiente.
Pero Barletta le vio otras condiciones: "Hacé lo que quieras –le dijo-, pero creo que te iría muy bien si estudiaras baile". José de Cherpino fue su primer maestro y más tarde, con ciertas resistencias, la rigurosa Margarita Wallmann lo aceptó, después de que la también célebre Esmée Bulnes le insinuó: "No baila, pero va a bailar, y mucho". La Bulnes fue, también, la maestra de Olga Ferri.
Nacido en 1922, Lommi (Premio Konex 1999) fue pedagogo, bailarín solista del Ballet del Teatro Colón , primero, y después, por concurso, primer bailarín de la misma compañía oficial. A lo largo de veinticuatro años interpretó primeros roles en la mayoría de las piezas del repertorio del Estable del primer coliseo, cuerpo del que también llegó a ser director. Se desempeñó en las mismas funciones de conducción en el Ballet del Teatro Argentino de La Plata. Ya retirado de los teatros, en 1971 fundó, junto a su mujer, Olga Ferri, el Ballet Estudio, prestigioso centro de formación en el que se perfeccionaron Paloma Herrera , Ludmila Pagliero y –entre otras– Sofía Menteguiaga. Ese mismo año ocurrió la catástrofe aérea en la que nueve primeras figuras y solistas de la compañía del Colón perecieron al precipitarse al Río de la Plata, a bordo de un avión que los llevaba al interior.
Una curiosa circunstancia histórica signó el ingreso al Ballet del Colón de varias figuras legendarias, entre ellas, Lommi. Ocurrió que, después de su viaje a Europa y fascinada con el Ballet de la Ópera Garnier de París, en 1947, Eva Perón invitó a Buenos Aires a la hermana del caudillo Francisco Franco, junto con una comitiva de damas españolas, y les organizó una función del Ballet del Colón. Las señoras advirtieron, durante la función, que las bailarinas estables rondaban los sesenta años y, no sin sorna, comentaron la vetustez del cuerpo de baile. Enterada de la situación, Evita montó en cólera y ordenó al Secretario de Cultura de la Municipalidad una urgente renovación.
Jubilaron de oficio a unos cuantos, llamaron a concurso y así ingresaron Olga Ferri, Esmeralda Agoglia, Adela Adamova, Antonio Truyol, José Neglia y –entre otros- Enrique Lommi. Este último, dos años más tarde, fue promovido a primer bailarín y allí comenzó lo mejor de su brillante carrera, muchas veces en pareja con Ferri: ambos dejaron un recuerdo imborrable de varias versiones de El lago de los cisnes.
"Entre 1948 y 1951 se vivieron los años quizá más brillantes del Ballet del Colón –solía recordar Lommi-, y en una de esas temporadas vino Serge Lifar. Tal vez fue de él que aprendimos a componer un personaje en sus facetas más intrínsecas; era notable, también, cómo nos enseñaron a maquillarnos, a transformarnos. Los mejores de aquella generación tenían sentido del arte, algo que iba más allá de la perfección técnica." Enrique Lommi, sin duda, fue uno de ellos.
El año pasado había sido homenajeado con un acto en el Congreso, rodeado de amigos y alumnos, que hoy recogen su legado y lo recuerdan. En los últimos meses, se lo veía desmejorado y sin estímulos ya, para de continuar en este mundo. Esta tarde fue sepultado en el Jardín de Paz, en una ceremonia estrictamente familiar.
Repercusiones
Iñaki Urlezaga. "En paralelo a mi formación en el Colón, iba los sábados a tomar su clase, que era muy varonil y recalcaba la importancia del adagio para los hombres, algo raro, que luego me favoreció enormemente. Su aporte fue invaluable: hoy hay profesores, él era un maestro".
Paloma Herrera. "Tenían un estilo propio, no eran 'Olga y Enrique'. Fueron mis maestros, estuvieron presentes en toda mi infancia, y si bien Olga me formó y fue como una madre, recuerdo que adorábamos tomar las clases de él; era divertido, tenía humor. Hacían una linda combinación".
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