Historia de una patinada
Año 1993. Me viene a ver Omar Grasso, junto con Patricio Contreras, para proponerme que produzca Corrupción en el Palacio de Justicia, obra del italiano Ugo Betti. Pensamos que era el momento justo para estrenarla, ya que el tema de la corrupción estaba de moda, cuatro años después de haber comenzado el gobierno de Menem. Acepté hacerla.
Lo primero que hice fue buscar el teatro más cercano al Palacio de Tribunales. Así fue como llegué al Lorange (hoy Apolo) por estar en Corrientes y Uruguay. Mi lógica indicaba que la primera masa crítica de espectadores estaba ahí, entre jueces, secretarios, fiscales, abogados, que saldrían a empalmar su trabajo diurno con el teatro. Sólo con ese movimiento de profesionales ya tendría el primer paso del éxito asegurado.
Un mes antes del estreno, inundé la ciudad con una campaña gráfica incógnita. Era un afiche doble paño, negro, que sólo tenía inscripto en blanco el título. En semicírculo, la palabra "corrupción" y en dos líneas "en el Palacio de Justicia". Llamaba la atención y, convencido de que la gente supondría que era una denuncia amenazadora por destaparse, giraba en mi coche por las calles esa primera noche de la pegatina, disfrutando las conjeturas que imaginaba que ese afiche generaba.
Llegada la fecha del estreno, reforcé la campaña con otro afiche que develaba el misterio, ya con los nombres de los actores y los demás créditos habituales del teatro. También se publicitó en otros medios y los comentarios de las primeras horas eran muy buenos. Todo conjugado para el éxito... sólo que el público no llegó nunca. Ni el de Tribunales ni de ningún lado. El primer sábado debimos suspender la segunda función por falta de público, pese a una crítica excepcional. Casi diría que ni a la familia de los actores les interesaba.
Fallido entonces el cálculo, confirmando lo poco que se sabe de esto, siempre dije que al final no me enteré si la errada fue porque no había corrupción y la queja estaba siendo inventada, o por lo contrario: que había tanta que no había ganas de pagar una entrada para que te cuenten en el escenario lo que a diario se vivía en la calle.