Actuar como si actuar fuera una venganza
Cristina Banegas expone su credo artístico y revela los desafíos ocultos de El jardín de los cerezos, con el que volverá al San Martín
"Vivir con la sensación permanente de estar fuera de lugar. Por eso, sumergida en el fondo. Esperando el momento del camarín. De la otra luz. Ropitas. Ropajes. Semblante. Escenarios demasiado inclinados. Abismo. El público. La oscuridad. La bestia. Y pegar, pegar sin parar. Demoler al público. Demolerlo. Actuar como si actuar fuera una venganza." Así resumió Cristina Banegas la esencia de su extraño y fascinante oficio en una suerte de manifiesto que tituló Axolotl.
Hoy, con 47 años de carrera y luego de haberle puesto el alma a Molly Bloom de James Joyce, la actriz vuelve a su hábitat natural el teatro para encontrarse nada menos que con Anton Chejov, encarnando a Liuba en una nueva puesta de El jardín de los cerezos, esta vez con la dirección de Helena Tritek y compartiendo elenco con Mario Alarcón, Esteban Meloni, Gipsy Bonafina y su madre, Nelly Prince, entre otros.
"Era el final de una era. Chejov claramente estaba percibiendo que se venía la revolución, que se venía un cambio social muy fuerte y muy poderoso en el mundo observa Banegas, al referirse a El jardín de los cerezos ("comedia", en palabras del propio autor), que cuenta la decadencia económica de una familia aristocrática. También tiene que ver con la pérdida irreparable de lo vivido, del pasado, de lo que ya no se puede recuperar, con lo que significa realmente sobrevivir a la muerte de lo que uno más amó".
Días antes del estreno (que será pasado mañana, a las 20, en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín), Cristina Banegas, la actriz que logra que en su diminuto cuerpo habite la teatralidad toda, conversó con LA NACION. Aquí habla de la conmoción que le provoca transitar el universo chejoviano, de su "ética de la actuación", del tango, de la televisión y de sus fantasmas.
–¿Qué te provoca como actriz acercarte a una obra de Chejov?
Una conmoción enorme. Para que te des una idea, me sé todas las escenas de Nina, de La gaviota, de memoria. Lamentablemente, nunca pude hacer la obra y, como Nina tiene veinte años, ya se me pasó el tiempo. Es la primera vez que hago un Chejov en teatro. Es un autor extraordinario. Yo siempre pienso que si Chejov hubiera vivido en el siglo XX habría sido John Cassavetes. Habría hecho cine y habría hecho ese cine que hacía Cassavetes, con gente fresca, improvisando, personajes que beben y lloran y se ríen y se pelean y se aman.
–Donde la frivolidad y lo profundo suceden en el mismo plano...
Exactamente. Y donde todo está sucediendo casi musicalmente. Todo es un mundo entrañable, estremecedor, conmovedor, muy divertido y gracioso. Es verdad que Chejov quería hacer comedia y es verdad que realmente hay muchísimo humor en sus obras, y creo que es una misión cuando uno hace una obra suya no melancolizarlo. Creo que esta vez, por lo menos, no va a estar melancolizado.
–¿Qué tiene de particular la mirada de Helena Tritek?
Helena ama mucho a Chejov. Nos ha dado una cantidad extraordinaria de cartas, porque hay varios libros que recopilan sus cartas. Como El jardín de los cerezos es su última obra, en los últimos años de su vida él habla mucho de ella. Fue precioso leer y releer esas cartas. Este verano estuve muy chejoviana. Digamos que es un año chejoviano y estoy absolutamente entregada a esta dificilísima actuación que pide su teatro: una interpretación que tiene que tener un registro extraordinariamente amplio. Siendo Liuba tengo que poder ser divertida, graciosa, conmovedora, patética, trágica, desopilante y estar devastada y desesperada.
En paralelo a su constante e intenso camino como actriz, hace ya más de un cuarto de siglo que Cristina Banegas creó El Excéntrico de la 18, un espacio independiente pionero en su estilo que hoy dirige su hija, Valentina Fernández de Rosa. "No quiero que se convierta en un lugar rutinario, burocrático o académico. Quiero que sea siempre un espacio independiente, de experimentación, de investigación y de mucho trabajo", señala la actriz.
–En una entrevista dijiste que te gustaría que tus alumnos rescaten de su tiempo con vos una ética de la actuación, ¿en qué consiste esa ética?
En principio, en poner toda la carne a la parrilla cuando uno decide que va a pararse en un escenario o ponerse frente a una cámara. Es una postura de ofrenda, de generosidad. Si tomamos el origen del teatro, el sacrificio, como metáfora, entonces el hecho de poner toda la carne a la parrilla responde también a esa metáfora. Es una ofrenda lo que hago, y lo hago desde una posición de generosidad que va más allá de todo lo demás, incluso de las condiciones de producción. Esto puede y debe ocurrir siempre. No hay ninguna razón por la cual un actor no pueda hacer esto que digo, no hay ninguna razón por la que un actor no pueda poner toda la carne a la parrilla.
–Naciste en el seno de una familia televisiva, ¿tuviste alguna vez recelos con respecto a la TV?
No, yo siempre digo que el viejo Canal 7, en Ayacucho y Posadas, fue mi verdadero hogar. Mi mamá y mi papá trabajaban allí todo el día. No tengo reparos con respecto a la televisión. Yo intenté hacer una vida en la que mi subsistencia no dependiera de la televisión. Es decir, puedo hacer televisión si hay un proyecto que me interesa y puedo no hacerla si no me interesa lo que me ofrecen.
–¿Por qué tomaste esa decisión?
En principio, porque creo que el centro de mi relación con la actuación es el teatro. Fue en lo que más me desarrollé. Si bien hice mucha televisión y mucho cine, donde creo que hice las cosas más importantes fue en el teatro, a veces en el off, a veces en teatro oficial y dos veces en teatro comercial.
–¿Cómo te sentís cuando no estás actuando?
–Bien. Me gusta mucho hacer otras cosas. Hay un poco de "mono", de síndrome de abstinencia. A cierta hora, cuando tendrías que ir al teatro, te empieza a subir una energía que no sabés dónde colocarla. Actuar es una droga dura, una descarga de adrenalina muy poderosa. Eso también es fuerte químicamente. Hay que procesarlo y te lleva varias horas poder meterte en la cama y no pegar saltos.
–Grabaste dos discos de tango, ¿qué te conmueve tanto de ese género?
Me gustan los tangos viejos, los tangos reos. Mis dos discos de tango son discos donde canto tangos de 1917, los más nuevos deben ser del 30. Soy una milonguera rea. Pero me gusta todo el tango. En realidad creo que es con lo que más me identifico, porque además me gusta mucho el humor que tenía en aquellos tiempos.
–¿Con qué rol te sentís más identificada: docente, directora, actriz, cantante?
Tal vez lo que está primero es la actriz. La dirección, el canto y la docencia son actividades vecinas, vinculadas muy íntimamente a mi relación con la actuación. Pero creo que cuando un actor es buen actor lo es porque tiene una concepción estética. Es decir, no sólo porque tiene una linda cara o porque tiene un sentido de verdad natural y es espontáneo, sino porque también tiene una concepción estética y ética de la vida y tiene una formación que se ve cuando se sube a un escenario o cuando se pone frente a una cámara.
–¿Cómo ves la televisión?
Veo algunas propuestas interesantes bien dirigidas, bien actuadas. En la Argentina hay muy buenos actores, guionistas, dramaturgos, directores. Tenemos una alta calidad, más allá de que nuestras industrias culturales no estén tan desarrolladas como en lo que llamaríamos Primer Mundo. Pero la verdad es que me cuesta ver televisión. Veo algo de Film & Arts, de Canal (á) donde hice el programa Rioplatensas–, también Encuentro. En los Estados Unidos, los grandes guionistas del cine se fueron a la televisión y pasó algo muy interesante... Habrá que esperar que eso también pase aquí. Creo que estamos en un momento fantástico, donde se está produciendo mucho. Tenemos grandes posibilidades de hacer buenos productos estéticos también en la televisión, y de hecho los hay. Siempre hay cosas buenas en la televisión; a veces más excepcionales, a veces más frecuentes.
–¿Qué fantasmas te asaltan a la hora de estrenar?
Todos. Tengo pesadillas, me enfermo.
–¿Qué pesadillas tenés?
Las típicas pesadillas de todos los actores: sueño que no sé en qué obra estoy, que se me cae la ropa y me quedo desnuda. Son pesadillas cliché [ríe].
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