"Yo quiero y tengo que salir de acá con mi familia": un argentino en Beirut
"Todavía estoy en shock". Es lo primero que dice Martín Loyato al responder el llamado de LA NACIÓN desde su departamento en la zona de Verdún, en Beirut, cuyas ventanas estallaron con la explosión masiva de ayer.
Martín –un músico argentino de 49 años que vive en la capital libanesa desde 2013– y su esposa habían logrado dormir a su hija recién nacida cuando de repente el edificio comenzó a sacudirse.
"Yo viví cinco años en Los Ángeles y estoy acostumbrado al movimiento sísmico. Le dije a mi mujer: ‘¡Es un terremoto! ¡Quedémonos quietos!’", cuenta. (De hecho, el Servicio Geológico de Estados Unidos señaló que la explosión fue equivalente a un terremoto de magnitud 3,3)
Pero unos segundos después escuchó la explosión y casi instantáneamente las puertas de vidrio de su balcón "volaron por todas partes".
"Fue horrible. Nunca viví una cosa así. No sabíamos si nos estaban atacando. Escuchábamos a la gente gritar, llorar. Había vidrios por todos lados", apunta Martín, quien trabaja como profesor de música en la Lebanese American University.
Su departamento, en un cuarto piso, no queda cerca del puerto –el lugar donde ayer detonaron más de 2700 toneladas de nitrato de amonio, según reconoció el gobierno–, pero el ruido fue tan fuerte que pensó "que el bombazo había sido ahí".
"Nos quedamos por un rato quietos en medio del departamento. Teníamos miedo de salir. Tenía miedo por mi mujer y mi hija. La tele no decía nada, no teníamos datos", recuerda Martín, quien se desesperó porque no lograba comunicarse con sus familiares en la Argentina para hacerles saber que estaba bien.
"Después llamó la familia de mi esposa, que es libanesa, y por suerte ellos estaban bien también", cuenta y agrega que su mujer, que se crió en El Líbano, nunca vivió un episodio así, "ni siquiera durante la Guerra Civil".
Desde ayer que no sale de la casa. El gobierno aconsejó a los ciudadanos que abandonen Beirut de ser posible o que tapien sus ventanas y permanezcan puertas adentro "porque la calidad del aire no era buena tras la explosión", indica Martín, aunque dice que luego recibió por WhatsApp un informe de la Universidad Americana de Beirut que contradecía lo informado por las autoridades. Sin embargo, "por las dudas", pidió ayuda a un vecino para volver a encastrar las puertas corredizas, que se habían salido de lugar por el impacto de la onda expansiva, bajó las persianas y cerró los agujeros "con lo que pudo".
"Estoy shockeado", repite. "Viendo a dónde voy con mi familia".
"Tengo amigos hospitalizados que todavía no salieron. De otros no tuve noticias. Una chica que conozco estaba caminando por la calle y le cayó un vidrio en la cara. Lo último que supe es que se la estaba llevando la Cruz Roja", añade.
El aterrador incidente, que ha dejado más de 100 muertos y miles de heridos, y del cual todavía no se conoce la causa, fue para Martín la gota que rebalsó el vaso. Él llegó a Beirut hace siete años, cuando se mudó desde Nueva York, en donde realizó un doctorado en Composición en la Universidad de Stony Brook, "en busca de un cambio", pero hoy se pregunta si tomó la decisión correcta.
Martín, compositor, trompetista, poeta y artista visual, nació en Morón, Buenos Aires, pero abandonó la Argentina hace más de 20 años. Vivió en Canadá, Miami, Denver, Los Ángeles y Nueva York antes de instalarse en El Líbano. "Me cansé de la agitación de la ciudad y, además, en 2007 había viajado a Egipto y Jordania y quedé encantado con la región. También tenía ganas de aprender más sobre música oriental, así que apliqué a una posición para crear un programa de Performing Arts en la universidad en Beirut y en 2013 me vine para acá", cuenta.
Sin embargo, la fascinación de Martín con el lugar se desgastó rápidamente. De hecho, quiere abandonar el país desde 2016, pero ese año conoció a su mujer en un festival de tango y música árabe y sus planes se retrasaron. Ahora que tiene una hija y luego de la explosión de ayer, Martín desea mudarse lo antes posible. "Yo quiero y tengo que salir de acá con mi familia", dice.
"No me veo criando una hija acá. El tema de lo que pasó ayer es muy complejo, yo no creo que haya sido un accidente. Los conflictos con Israel están todos los días y la últimas dos o tres semanas fueron muy pesadas. Hay muchos drones israelíes sobrevolando por el cielo libanés. Hay conflictos en la frontera. Y después está la pandemia y la crisis política y económica. Todo es un desastre", indica.
Las dificultades de salir
Sin embargo, salir no es tan fácil. "No puedo sacar plata del banco si me quiero ir ahora. Hay restricciones de cuanto se puede gastar por semana. Quise transferir todo y no pude hacerlo. Entonces ¿cómo me mudo?", se pregunta desesperanzado.
A esto se suma otra complicación. La nacionalidad libanesa se transmite por paternidad. Por lo tanto, una mujer libanesa (como es el caso de la esposa de Martín) no puede conferir automáticamente la ciudadanía a sus hijos o cónyuges extranjeros. Por esta razón, su hija aún no tiene papeles.
También le pesa la situación económica del país. Por más de que "está bien y tiene un buen trabajo" dice que no hay oportunidades de crecimiento y que la calidad de vida está muy deteriorada. "No tenemos luz ni agua. El gobierno empezó a cortar la luz y te da dos horas por día. Nosotros por suerte tenemos un generador. Pero lo mismo ocurre con el agua. No se puede tomar de la canilla y hay que comprar agua potable. La gente está cansada, el internet se corta constantemente, la calidad es malísima. El país se cae a pedazos y no podes tocar tu ahorros".
Entretanto, como en todo el mundo, los ciudadanos del Líbano sufren los estragos de la pandemia de coronavirus. "Acá veníamos bien, pero la gente empezó a ignorar las recomendaciones del gobierno y subieron los casos. Por eso se volvió a una etapa de confinamiento pero con breaks (descansos). De hecho, ayer y hoy eran días de recreo", explica.
El país registra 5417 contagios y 86 muertes por la Covid-19 hasta la fecha, cifras relativamente bajas. Sin embargo, desde principios de julio, experimenta un rebrote con picos máximos de más de 200 casos diarios en los últimos días, lo que preocupa a las autoridades por los potenciales impactos en medio de una severa crisis económica.
Martín y su esposa, que estaba embarazada cuando el virus llegó al país, no salen de su casa desde marzo por miedo a exponerse. Durante ese período, pudo dar clases virtuales pero ahora están por retomar y aún no sabe cómo va a ser el formato. Mañana tiene un reunión para definir la nueva modalidad pero le cuesta concentrarse en el futuro.
"Ayer estaba que no podía hablar con mi familia, me ponía a llorar al ver todos los edificios destruidos a mi alrededor", dice.
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