“Yo soy sus oídos, él es mis piernas”: dos amigos con discapacidad enfrentan la guerra en Siria
Las metrallas de un proyectil dejaron a Bader con movilidad reducida hace 11 años; en medio de una Siria bajo fuego brindó a LA NACION su testimonio de una amistad inquebrantable
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Había transcurrido poco más de un año desde el comienzo de la guerra civil en Siria cuando la vida de Bader Al-Hajami, de 27 años, estudiante preuniversitario, cambió súbitamente. “Un proyectil estalló cerca de mi en una calle de Damasco. Las metrallas me hirieron el muslo derecho y la espalda, y se acabó para mi la posibilidad de volver a caminar, obligado a moverme el resto de mis días en una silla de ruedas”, recordó en diálogo con LA NACION desde Damasco. Años después del ataque, cuando Bader decía sentir “odio” hacia su silla de ruedas, la vida volvió a darle un giro sorprendente.
En 12 años de combates, que se cumplieron este 15 de marzo, el conflicto dejó más de 600.000 muertos, diez millones de desplazados y un 28% de la población discapacitada (a nivel mundial el promedio de personas con discapacidad es prácticamente la mitad, el 16%). Aunque la lucha disminuyó en los últimos años, hay varias regiones de Siria en el noroeste, como Idlib, donde el gobierno busca recuperar el control. Y en el noreste la situación también es volátil. Tras la retirada de las tropas estadounidenses de la frontera con Turquía, las fuerzas turcas, sirias y rusas desplegadas en la región se enfrentan a diario con las milicias kurdas sirias.
“Los combates siguen sumando gente con discapacidad y a eso se agregó en febrero el devastador terremoto, que provocó una falta enorme de medicamentos, ayudas motoras y tratamientos”, agregó Bader.
A partir del ataque de 2013 que lo dejó sin movilidad en sus piernas, además del prolongado tratamiento médico de rehabilitación, Bader se vio en la necesidad de ajustar su estilo de vida al nuevo estado físico que incluía el inevitable uso de la silla de ruedas.
“Luego del ataque estaba deprimido. Me sentía tan débil... no podía soportar la idea de depender de un aparato para moverme”, recordó. Así fue como se acercó en Damasco al Programa de la ONU para el Desarrollo (UNDP), y eso marcó el inicio de un nuevo capítulo en su vida. “Me decidí a ser el autor de mi historia y a vivirla tan plenamente como pudiera”.
Bader se dedicó a entrenar sus manos para hacer lo que sus piernas ya no podían. Comenzó a practicar básquet y se especializó en el manejo de la cámara fotográfica.
Fue en 2017 que en uno de los talleres de capacitación de la ONU Bader conoció a Ahmed Moussa, cuatro años menor que él.
La discapacidad de Ahmed es diferente y no es consecuencia de la guerra. Una enfermedad repentina que tuvo a los 2 años, lo dejó completamente sordo. Para poder comunicarse con Ahmed, Bader aprendió la lengua de señas y, con paciencia, ayudó a su nuevo amigo a practicar la lectura de labios. Los dos descubrieron además otras afinidades. Ahmed se sumó a las clases semanales de básquet, y halló también en la fotografía un área en la que se podía desarrollar profesionalmente. Ahmed, que está en pareja y próximo a casarse, trabaja ahora capacitando a otras personas con sordera y Bader da cursos en el sector de inclusión de la discapacidad dentro de la UNDP.
“Como vivimos cerca, nos vemos a diario. Ahmed me lleva en la silla de ruedas a todos lados y yo lo ayudo para explicarle lo que sucede. Él se convirtió en mis piernas y yo en sus oídos”, contó. Bader le informa a Ahmed sobre lo que sucede a su alrededor, y le traduce las conversaciones cuando están en un café o dentro de un taxi.
Una alianza que les salvó la vida
Ahmed escribió por Facebook a LA NACION un testimonio de cómo esta relación les salvó la vida a los dos.
“No puedo olvidar el día que estábamos juntos andando por Damasco y explotó un proyectil en Bab Touma”, un barrio ubicado junto a una de las siete puertas de la ciudad antigua, contó Ahmed.
Recordó que él no habría reaccionado lo suficientemente rápido si Bader no lo hubiera alertado sobre el ruido de la explosión y la orden de huir de inmediato.
“Entonces, lo cargué y nos escapamos”, dijo Ahmed.
Esta amistad a prueba de fuego es reconocida por las calles del Viejo Damasco, donde vecinos y comerciantes suelen verlos andar.
“Muchas personas sordas viven en su propio mundo aislado, y lo mismo sucede con las personas ciegas y las que están en sillas de ruedas”, escribió Ahmed.
“Cada persona con discapacidad suele habitar en un mundo separado, y le cuesta converger con otros. Pero cuando hacemos equipo, la situación es mucho mejor para todos”, agregó.
El ejemplo de una historia
Hay una vieja historia siria, que no se sabe cuántos datos tiene de verdad o de leyenda, pero que se basa en el testimonio de una fotografía de 1889, que Bader guarda en su celular.
Se trata de Samir, un cristiano con discapacidad motriz y enanismo, probablemente afectado por la polio, y Muhammad, un musulmán ciego. El cristiano no disponía de sus piernas para moverse por las laberínticas calles de Damasco, y el musulmán no podía avanzar sin que alguien lo guiara. La pequeñez de Samir hacía que para Muhammad no fuera un peso excesivo cargarlo en las espaldas. Su extraordinaria amistad los complementaba.
El relato afirma que los dos eran huérfanos, compartían la misma miserable vivienda y siempre vivieron juntos.
Cuando Samir falleció, Muhammad habría llorado durante siete días por haber perdido su mitad. Finalmente, él mismo moriría de dolor por la desaparición de su amigo, que también fue la muerte de sus ojos.
Tras recordar esa historia, Bader concluyó: “Todo ser humano está para ayudar a su prójimo. Debemos convertirnos en una unión de diferencias positivas. Luego de esta guerra que ya lleva 12 años, ojalá pudiéramos aprender a unirnos para salir adelante”.
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