
Amelita Vargas: adiós a la "reina del mambo"
1928-2019

En la década del cincuenta, Amelita Vargas era una celebridad del cine y el teatro. Trabajaba con figuras populares como Alberto Castillo, Alfredo Barbieri y Niní Marshall. Había conquistado Buenos Aires con su baile. Las revistas de la época la bautizaron la "reina del mambo", un título que mantuvo a lo largo de su vida. Amelita Vargas murió ayer, a los 91 años, en la ciudad que adoptó desde que llegó en 1946. La bailarina cubana será despedida hoy, a las 11, en el Panteón de Actores del cementerio de la Chacarita.
Amelita Vargas nació en La Habana, Cuba, el 16 de enero de 1928. "Tuve una linda vida. La verdad que sí. Empecé en Cuba bailando de muy chiquita, a los 13 años", contó en su última entrevista realizada con LA NACION, en 2018.
Amelita dio sus primeros pasos en el baile con el percusionista y cultor del mambo Chano Pozo, que llegaría a grabar con los legendarios Dizzie Gillespie y Charlie Parker. Este joven músico de la época de oro de las grandes orquestas en La Habana, integrante del grupo de Machito y Los Dandy, le transmitió los secretos de ese ritmo que empezaba a ponerse de moda en el mundo entero. "Iba mucho a mi casa, porque ahí estaba mi padre, que vigilaba. Mi padre me preguntaba a qué iba Chano a casa. Yo le explicaba que me enseñaba a bailar. 'Ah, si es para bailar, me parece bien', me decía. Con esa condición, lo dejaban entrar. Ahí empezó la carrera mía por bailar".
A los quince años, Amelita Vargas buscó su destino en Ciudad de México, junto a su familia. Allí empezó a bailar en casinos y en El Patio, un emblemático lugar de la cultura mexicana, donde hizo migas con el actor Cantinflas y el cantante Pedro Vargas. Para completar su formación, Amelita se mudó a Estados Unidos en 1942, donde estudió actuación, canto y baile. Allí le llegó su gran oportunidad para filmar su primera película en Hoollywood y conocer a Rita Hayworth. "Ella se encontraba filmando Gilda. Yo estaba haciendo Perilous Holiday, con Pat O'Brien. Ahí empezó mi carrera en el cine. Conocerla fue una gran alegría para mí", repasaba en su entrevista del año pasado con Pablo Mascareño.
A mediados de la década del 40, Amelita Vargas desembarcó en la Argentina, donde su histrionismo y su conocimiento de los ritmos cubanos en una época de ebullición del baile social la transformarían en una diva del teatro de revistas y de la pantalla grande. "En Cuba bailaba todos los ritmos que tenemos allá y luego los traje para acá, para que los disfruten ustedes", decía en la entrevista de 2018. El primer gran éxito de Amelita Vargas fue ¡Se acabó el jabón!, en el Teatro El Nacional. A partir de ahí su figura creció en el teatro de revistas y en el cine, donde se convirtió en una estrella de la época de oro, filmando una treintena de películas con directores como Carlos Hugo Christensen, en Con el diablo en el cuerpo (1947), y Mario Soficci, en La secta del trébol (1948).
Su explosión popular llegó con su participación en las comedias de Carlos Schlieper Arroz con leche y Cuando besa mi marido. A partir de su ductilidad para la comedia de enredos, el director Enrique Carreras la convocó para hacer dupla con el humorista Alfredo Barbieri. Los guiones eran una excusa para exhibir los cuadros musicales protagonizados por Amelita Vargas, donde bailaba y cantaba mambo, rumba y chachachá, con un swing incomparable. A la par de sus participaciones en la revista porteña en el Teatro El Nacional, Amelita actúa en el largometraje La procesión, de 1960, que a pesar de participar en el Festival de Cannes recibe críticas negativas. La artista vuelve a su especialidad, la comedia, en Cleopatra era Cándida, protagonizada por Niní Marshall y Juan Verdaguer.
En sus años de fama, la vincularon amorosamente con el hermano de Evita. "Juan Duarte iba siempre a verme. Le gustaba mucho cómo me movía, cómo bailaba". Sin embargo, la artista negó esa relación. Solo estuvo casada con los directores Mario Lugones y Tulio Demicheli. Con ninguno tuvo hijos. Se retiró varios años del centro de la escena hasta que Antonio Gasalla la convenció para realizar un espectáculo en los setenta; y hasta protagonizó un musical más con Blanquita Amaro, su eterna rival. En esa década filmó su última película: La obertura, de Julio Saraceni. Tuvo una pequeña participación más en el ciclo El gordo y el flaco, en los noventa. Amelita se retiró definitivamente, pero nunca dejó de bailar el mambo. Lo hacía en su casa y para los amigos. Así será recordada siempre. "Bailé con todo lo que me daba el corazón. Lo hacía de verdad, lo sentía. Era feliz por eso".
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