El incendio en el último recital de una trilogía de shows que Callejeros había armado para despedir el año 2004 comenzó a las 22:40, y el primer móvil de TV que llegó fue el de Crónica, cerca de las 23:30. Este dato hoy, a 15 años de la tragedia, parece extraño, pero entonces no era común que toda la gente tuviera celulares, menos Internet en el teléfono, y el titular de "Incendio en un boliche de Once" fue la única fuente de información para los familiares de las 3.000 personas que habían ido a ver una banda de rock.
La mañana siguiente, el país amaneció con una tragedia que dejó 194 muertos y más de 1.400 heridos. Con el tiempo, se sumaron 17 personas más a la primera lista, fueron los sobrevivientes que se suicidaron. En el listado se ven hermanos, madres e hijos, menores de edad que estaban acompañando a sus padres mientras trabajaban en el lugar, familiares de los miembros de la banda.
Ir a un recital nunca más fue igual. El rock nacional sufrió un golpe duro, del que no pudo sobreponerse del todo. Los chicos y chicas que estuvieron en República Cromañón esa noche viven con una marca imborrable. ¿Por qué ellos sobrevivieron y tantos otros no? ¿Por qué tuvieron que vivir eso? ¿Por qué no fueron cuidados? Demasiadas preguntas sin respuesta aparecen en sus relatos.
Facundo Roma
34 años; tenía 18 cuando fue a Cromañón
Facundo Roma dice que no tenía una cercanía personal con la banda, a pesar de que él es de Lugano y Callejeros de Villa Celina, barrios vecinos, pero los escuchaba mucho. Había ido a verlos a Obras, a Excursionistas, a varias fechas en el conurbano, incluso hasta Rosario y también fue al cierre del año más exitoso de la banda en Cromañón. "Con mis amigos éramos más de curtir recitales que ir a boliches", dice el ahora sociólogo, dos veces elegido como comunero por el distrito 8 de la Ciudad y actual secretario de coordinación de la Legislatura porteña.
"Fui a la primera y a la tercera fecha, no me dio la guita para ir los tres días", cuenta. La noche del medio recordó que en mayo de ese año, cuando fue a ver a Jóvenes Pordioseros a Cromañón, se había incendiado el techo. "Había muchísima menos gente, nos sacaron y lo apagaron con un matafuego y volvimos a entrar. Me acuerdo que pensé ‘che, qué pasa si se repite mañana’, pero toqué madera y al otro día me mandé".
Esa noche se sentía un clima festivo por la cercanía con el fin de año. "Cuando entramos con mis amigos algunos se quedaron abajo y yo subí un rato. Había ido a Cromañón muchas veces, lo había visto en muchas circunstancias de público, pero nunca así, estaba hasta las manos mal. Cuando empezó el show bajé con ellos y no terminó el primer tema que se prendió fuego el techo, cuando yo estaba medio de espaldas al escenario. No vi cuando pararon de tocar ni nada, pero como venía pensando en esto, al ver la reacción de la gente salí disparado para la puerta, ni miré lo que pasaba".
Su reacción fue rápida y fría. Si bien la cabeza le iba a mil, supo que tenía que buscar una rendija de luz. Ya en la vereda, al primero que vio fue a su amigo Osvaldo, se dieron un abrazo que selló una amistad para siempre: cada uno es el padrino del hijo del otro. No esperaron a entender lo que habían vivido, se metieron a sacar a la gente que estaba perdida dentro de Cromañón, hasta que no pudieron entrar más: "Era muy fuerte ver la pila de personas amontonadas, desvanecidas, no lo soporté".
Sus amigos fueron saliendo de a poco salvo uno, que no salió. Entre todos lo buscaban, pero no lo encontraron hasta el día siguiente a las 18 en un hospital, estuvo internado dos semanas en terapia intensiva. Sobrevivió.
"Mis viejos estaban en casa y vieron en Crónica la placa roja del incendio en un boliche de Once. En 7 minutos mi papá metió Lugano-Once en su taxi, con la suerte de que, ni bien bajó, me vio caminando por el medio de la calle", cuenta. Se metieron en un bar para llamar a la casa y avisarle a su mamá, que atendió enseguida, pero no le creía que esa voz era la de su hijo. Seguía mirando las imágenes terribles en la tele, y tardó un rato en entender. "Nunca la escuché así, su voz estaba transformada".
Facundo estuvo en algunos grupos de sobrevivientes, pero no se bancó el contacto con la pérdida. "Sé que voy a vivir con Cromañón toda la vida. Hay gente que le tocó un choque de autos, a mí me tocó estar ahí. Y tenía que seguir".
Silvina Jures
38 años; tenía 24
"Por ahí hablo con una persona que no estuvo en Cromañón y me dice ‘¿15 años y siguen con lo mismo?’, pero no estuvieron ahí, no saben lo que fue. No saben que no pasó un día para nosotros". Silvina Jures tiene la remera de su lucha, la de la memoria. No quiere que nadie se olvide de lo que pasó en ese lugar de Once. "Somos la parte viva de esta historia, 194 no pudieron contarla, y para eso estamos acá, para que nuestra voz llegue a los otros y no vuelva a pasar lo mismo".
Ese 30 de diciembre Silvina fue con sus primas de 13 y 15 años, ella era la mayor a cargo. Las llevaron sus tíos desde Rafael Castillo, La Matanza, hasta Once. Las dejaron en la puerta y después las volvían a buscar. Las revisaron todas, hasta las zapatillas, y cuando entraron vieron una cantidad de gente impresionante. Quisieron ir al baño, que estaba arriba, pero estaba tan lleno que no pudieron entrar. Se quedaron en la escalera, para volver a intentarlo ni bien aflojara la circulación de gente. "Ya había bombas de estruendo y fuegos artificiales, nosotras mirando de acá para allá por si saltaba algo", relata. Recuerda a Omar Chabán, pidiendo que se calmaran, y que Pato Fontanet, el cantante de Callejeros, hizo lo mismo. "Al segundo de empezar el show tiraron una bengala tipo tres tiros y fue un flash, en un segundo se prendió el techo. Agarré a mis primas de las manos y nos tiramos en el aire por la escalera. Ellas no reaccionaban. Perdí a la más chica, después me arrancaron a la más grande, seguí un poco más y me caí". Se toca la espalda, detrás de la cortina de pelo negro lacio hay una columna con una vértebra desviada por los pisotones que recibió. "Lo siguiente que me acuerdo es en la calle, alguien me sacó. A mis primas también. Las tres estuvimos internadas. Al principio no entendía nada. Miraba la cantidad de muertos en la tele y me preguntaba por qué no me había pasado a mí, por qué a mí no".
Silvina es parte de una organización de sobrevivientes que transformó el dolor en lucha: quieren que Cromañón sea un lugar de memoria, que no se abra. Además, mantienen el santuario sobre la calle Mitre y hacen los festivales cada 30 de mes.
Este año la pasaron mal. En abril la Justicia le dio las llaves del predio a su dueño, Rafael Levy, quien estuvo preso cuatro años por el hecho, mientras que ellos reclaman la expropiación para hacer un lugar de memoria. "Nuestra duda era si estaban las cosas de los chicos. Si estaban las marcas. Nadie nos daba respuesta. Hasta que un día decidimos entrar, vino la policía, y estuvimos discutiendo hasta que nos dejaron que pase uno. Al final entró un papá con una bolsa para sacar las pertenencias de los chicos, pero salió sin nada. Lo habían limpiado. Estaba de punta en blanco el lugar. No hay huella, nada", dice Silvina, y termina hablando de su relación con Callejeros: "Nunca más los pude escuchar. Les tengo mucha bronca aún, porque las canciones no matan, pero la corrupción sí".
Julián Villalba
Tiene 29 años, tenía 15 recién cumplidos
"Se oscureció el mundo, estaba pisando gente que se moría, escuchaba tantos gritos que no podía escuchar mis propios pensamientos. Si no fuera por el cartelito verde de ‘salida’, no la cuento. Fue como un faro en ese momento. Solo supe que había que ir hacia allá".
Julián Villalba se tomó el 105 con su amigo Hernán, desde La Paternal hasta Once. Él recién había cumplido sus 15 años y su amigo todavía tenía 14. Era su primer recital solos, sin adultos. Su mamá le había conseguido las entradas para la última fecha de la trilogía, donde iban a tocar el disco Rocanroles sin destino que a él tanto le gustaba.
"Estábamos ubicados en un balcón del primer piso. Cuando la media sombra se prendió, el fuego estaba a tres metros de distancia, casi lo podíamos tocar. Pensé que iba a apagarse rápido, pero cuando logré ver bien le dije a mi amigo vayámonos ya, pero Hernán se quedó paralizado y tuve que volver a buscarlo", relata frente a su hermana. Es la primera vez que ella escucha lo que vivió ese día contado por él: "Fuimos por la escalera y en el descanso se abrían dos bajadas, una colapsada y la otra cerrada con una reja. Saltamos la reja y bajamos por esa escalera clausurada y llegamos al piso, ahí ya no pudimos ver más por el humo. La gente estaba quemándose, a mí me cayó encima una parte de esa media sombra, me quemaba la pierna. Esa cosa se te pega, te come la piel. Ahí vi el cartel verde de salida y fui como un caballo hacia ahí".
Además del cartel, Julián registró a la persona que tenía delante. Sabía que si él se caía, se iba a tropezar y quedaría atrapado, así que lo sostuvo hasta que pudieron salir. "Nos dimos cuenta que estábamos afuera porque nos chocamos la pared de la vereda de enfrente. Era tanto el humo, incluso en la calle, que si no hubiera estado esa pared no sé cuándo íbamos a frenar".
Su amigo Hernán salió más tarde, todo negro, como un zombi: "La gente de los puestos de la plaza me ayudó a socorrerlo, a darle agua. Estuvo escupiendo negro como un mes".
Volvieron a sus casas como fueron, en colectivo. Cuando llegó, su familia no estaba, se había ido a ver un programa de TV, Operación Triunfo, y no había nadie en la casa. "Me fui a la pieza de mi mamá, a acostarme en su cama, abrazar su almohada, fue instintivo, algo que tuviera su olor. Puse la tele y Crónica decía que el incendio era en un boliche. Mi mamá lo vio y llamó a casa, la atendí yo y le conté lo que había pasado. Cuando me dormí iban 16 muertos, al despertarme ya pasaban las 150 personas", cuenta.
Después de esa noche Julián Villalba, como tantos otros, no pudo dormir más con la luz apagada. "Era muy chico en el momento en que pasó. Mi vieja se sumó a las madres y padres, a las movilizaciones, pero yo en ese tiempo no me sentía tan cómodo con eso de ser un sobreviviente, estar con familias que quedaron destrozadas. Durante un par de años lo suprimí de mi vida. Después, de grande, pude hacer otro proceso, hablarlo más tranquilo, sin que me duela, tuve la suerte de que me quedara como experiencia, hay otros que no salieron de ahí".