Tenía una valija llena de drogas y un dominio total del lenguaje. Construyó su legado en ‘Rolling Stone’ y, en el camino, transformó el periodismo
En enero de 1970, Hunter S. Thompson le escribió una carta a Jann S. Wenner elogiando la cobertura definitiva de Rolling Stone sobre el desastroso festival Altamont. “[La escritura] es un medio genial bajo cualquier estándar, desde Hemingway hasta Airplane”, escribió Thompson. “No la cagues con mierdas pomposas; la muerte de RS dejaría un agujero horrible.” Se formó un vínculo, y durante los siguientes 30 años, Thompson haría mucho para redefinir el periodismo desde las páginas de la revista. Vivía y escribía al borde, en un estilo que luego sería llamado periodismo gonzo. El término capturaba su estilo de vida, pero no le hacía justicia al dominio del lenguaje que tenía, ni a sus investigaciones audaces ni a su intelecto aterrador.
Thompson nació en Louisville, Kentucky, estuvo en la Fuerza Aérea, y trabajó como periodista en Puerto Rico antes de mudarse a San Francisco, donde un artículo sobre los Hells Angels se transformó en un proyecto de libro. Pasó casi dos años viajando con la pandilla de motoqueros, y en 1966 publicó un bestseller que llevaba a los lectores al centro de una subcultura en gran medida inaccesible para el mundo exterior.
En ese sentido, Thompson y Rolling Stone eran espíritus afines. Después de que le escribiera a la revista, Wenner lo invitó a la oficina a conversar sobre una pieza que se llamaría “La batalla de Aspen”, acerca del esfuerzo de Thompson para llevar algo de “poder freak” a las Rocallosas. Thompson había tratado de hacer que Joe Edwards, un abogado fumón de 29 años, fuera elegido alcalde; el propio Thompson era candidato a sheriff en Pitkin County, Colorado. “Apareció con su metro noventa”, recordó Wenner años después, “con la cabeza afeitada, anteojos negros, y dos six-packs de cerveza en la mano; se sentó, y abrió lentamente un bolsito de cuero con accesorios de viaje y tiró las cosas en mi escritorio –sobre todo herramientas, linternas, una sirena, cajas de cigarrillos, balizas– y no se fue en tres horas. Para cuando terminamos, yo estaba completamente metido en su campaña”. Thompson y Edwards perdieron por poco, pero el destino de Thompson como “yonqui de la política” estaba sellado.
Un año después, Thompson mandó a Rolling Stone el primer capítulo de una nueva pieza en la que estaba trabajando. “Estábamos en algún lugar cerca de Barstow al borde del desierto cuando empezaron a pegar las drogas”, comenzaba. “Me acuerdo de decir algo como: ‘Estoy un poco mareado, quizás deberías manejar vos...’. Y de repente alrededor nuestro había un aullido tremendo, y el cielo estaba repleto de lo que parecían unos murciélagos enormes, todos cayendo en picada y chillando y merodeando el descapotable, que iba a más de 160 kilómetros por hora con el techo bajo hacia Las Vegas.”
“Miedo y asco en Las Vegas” se transformó en la pieza definitiva de Thompson, y en una experiencia literaria definitiva para generaciones de lectores. Había empezado como un encargo para Sports Illustrated, cuando le pidieron a Thompson que fuera a Las Vegas para escribir una reseña de 250 palabras sobre una carrera de motos, Mint 400. Presentándose como un “doctor en periodismo”, describía el combustible que él mismo llevaba consigo: “Dos bolsas de porro, 75 bolitas de mescalina, cinco cartones de ácido, medio salero de cocaína, y toda una galaxia de pastillas multicolores, para subir, para bajar, para reírse... y también un tequila, un ron, un cajón de Budweiser, éter puro y dos docenas de amílico... No era que necesitáramos todo eso para el viaje, pero cuando te metés a fondo a recolectar drogas, la tendencia es ir lo más lejos que puedas.”
El viaje se empezó a tratar menos sobre la cobertura de la carrera y más acerca de, en palabras de Thompson, “un viaje salvaje al corazón del sueño americano”. Cuando envió 2.500 palabras a Sports Illustrated, la pieza fue rechazada, junto con sus gastos. Pero cuando Wenner la leyó, la aprovechó. “Estábamos completamente sorprendidos”, recuerda Paul Scanlon, en su momento jefe de redacción. “Entre ataques de risa, nos leíamos entre nosotros nuestras frases preferidas: ‘¿Una pitada? Pobre idiota. ¡Esperá hasta que veas esos malditos murciélagos!’”
"Miedo y asco en Las Vegas" empezó como una reseña breve sobre una carrera de motos y se transformó en su pieza definitiva.
Rolling Stone mandó de nuevo a Thompson a Las Vegas para extender el artículo, cubriendo la Conferencia sobre Narcóticos y Drogas Peligrosas de la National District Attorneys Association. El resultado fue hilarante y electrizante. “Miedo y asco en Las Vegas” apareció en dos partes, en los números del 11 y el 25 de noviembre de 1971, con ilustraciones de Ralph Steadman, y fue publicada como libro el año siguiente. (En 1998, se transformó en una película protagonizada por Johnny Depp.)
Thompson también estaba cambiando lo que significaba escribir sobre política. Envió catorce textos a Rolling Stone acerca de la campaña presidencial de 1972. Maltrataba a los “imbéciles”, “cerdos” y “gordos” de la cultura de Washington D.C. –un tono muy alejado del abordaje reverencial de la época– y levantó la cortina de la mecánica de las coberturas periodísticas. Expuso el “periodismo del montón”, piezas anodinas surgidas de sesiones codo a codo entre periodistas y asistentes de campaña. Muchas de las observaciones de Thompson siguen siendo verdad hoy: “Llegamos a un punto en el que no podés postularte [a presidente] excepto que puedas hacer que la gente se babee y se pegue entre sí con palos”, escribió. “Tenés que ser casi una estrella de rock para tener la actitud necesaria para sobrevivir en la política estadounidense.”
Pero hacer que Thompson trabajara se estaba poniendo difícil. La revista lo ponía en hoteles en Florida, y llenaba el cuarto con alcohol, uvas y speed. En las oficinas de Rolling Stone, habían instalado una máquina de fax primitiva, a la que Thompson llamaba su “Mojo Wire”, y él transmitía sus notas de a un par de páginas por vez, en horarios extraños, y agregaba las transiciones y los finales más tarde. Muchas veces llamaba a Wenner a las 2 de la mañana para charlar sobre las piezas. “Era un poco como ser un auxiliar de Ali”, dijo Wenner. “Editar a Hunter requería energía, pero yo era joven, y era cosa de una vez en la vida.”
En la correspondencia entre Thompson y Wenner, Thompson requería discos y speed; Wenner lo castigaba por retrasar las fechas de entrega haciendo que el staff tuviera que trabajar hasta tarde, e incluso por robarle casetes de la casa. (“Hice muchas cosas ahí, pero nunca te robé esos jodidos casetes”, escribió Thompson.)
Thompson se había vuelto una celebridad, y eso lo hizo más lento. Fue inmortalizado como Uncle Duke en Doonesbury. “Todo eso lo encerró, entre la fama y las drogas”, dijo Wenner. “Después de las elecciones y del Watergate, escribió cosas chicas para nosotros. Pero perdía aviones y nunca entregaba nada.” En un memo de esa época, Wenner le preguntaba por siete notas, ninguna de las cuales había sido terminada. En 1975, Thompson viajó a Saigón para una supuesta nota épica sobre Vietnam, pero pasó la mayor parte del tiempo bebiendo en el patio del hotel con otros corresponsales. Hizo varias entrevistas con Jimmy Carter que el ex presidente recordó como largas y reveladoras, pero Thompson perdió los casetes.
Aun así, hubo destellos de inteligencia, como su cobertura del juicio de divorcio de Pulitzer en Palm Beach, Florida, en 1982, que resumía la cultura de la codicia de los 80, precisamente cuando estaba adquiriendo forma. En 1992, publicó “Miedo y asco en Elko”, una pieza de ficción surrealista en la que conocía a un juez de la Suprema Corte del futuro, Clarence Thomas, perdido en una ruta con dos prostitutas. “Fue un regreso notable”, dijo Wenner, quien vio a “Elko” como una pieza menor al lado del clásico de 1971. “‘Vegas’ es divertido y esperanzador. ‘Elko’ es un relato amargo y muy oscuro, como un descenso hacia los impulsos más bajos del espíritu humano.”
Thompson escribió una última pieza para Rolling Stone en 2004. Con un extraño tono humilde, les pedía a los lectores que votaran. Para ese entonces, el dolor de espalda se le había vuelto crónico, y necesitaba una silla de ruedas. Su editor de libros Douglas Brinkley recuerda un viaje con Thompson a Nueva Orleans en enero de 2005, en el que fue humillado cuando no pudo subir las escaleras a una fiesta de James Carville. “Se quedó enojado en el bar de abajo, murmurando cosas crípticas, como: ‘Me llegó la hora de morir, Dougie’”, recordó Brinkley. Un mes después, Brinkley informó que Thompson tuvo una pelea verbal con su esposa, Anita, después de casi haberle disparado con una pistola de aire comprimido. Se arreglaron al día siguiente, pero cuando ella llamó a Thompson desde un gimnasio cercano, escuchó clics extraños. Después de cortar, él se metió una pistola de calibre 45 en la boca y apretó el gatillo.
Thompson dejó una nota, titulada “La temporada de fútbol terminó”, y que fue impresa en Rolling Stone. “67”, escribía Thompson. “Eso es 17 años después de los 50. 17 más de lo que necesitaba o quería. Aburrido. Estoy siempre enojado. Nada de diversión... para nadie. 67. Te estás poniendo codicioso. Hacete cargo de la edad que tenés. Relajate, no va a doler.” La muerte de Thompson recordaba el suicidio de su héroe literario, Ernest Hemingway. “Hunter había pasado de ser una celebridad a ser una leyenda”, dijo Wenner. “Parte de esa leyenda es su suicidio, como con Hemingway.”
Thompson tuvo un último deseo. En agosto de 2005, más de 200 amigos, incluyendo a Wenner, Jack Nicholson, John Kerry y Johnny Depp, se reunieron en la casa de Thompson en Colorado, donde sus restos fueron lanzados en un cañón de 50 metros bajo una luna llena. En marzo de 2005, Thompson apareció en la tapa de la revista; Depp, George McGovern y el hijo de Thompson, Juan, entre otros, escribieron sobre él. Había además una carta que le escribió Thompson a Wenner en 1998, recordando sus primeros días en Rolling Stone: “Mi recuerdo central de esa época es que todo lo que hacíamos parecía funcionar... Comprá el ticket, y viajá. Como en un parque de diversiones... Gracias por la aventura.”