Yair Lapid, el poder en las sombras del nuevo gobierno de Israel
Tras los 12 años de mandato ininterrumpido de Benjamin Netanyahu, el líder de Yesh Atid logró removerlo tras formar una coalición de partidos de oposición que incluyó a una agrupación árabe
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JERUSALÉN.- A fines de la década de 1990, cuando Yair Lapid era un prometedor columnista periodístico, su editor, Ron Maiberg, lo veía como un hombre egocéntrico y en general intransigente, incapaz de ceder terreno en una discusión.
“Te la discutía a muerte”, dice Maiberg, por entonces editor en jefe del Maariv, un diario de centro. “En vez de admitir que Raymond Chandler había escrito unas siete novelas, y no nueve o diez, incluía los cuentos, para que le cerraran los números”.
Más de dos décadas después y a los 57 años, Lapid es un hombre que ha cambiado, según los analistas políticos y sus propios colegas. Ahora que es un líder político de centro, lo consideran un hombre amable y conciliador. Y en parte gracias a esa transformación, Israel ahora se encuentra a punto de dar uno de los pasos más significativos de su reciente historia política.
Este domingo, los legisladores israelíes darán su “voto de confianza” a un nuevo gobierno para que remplace al primer ministro Benjamin Netanyahu, el líder que más tiempo ha gobernado el país. La nueva coalición es una frágil alianza compuesta por ocho partidos de ideologías difusas, a los que solo los une su rechazo de Netanyahu. Si esa improbable alianza logra apoyo parlamentario y se sostiene, será en gran medida porque Lapid le fue dando forma a lo largo de meses de llamados telefónicos y reuniones con los líderes de las facciones que la integran.
Para asegurar el acuerdo, Lapid incluso permitió que Naftali Bennett –un exlíder de derecha pro-asentamientos que accedió a aunar fuerzas con centristas, izquierdistas y árabes– sea el primero en ejercer como primer ministro, a pesar de que el partido de Bennett obtuvo diez escaños menos que el de Lapid.
Según lo pactado, Lapid asumirá como primer ministro en 2023. Pero Bennett ocupará primero el centro de la escena sólo porque Lapid se lo cedió. “No soy muy fan de Lapid”, dice Maiberg. “Pero tengo que admitir que creció, maduró, y dejó atrás los rasgos de soberbia de su carácter.”
Lapid nació en 1963 y creció en una burbuja laica y privilegiada en Tel Aviv. Shulamit, su madre, de 86 años, es una novelista famosa, y su padre Tommy, que murió en 2008 a los 78 años, fue periodista y luego ministro centrista del gobierno.
Lapid realizó el servicio militar como redactor en una revista militar, y luego siguió los pasos de su padre como periodista profesional. En la década de 1990, pasó por varios puestos de prestigio dentro del establishment cultural israelí, desde su habitual columna periodística hasta un programa de entrevistas en televisión, y también actuó en un puñado de películas, escribió novelas y hasta obras de teatro y libretos televisivos.
Para la década de 2000, Lapid ya se había convertido en uno de los conductores y comentaristas más conocidos de la televisión de Israel, famoso por su estilo de entrevistador no confrontativo y por sus columnas moderadas en los medios de prensa.
Fue hacia fines de la década de 2000 que Lapid empezó a planear su carrera política, y en 2012 formó su propio partido laico y centrista, Yesh Atid, que significa “Hay un futuro”. En las elecciones generales de 2013, el partido inesperadamente salió segundo, detrás del Likud de Netanyahu, y entró en la coalición de gobierno liderada por Netanyahu, con Lapid como ministro de finanzas.
Lapid no fue el primero ni el último “outsider” que intentó romper el molde de la política israelí con un nuevo partido de centro. Pero según quienes fueron sus primeros aliados políticos, su estilo centrista tenía un dinamismo novedoso que les resultó atractivo y original.
“Fue como encontrar un hogar”, dice Yael German, exalcalde de un partido de izquierda, Meretz, que luego pasó al Yesh Atid y se convirtió en uno de sus primeros legisladores. “Reunía todo lo que yo buscaba: ponía límites a los partidos religiosos, hablaba del matrimonio civil, de los derechos LGBT, de renunciar a los territorios ocupados, de dos Estados para dos pueblos”.
A pesar de obtener el segundo puesto en las elecciones de 2013, Lapid fue inmediatamente criticado por sus comentarios despectivos sobre los legisladores árabes y se burlaron de sus ambiciones de convertirse en primer ministro. “La gente se quedó pasmada, decían que estaba loco”, recuerda German. “Y aprendió la lección: no decir y no alardear”.
Según Ayelet Frish, su asesor estratégico en aquella época, el aprendizaje más significativo en la carrera de Lapid se produjo dos años después.
Luego de ser despedido por Netanyahu y de que su partido perdiera casi la mitad de las bancas en las elecciones anticipadas de 2015, Lapid quedó marginado de la política. Tuvo que dar un paso atrás, reducir sus apariciones en los medios, aumentar su base electoral y tejer discretamente sus redes políticas, dice Frish. “Dijo que se tomaría un año para sí mismo, para construirse y aprender. Había decidido cerrar la boca”, recuerda Frish. “Se volvió más modesto y abierto a la opinión de los demás”.
Bloque anti-Netanyahu
La primera gran señal de que Lapid había madurado llegó en 2019, cuando empezó a dialogar con Benny Gantz –un líder centrista rival y exgeneral del ejército– para unir sus fuerzas y hacer caer a Netanyahu. Aunque Lapid era el político más experimentado y tenía un partido mejor organizado, llegó a la conclusión de que Gantz tenía mayores posibilidades de derrotar al primer ministro y accedió a trabajar bajo sus órdenes en una nueva coalición, la Azul y Blanca.
El nuevo enfoque conciliador de Lapid cobró impulso en enero de este año, cuando Israel se preparaba para su cuarta elección anticipada en menos de dos años. Para ese entonces, Lapid había roto con Gantz, que el año pasado había renunciado al acuerdo para sumarse al gobierno de unidad liderado por Netanyahu.
Lapid sabía que Netanyahu sólo podía ser derrotado por una coalición amplia, integrada por partidos de izquierda y derecha. Y reconocía que algunos seguidores de esos partidos de derecha se resistirían a apoyar una alianza liderada por un centrista. Así que se negó a candidatearse como primer ministro, mientras esperaba sumar la mayor cantidad posible de votos para un bloque anti-Netanyahu.
Lapid mantuvo el mismo mensaje incluso cuando el partido Yesh Atid crecía en las encuestas, antes de las elecciones de marzo. Dijo que si el precio a pagar para desplazar a Netanyahu era colaborar subordinado a un primer ministro cuyo partido conseguía menos escaños, él estaba dispuesto a hacerlo.
“Mi primer objetivo es terminar con el gobierno de Netanyahu”, escribió en marzo en una columna de opinión. “Para eso estoy dispuesto a renunciar a muchas cosas, incluidas mis aspiraciones personales”.
Mientras se acercaba el día de las elecciones y su partido seguía trepando en las encuestas, Lapid llegó a alentar a los votantes de centro y de izquierda a votar por otros partidos que no fuese el Yesh Atid, para garantizar que recibieran votos suficientes que les permitieran superar el umbral requerido para el ingreso al Parlamento. “El que quiera votar por ellos debería hacerlo”, dijo Lapid una semana antes de los comicios.
El partido de Lapid salió segundo en las elecciones, conquistando 17 escaños. Pero uno de sus primeros gestos fue ofrecerle el primer turno de primer ministro a Bennett, cuyo partido solo había ganado siete bancas. Después, trabajó en las sombras para convencer a otros seis partidos de forjar una alianza para tumbar a Netanyahu.
Incluso después de que Bennett se retiró de las negociaciones durante la reciente guerra en Gaza, por su recelo a integrar una alianza con un partido árabe, Lapid siguió negociando con otros partidos de oposición para no perder impulso político.
Cuando el enfrentamiento bélico terminó, Lapid volvió a insistir con Bennett, y esta vez logró convencerlo de sumarse formalmente a una coalición como primer ministro, sujeto a confirmación del voto de confianza de este domingo.
Parte del éxito de Lapid se debe a la toxicidad actual de Netanyahu, que al final quedó considerado como un socio poco confiable hasta para sus exaliados, como Bennett. Pero en el propio partido de Bennett, reconocen que su líder jamás habría roto con Netanyahu si Lapid no hubiera sido tan decidido y convincente.
“Hacía falta la valentía de Bennett y la convicción de Lapid”, dice un dirigente de Yamina, el partido de Bennett.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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