Zapatero acumula reproches por su mediación en la crisis
La oposición, el régimen y sus pares españoles no ahorran críticas a su gestión
MADRID. La gran crisis española, que estalló con él en el poder, curtió a José Luis Rodríguez Zapatero en el arte del eufemismo. Es una virtud que explota a discreción desde que el año pasado aceptó convertirse en mediador entre el gobierno de Maduro y la oposición venezolana.
No usa el término "represión", sino el más neutral "violencia" para describir lo que ocurre a diario en las calles de Caracas. Jamás sale de su boca la expresión "preso político". Pide "evitar actos unilaterales" si quiere referirse a los atropellos a la disidencia. La "delicada situación económica" es su forma de aludir a la ruina de un país desabastecido, con inflación de tres dígitos y cuyo PBI cayó 16% en 2016.
Pero hay momentos en que Zapatero se queda sin palabras. Desde las elecciones del domingo, el ex presidente socialista contempla en silencio cómo su misión pacificadora se expone a un fracaso que puede ser definitivo.
Hace tiempo que el antichavismo lo acusa de "darle oxígeno a Maduro". El reproche creció cuando dio validez a la votación de constituyentes, cuestionada por la comunidad internacional. Y se amplificó con su falta de reacción pública ante la nueva detención de Leopoldo López y Antonio Ledezma.
También en España le llueven dardos. Dos de sus antecesores en la presidencia del gobierno, Felipe González y José María Aznar, le apuntaron al corazón. "Ha conseguido lo contrario de lo que se pretendía. Los presos políticos se multiplicaron por seis, hay un desabastecimiento y una inflación infinitamente mayores, y no se ha devuelto poder a la asamblea elegida democráticamente", evaluó días atrás el también socialista González.
El conservador Aznar llamó el martes a "reconsiderar el papel, ya grotesco" de la iniciativa de diálogo que persigue Zapatero.
Curiosamente, el respaldo que sostiene la misión del ex líder socialista proviene de quien fue su mayor rival político, el actual presidente Mariano Rajoy, a su vez enemigo indisimulado de Maduro.
El propio Rajoy se permitió un medido elogio a su antecesor cuando en julio, las autoridades venezolanas decidieron que Leopoldo López saliera de la cárcel y pasara a arresto domiciliario: "Es justo reconocer sus gestiones. Algunas cosas le salen bien y otras, no tanto".
Aquella excarcelación fue el momento cumbre del mediador Zapatero. Lo vivió como una reivindicación frente a las denuncias opositoras. Llegaron a decir que le había ofrecido a López un trato indigno en nombre de Maduro: la libertad a cambio de que apoyara la Constituyente.
La última entrevista que ofreció Zapatero, al canal La Sexta, fue en esos días en los que parecía abrirse una esperanza sobre el trabajo que conduce desde mayo de 2016 junto con los ex presidentes Leonel Fernández (Dominicana) y Martín Torrijos (Panamá), por encargo de la Unasur.
"Es una de las tareas más difíciles de mi vida. Estoy obligado a ser cauto. Tengo que conseguir que dos bloques enfrentados puedan abrir un espacio de diálogo, de salida pacífica", dijo, sin disimular del todo su frustración por las quejas opositoras. El ex candidato presidencial Henrique Capriles lo había acusado de boicotear el referéndum revocatorio con el que la oposición quiere echar al presidente: "Es el salvador de Maduro, no de Venezuela".
El fastidio repercute en España, donde viven figuras del proceso venezolano. Mitzy Capriles, esposa de Ledezma, lo descalifica: "La mediación no ha sido útil para Venezuela. Zapatero nunca fue imparcial, a veces actúa como si fuera íntimo de Maduro". Para el padre de López, "su intención es dejar todo como está y darle tiempo al régimen".
El sábado, antes de la votación de constituyentes, Zapatero se pronunció por última vez. Lo hizo por escrito. Enardeció a la oposición cuando puso que "el derecho a abstenerse y el rechazo a una consulta electoral son tan incuestionables como el derecho a votar". Maduro también lo atacó por señalar al gobierno como principal responsable de la falta de diálogo.
El nuevo giro autoritario redujo aún más el espacio para una gestión neutral. Zapatero medita ahora cómo seguir con una misión que para él tiene a la larga sólo dos resultados posibles: la gloria o el papelón.
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