Fue una de las artistas latinoamericanas más importantes del siglo XX; en una destacada carrera protagonizó películas, se destacó en escenarios de Estados Unidos y llevó la música andina a lugares impensados
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Tenía una voz espectacular, fuera de serie. Llegaba más alto y más bajo que nadie. Podía sonar tan grave como la del cantante y poeta Leonard Cohen y tan aguda la de la soprano lírica Montserrat Caballé. Pero no fue la única razón del enorme éxito internacional que tuvo en la década de 1950 Yma Súmac, definida por el crítico musical Miguel Molinari como la artista peruana más global que ha existido.
“Fue una adelantada a su tiempo, que combinó la música tradicional peruana con ritmos caribeños y de otras latitudes como nunca nadie lo había hecho antes”, le dice a BBC Mundo Molinari, que participa esta semana en el HAY Festival de Arequipa. Y pese a los altos y bajos que tuvo su carrera, su fama trascendió en el tiempo.
Prueba de ello es que su voz apareció en bandas sonoras de éxitos de Hollywood como “El gran Lebowski” de 1998 o en la campaña con la que Apple lanzó en 2020 su iPhone 12.
El poder de los pájaros
Zoila Emperatriz Chávarry, su verdadero nombre, nació en 1922, probablemente en El Callao, la zona portuaria al norte de Lima, pero pasó la mayor parte de su infancia en la sierra de Cajamarca, y siempre contó que aprendió a cantar escuchando el trinar de sus pájaros y los sonidos de la naturaleza.
Una vez los describió como “sonidos muy exóticos, también muy aterradores, pero que inspiran mucha música”. Desde pequeña cantó y actuó en escenarios de Perú, sorprendiendo al público con su extraordinaria voz. Cuando tenía 20 años conoció al promotor Moisés Vivanco, quien de inmediato se percató de sus dotes y decidió convertirla en el centro de un espectáculo con el que recorrieron el país.
Acabarían casándose e iniciando una excepcional pareja artística que dio como resultado un hijo y una de las aventuras más prodigiosas de la historia de la música peruana. En 1946, conscientes de que al talento de Zoila se le quedaba pequeño el mercado local, se marcharon a Estados Unidos, donde Vivanco no dudó en promocionarla como una legendaria princesa descendiente de Atahualpa, el último emperador inca. Cosa que no era.
Ya con el nombre de Yma Súmac, que significa la más bella en lengua quechua, paseaba su porte altivo y pasional por escenarios en los que deleitaba a los estadounidenses con melodías andinas que nunca habían oído, combinadas con toques que les resultaban más familiares, como los del jazz o el mambo.
“Choledad emprendedora”
En una época en la que en Hollywood triunfaban dramas históricos como “Quo Vadis”, “Ben-Hur” o “Los diez mandamientos”, la apuesta daría resultado gracias a la exótica belleza y, sobre todo, la prodigiosa voz de ella.
“Un cantante de ópera actual puede llegar a las dos octavas o dos octavas y media, mientras que Yma Sumac alcanzaba cuatro o cinco. Tenía un rango de extensión vocal que le permitía hacer cosas excepcionales”, explica Molinari.
Su marido lo sabía. “El triunfo de Yma se debió a su voz, pero también a las habilidades musicales y escenográficas de Vivanco, quien fue capaz de montar espectáculos multitudinarios, cargados de fantasía, que rememoraban la grandeza del imperio incaico”, escribió la historiadora peruana Carmen McEvoy, que ha estudiado la vida de la pareja.
Para McEvoy, Yma y Moisés fueron un ejemplo de esos cholos, como se conoce en Perú a los campesinos, que a mediados del siglo pasado emigraron del campo hacia Lima. Pero en su caso llevaron el proyecto hasta su triunfo mundial, erigiéndose a ojos de la experta en “la vanguardia de una choledad emprendedora que, sin apoyo del Estado, representó al Perú por el mundo entero”.
En 1950, lanzó su primer álbum, “Voz de Xtabay”, que disparó su ascenso al estrellato internacional, convirtiéndose en un éxito a pesar de la escasa promoción comercial recibida. Súmac acabó cantando sus temas en los casinos de Las Vegas y en salas tan destacadas como el Carnegie Hall de Manhattan o el Hollywood Bowl.
Paso por el cine
Ya convertida en un fenómeno musical, hizo algunas incursiones cinematográficas. En 1954 rodó “El secreto de los incas”, en la que cantaba casi tanto como actuaba. La película explotaba de nuevo el tópico del esplendor pasado de los incas, perseguido en ella por un joven Charlton Heston que aún no había hecho sus papeles icónicos y encarnaba aquí a un aventurero cazatesoros en el que algunos han visto a un precursor del futuro Indiana Jones.
Más tarde, Súmac participaría en el film “Omar Kayyam” y en la mexicana “Música de siempre”, entre otras producciones cinematográficas y televisivas.
Pero, como recuerda Ricardo Bedoya, historiador del cine de la Pontificia Universidad Católica del Perú, “sus papeles cinematográficos fueron resultado de su éxito como cantante y de la imagen de exótica princesa inca que supo construir Moisés Vivanco”.
Paseo de la Fama
Paradójicamente, cuanto mayor era su fama lejos de Perú, mayor eran la incomprensión y el rechazo de parte de su país, donde los puristas la acusaban de contaminar las esencias del folklore indígena peruano al mezclarlo con tradiciones musicales extranjeras.
Quizá el más destacado de los críticos fue Jose María Arguedas, considerado uno de los más relevantes escritores peruanos del siglo XX. “Lo que hace Yma Súmac, por supuesto, no es estilización de la música india: es deformación pura”, llegó a escribir Arguedas, que al parecer la despreciaba porque no hablaba quechua.
Pero éxitos como su “Malambo No 1″, tema en el que combinaba letras en español e inglés y los ritmos afrocubanos y trompetas típicos del mambo con los agudos que solo Yma podía reproducir, dejaban bien claro que era precisamente su capacidad única para mezclar lo que enamoraba al público. Fue esa la receta que la convirtió en la primera y hasta ahora única peruana en tener una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.
Separación
El estrellato de Súmac comenzó a declinar a finales de la década de 1950 con la llegada del rock and roll y el cambio de los gustos de la audiencia.
Súmac se orientó entonces hacia Europa, donde realizó varias giras, entre ellas una por la URSS, tan exitosa que se prorrogó hasta los seis meses, mucho más de lo inicialmente previsto. En 1965, después un primer divorcio tras el que volvieron a casarse, Súmac y Vivanco se divorciaron definitivamente.
En un documental sobre ella emitido por la televisión peruana, la secretaria de Vivanco afirmó haber tenido dos hijos con él, echándole más leña a su fama de mujeriego. Terminaba así una de las sociedades más fértiles y originales de la historia de la música peruana.
Yma Súmac nunca se volvió a casar. Según Molinari, que la trató durante su último viaje a Perú, “era una mujer con mucho sentido del humor y muy cálida, pero también con una personalidad muy fuerte y una mentalidad muy estricta que aprendió en la sierra”.
Icono LGTB
Ya sin Vivanco, Yma Súmac grabó en 1971 el álbum “Miracles” (Milagros, en español), un intento del compositor estadounidense Les Baxter reimpulsar su carrera en la nueva era dominada por “The Beatles” y las guitarras eléctricas.
Para entonces ya pocos creían que Yma Súmac fuera realmente una princesa inca y el álbum pasó sin pena ni gloria cuando se lanzó. Pero “Miracles” ganó con el tiempo y acabó convirtiéndose en un disco de culto, todavía hoy apreciado por un público minoritario.
Y es que la voz única de Yma Súmac y su capacidad camaleónica iban a permitir aún nuevas lecturas de su arte. Molinari cuenta que “a finales de los 1970 y comienzos de los 1980, el mundo de las ‘drag queen’ en Estados Unidos la tomó como ícono por su poder de fascinación y por la figura disruptiva que representó su imagen de mujer empoderada vestida con esos seductores trajes regionales del Perú”.
A partir de 1980 se produce lo que Ramiro Bedoya llama “el reciclaje posmoderno de la voz de Yma Súmac” y su música empieza a aparecer en la banda sonora de varias películas, lo que alumbró “una revalorización de su presencia en el cine internacional”.
En Perú, el reconocimiento oficial tardaría aún unos años en llegar. Fue recién en 2006, durante un viaje promovido por Molinari, que el gobierno la condecoró con la Orden del Sol, una de las más altas distinciones civiles del país. Tras aterrizar en el aeropuerto de Lima, la ya anciana diva declaró: “Estoy tan dichosa que he llorado un poco en el avión”.
Aquel viaje postrero fue el principio de una revalorización de su figura en su propio país que para muchos es aún insuficiente. El periodista Jaime Bedoya escribió en el diario El Comercio que si Yma Súmac hubiera sido mexicana “tendría un parque en su honor en el DF y su imagen sería tan mundialmente popular como Frida Kahlo”, pero le tocó ser peruana “y eso explica que al cumplirse los cien años de su nacimiento (...) oficialmente al país no le importe”.
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