A Joan Manuel Serrat
Está de vuelta. De vuelta entre nosotros. De vuelta, como los sabios, tras alcanzar las cúspides del canto. No las de los tenores huecos, sino las de los que siembran a raudales semillas de bien, de verdad y de belleza.
De bien, por la defensa de sus amigos atorrantes (de los que abren su corazón como las flores); de verdad, por su postura ética de músico-poeta insobornable, que lanzó sus catilinarias contra esos locos con carnet que detentan el poder; que reivindicó al prójimo, a los viejos, al mar, a esos locos bajitos...; de belleza, por los mensajes poéticos engarzados en mil alucinantes metáforas que le pertenecen, o aquellas de Rafael Alberti, Antonio Machado, Miguel Hernández, Mario Benedetti, a las que dio alas en melodías de empinado vuelo.
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Uno estaba en una provincia del Norte cuando escuchó sus primeras canciones. Algún amigo que sabía de utopías nos encaminó hacia él entre fines de los 60 y comienzos de los 70.
Entonces empezamos por darnos cuenta de que pintaba en "Barquito de papel" nuestra infancia de pueblo. Que la retrataba en "Mi niñez" de ejército de botones, de trencitos, de patinetes y canarios amarillos. Que la prolongaba en el recuerdo del titiritero de las plazas. Que estaba contando algo muy entrañable de nuestro ancestro andaluz en ese "Pueblo blanco" colgado de un barranco.
A partir de entonces llenaría mil horas de toda una generación que andaba en busca de canciones preñadas de poesía y de testimonio.
Eran nuestras las vivencias provincianas de "Tu nombre me sabe a hierba" (no a yerba , como transcribe el libro de Vázquez Montalbán) porque pudimos frecuentar los aromas nacidos a golpes de sol y de agua.
Era nuestra también esa "Muchacha típica" cuya familia es la típica familia "bien" del país. Epoca pintoresca aquella de nosotros, "Los debutantes" del amor, aunque hoy muchos chicos empiezan por leer a Bécquer buscando palabras para conquistar. Los mismos que debíamos volver rabiosamente a casa (como las chicas, vírgenes sempiternas y declaradas) "Poco antes de que den las diez". Era nuestra -quizá lo siga siendo aún hoy en algún pueblo- la marchitada "Señora" para quien existen yernos como besos del infierno.
Eran los tiempos de las primeras separaciones de la familia y de las novias. Joan Manuel (no el confianzudo Nano de hoy) estaba allí, en medio de nosotros, para cantarnos esa otra maravilla de "Cuando me vaya": "Me iré despacio un amanecer/que el sol vendrá a buscarme temprano"; esas lacerantes: "En nuestra casa" (ya no se oye tu voz...), y "En cualquier lugar" (os digo adiós/rincones en donde he crecido...).
Escribimos desde la nostalgia. La que nos lleva una vez y otra a la magia eterna de "Manuel" y "Poema de amor"; de "Lucía" y "Penélope"; de "Tío Alberto" y "Fiesta"; de la conmovedora "De cartón piedra"; del inefable "Mediterráneo".
Recorremos el maravilloso cancionero y tras saborear "Soneto a mamá", "De parto", "Romance de Curro el palmo, "Arena y limo", "Decir amigo", "Para vivir". Nos detenemos en Machado; y uno no sabe en qué poema quedarse. Pero sabremos regodearnos con "Para piel de manzana" ("El carrusel del Furo", "La casita Blanca", "A ese pájaro dorado", "Caminito de la obra", "La aristocracia del barrio"...). O regresar a "En tránsito" ("Hoy puede ser un gran día", "Porque la quería", "No hago otra cosa que pensar en ti"), a "Cada loco con su tema", y llorar con "Sinceramente tuyo", o gritar la ira de "Algo personal", de "Yo me manejo bien..." y de "No esperes".
Alguna vez supimos reprocharle -sin politesse - la separación de Miralles y de Calderón, sus más inspirados arregladores. El enojo fue pertinente. Es que uno prefiere quedarse en los climas intransferibles de cada canción, y en esa acendrada musicalidad no atada a la moda del sonido ecuménico del mercado.
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Las viejas canciones -todas las de los setenta, la mayoría de las de los ochenta- y algunas de estos noventa no envejecerán jamás. Tampoco precisan de maquillaje sonoro. Nuestra generación las transmitió, intactas, a nuestros jóvenes sensibles, y ya se instalaron, frescas, en su memoria.
Una noche de insomnio nos dictó hermosas palabras de reconocimiento. Pero al pretender recuperarlas a la mañana las musas han pasao de nosotros. Serrat merece algo mejor que este esbozo de gratitud por tanta poesía engarzada en melodías imperecederas que honran el cancionero de la lengua de Lope, Quevedo y Cervantes. Por todo eso, ¡mil gracias!