Reportar derramamientos de petróleo, desechos nucleares, y alertar el impacto del cambio climático ha sido una parte crucial de la misión de la revista
En septiembre de 2015, pase mas de una hora en un aula vacía en Alaska hablando con el presidente Barack Obama. Nos sentamos en sillas azules de plástico, con adornos de papel hechos por estudiantes de escuela primaria colgando del techo, y discutimos sobre glaciares, seguridad nacional y el poder del lobby de la industria de los combustibles fósiles. Que yo sepa, ésa fue la única vez que un presidente en oficio habló acerca del cambio climático en profundidad con un periodista. Y no tuvo que ver con que el presidente quisiera pases para el backstage de un recital de Kendrick Lamar. Como me dijo uno de los asesores del presidente ese mismo día: “Vimos el impacto de su trabajo en Rolling Stone, y es significativo”.
Cinco décadas atrás, Rolling Stone y el ambientalismo nacieron del mismo origen. Los ríos se quemaban, los suburbios crecían, la guerra de Vietnam estaba candente, los hippies viajaban (“El LSD hizo que sea posible tener una conversación digna con un árbol”, dijeron un par de historiadores) y la guitarra eléctrica emergía como una fuerza revolucionaria. La palabra “ambientalismo” apareció por primera vez en la revista en diciembre de 1969, en una nota sobre Stewart Brand, el pionero de internet, cuyo Whole Earth Catalog había sido escrito para personas que Brand describía como “marginales, drogones, y... freaks esperanzados”. En otras palabras, ambientalistas. “Que te importe el planeta es parte del Zeitgeist de nuestra generación, parte del lugar del que salimos”, dice el fundador y editor de Rolling Stone Jann Wenner. “Entendimos desde el principio que la justicia social está profundamente vinculada con la justicia ambiental.”
La cobertura de Rolling Stone reconoció que construir un mundo mejor requería una guerra contra los contaminadores corporativos y los políticos corruptos. En los 70, uno de los primeros puntos a cubrir fue la amenaza de las bombas atómicas. Reportamos protestas en la sede de una futura planta nuclear en Seabrook, Nuevo Hampshire, donde los manifestantes tenían carteles con leyendas que decían: “corten madera, no atomos”, al igual que un piquete en la planta nuclear Diablo Canyon cerca de Los Angeles que terminó con el arresto de 1.850 personas. En 1977, Howard Kohn escribió “El caso Karen Silkwood”, una investigación de 12.000 palabras sobre la misteriosa muerte de una trabajadora del plutonio en un accidente de autos que iba camino a hablar con un periodista y un sindicalista acerca de problemas de seguridad en su trabajo. La historia de Kohn sugería que Silkwood, quien creía que estaba siendo envenenada a propósito por contaminación de plutonio, podía haber sido asesinada. El alegato nunca fue probado, pero la historia de Kohn hizo que la muerte de Silkwood fuera emblemática de la corrupción y la impiedad de la industria de la energía nuclear.
En 1989, ocurrió una de las peores catástrofes ambientales de Estados Unidos cuando el Exxon Valdez golpeó contra un arrecife en el estrecho Prince William Sound en Alaska, dónde se abrió el casco del barco y se derramaron 11 millones de galones de petróleo crudo en las aguas cristalinas. Tom Horton, un periodista del Baltimore Sun, llegó un par de semanas después para cubrir el derramamiento para Rolling Stone. “Fue mi primera historia para la revista”, recuerda Horton. “Mi editor sólo me dijo: ‘Andá a Alaska y escribí lo que pensás que hay que escribir’, y eso hice.” Horton pasó un mes viajando entre la niebla en aviones para visitar comunidades nativas en Alaska y trasladándose en tanques de petróleo en el Prince William Sound. La épica nota de 27.000 palabras de Horton, “Paraíso perdido”, capturó toda la tragedia del Exxon Valdez, desde los inexplicables errores del capitán de la nave hasta el padecimiento de la gente de Alaska cuyas vidas fueron trastocadas por el derramamiento.
El tema ambiental más relevante de nuestra época, obviamente, es el cambio climático. Rolling Stone estuvo ahí desde temprano. En 1983, cinco años antes del famoso testimonio ante el Congreso de James Hansen, el científico de la NASA, que estableció los riesgos de la creciente contaminación por dióxido de carbono, Tim Cahill escribió una nota sorprendentemente profética acerca de los peligros del derretimiento de hielos y el aumento en el nivel del mar en un planeta cada vez más caluroso. Para 1988, William Greider ya estaba reprochando al Congreso por no haber actuado para detener el calentamiento. Como escribió Greider: “Nada ilustra más la caída de la democracia americana que la negativa del sistema político para responder... a las justificadas preocupaciones de la gente acerca del ambiente”. En 2003, Robert F. Kennedy Jr. condenó los abusos y la hipocresía de las políticas ambientales de George W. Bush en “Crímenes contra la naturaleza”, que quizás sea el desmantelamiento más sutil y apasionado acerca de las políticas energéticas y ambientales de Estados Unidos que jamás hayamos publicado.
La Madre Naturaleza lanzó su propia advertencia sobre el cambio climático en 2005, cuando el huracán Katrina arrasó en Nueva Orleans. La nota postormenta de Al Gore en Rolling Stone adelantó muchas ideas que luego expresó al año siguiente en Una verdad incómoda, su documental ganador de dos Oscar. “Ahora está claro que nos enfrentamos a una crisis climática global cada vez más profunda que nos obliga a actuar con determinación, rápido y sabiamente”, escribió. “‘Calentamiento global’ fue el nombre que se le puso hace mucho tiempo. Pero debería entenderse como lo que es: una emergencia planetaria que ahora amenaza a la civilización humana en múltiples frentes.” Gore, que contribuye en la revista desde hace mucho tiempo, señala el desafío de lograr cubrir el tema “en una época en la que los dólares por publicidad de los grandes contaminadores de carbón son fuentes de ingresos importantes para los conglomerados de medios corporativos”. Agrega: “Por su misma naturaleza, la crisis climática toca todos los aspectos de nuestra vida, de modo que es apropiado que una revista conocida por mezclar cultura pop, política y noticias se meta con las implicaciones amplias del cambio climático. Es crucial tener voces independientes como Rolling Stone para denunciar a quienes niegan el cambio climático, y para difundir los hechos acerca de la crisis del clima”.
La elección de Obama en 2008, quien durante la campaña habló repetidas veces del cambio climático, se vio como una gran victoria para el movimiento ambientalista. Pero durante su primera presidencia, Obama mantuvo la distancia, mientras un proyecto de ley que podía poner restricciones a la contaminación de carbón murió lentamente en el Congreso. Nuestra tapa del 21 de enero de 2010 lo resumió en una palabra: ¡idiotas! En el artículo correspondiente, escribí: “A los activistas climáticos les gusta hablar acerca de movilizar todos los recursos de Estados Unidos, como hicimos durante la Segunda Guerra Mundial, para luchar contra el calentamiento global. Pero tal como revela el fracaso para aprobar el proyecto de ley climática, quizás sea más fácil vencer a un dictador como Hitler que superar las poderosas amenazas internas a nuestro futuro que constituyen las corporaciones del carbón y del petróleo”.
Lo difícil que se ha puesto esta guerra fue subrayado por la nota de McKibben en 2012, “El cálculo”. “Cuando pensamos en el calentamiento global, los argumentos tienden a ser ideológicos, teológicos y económicos”, escribió McKibben. “Pero para entender la gravedad de nuestro dilema, sólo hay que hacer las cuentas.” McKibben reportó que podemos quemar sólo 565 gigatones de carbón si queremos evitar que la temperatura de la Tierra suba más de dos grados Celsius, el límite internacionalmente reconocido para un cambio climático peligroso; sin embargo, las reservas de combustibles fósiles del mundo contienen alrededor de 2.796 gigatones de carbón. Si quemamos todo eso, literalmente vamos a cocinar el planeta. “Esa nota fue la base sobre la cual se construyó el movimiento de desinversión, un movimiento que ya superó los 5,5 billones de dólares en fondos retirados en parte o en su totalidad”, dice McKibben.
La historia de la vida en nuestro planeta supercalentado resultó, cada año, más urgente. En 2009, y otra vez en 2016, entrevisté a Hansen, el padrino de la ciencia climática, quien predijo un futuro oscuro -incluyendo un aumento en el nivel del mar de más de tres metros para 2100- si no reducimos dramáticamente la combustión de carbón. Viajé a Groenlandia para escribir acerca del derretimiento de placas de hielo; a Australia para reportar las sequías, las inundaciones y la muerte de arrecifes de coral; y a Miami para ser testigo del lento ahogamiento de una gran ciudad americana. Y estuve en París en diciembre de 2015, cuando casi todos los países del mundo votaron para adoptar un acuerdo para reducir la polución por carbono. “Hay muchos demonios en los detalles”, escribí, “pero el mensaje general era claro: después de décadas de discusiones, peleas y traiciones, la gente del mundo se reunió y les dijo adiós a los combustibles fósiles”.
El presidente Trump, por supuesto, demostró que yo (y todos en París) estaba equivocado. Estamos otra vez en tiempos medievales, con un líder del mundo libre que abiertamente ningunea a la ciencia y piensa que la mejor forma de crear energía es quemar rocas negras. En Rolling Stone, dimos más batalla. En meses recientes, Tim Dickinson expuso la campaña para aniquilar la energía solar en Florida; McKibben ofreció nuevas estrategias de resistencia en tiempos de Trump; y yo investigué al administrador de la EPA, Scott Pruitt, el gigante de la industria de los combustibles fósiles que diseñó la decisión de Trump de salirse del Acuerdo de París. “El medio ambiente en realidad es un relato de ética”, argumenta Greider. “Al principio, sólo un par de hippies y drogones lo entendieron. Y resultó que algunos de los hippies y los drogones sabían de lo que estaban hablando.” Aun así, más allá de todo el progreso de los últimos 50 años, el sueño de un mundo mejor sigue escapándose. “La pelea no está ni cerca de haber terminado”, dice Wenner. “Ahora, la apuesta es más alta que nunca.”
Jeff Goodell
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