Sin lugar para la confusión: podemos calificar a Venezuela de dictadura sin sonrojarnos
En Venezuela hay un régimen autoritario sin atenuantes, donde el fraude electoral, la persecución de opositores, la censura y las violaciones sistemáticas de derechos humanos confirman su naturaleza dictatorial
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En Venezuela hay un régimen autoritario sin atenuantes. Y si alguna duda le quedaba a alguien, el escandaloso fraude perpetrado esta madrugada terminó de confirmarlo. Tal vez la elección del 28 de julio sea el comienzo de una traumática transición democrática. Que ello ocurra dependerá de la presión ciudadana y del acompañamiento de la comunidad internacional al pueblo venezolano. Veremos.
A pesar de los rasgos típicamente autoritarios del régimen venezolano, hay quienes tienen problemas a la hora de clasificarlo. Dado que Hugo Chávez llegó al poder a través de elecciones limpias en 1998 y luego fue reelecto en 2000, 2006 y 2012, (aunque en condiciones cada vez menos competitivas), hay quienes se resisten a llamar a las cosas por su nombre razonando (erróneamente) “si hay elecciones, entonces no es un régimen autoritario”.
En el pasado, antes de la ola democratizadora de los años 70 y 80 del siglo 20, la cuestión era sencilla: la forma usual (aunque no la única) en la que se quebraban los regímenes democráticos era a través de golpes de estado perpetrados por las Fuerzas Armadas. Luego de la tercera ola de democratización, los golpes militares exitosos han sido menos frecuentes en América Latina. Ha habido golpes militares (como el que protagonizó el propio Hugo Chávez Frías en febrero de 1992), pero en su gran mayoría no tuvieron éxito a la hora de tomar el poder.
Frente al declive de los golpes militares, hay quienes, tanto en la academia como en la política, haciendo un abuso antojadizo y caprichoso del concepto hablan de “golpes blandos”, “golpes legislativos”, “golpes judiciales”, etc. La realidad es que la gran mayoría de los procesos de quiebre democrático ocurridos en los últimos 40 años en América Latina tuvieron más bien lugar a través de procesos de erosión democrática, o para usar la expresión acuñada por Guillermo O’Donnell “procesos de muerte lenta de la democracia”. ¿En qué momento Venezuela, Nicaragua o El Salvador pasaron de ser democracias débiles o frágiles a ser autoritarismos competitivos? Steve Levitsky y Lucan Way acuñaron hace ya más de 20 años este término para referirse, entre otros, a regímenes como el ruso o el venezolano.
¿Qué caracteriza a estos regímenes? Básicamente, que realizan elecciones, se permite la participación de candidatos de otros partidos, pero las chances de alternancia son nulas debido al férreo control de las instituciones electorales. No solo eso, los dirigentes opositores son hostigados, el partido de gobierno usa de forma abusiva los recursos del estado y el acceso a medios independientes de información es limitado o nulo. Si hay competencia electoral, esta ocurre con la cancha groseramente inclinada a favor del oficialismo. El árbitro está comprado y el VAR siempre falla a favor del partido de gobierno.
¿Son dictaduras entonces? ¿Es Venezuela una dictadura o un autoritarismo competitivo?¿Deberíamos usar otra palabra para referirnos al gobierno de Maduro? Salvo que nos encontremos en un congreso de politólogos o estemos escribiendo un artículo para una revista académica la cuestión semántica es irrelevante.
Dictadura, como muchas de las palabras que se usan en política: a) admite múltiples significados y b) tiene (aunque no siempre fue así) una connotación claramente peyorativa. La dictadura era una institución propia de la República Romana, una suerte de estado de excepción para tiempos de crisis. No era en aquel entonces sinónimo de gobierno autoritario, que es el uso que actualmente tiene este término.
Actualmente es usual escuchar a alguien usar las expresiones dictadura, tiranía y despotismo como sinónimos, aunque no sean exactamente lo mismo. Pero todos entendemos que cuando alguien utiliza estos términos está hablando de un gobierno autoritario.
Calificar al gobierno de Maduro como un autoritarismo competitivo o como autocracia (términos más académicos, que no tienen la carga valorativa que arrastra la expresión dictadura) en modo alguno rebaja o matiza la naturaleza criminal de las acciones del régimen venezolano.
La celebración de elecciones no hace del régimen boliviariano una democracia. Las elecciones, incluso con participación de candidatos opositores, pueden convivir perfectamente con regímenes que violan los derechos humanos.
Por lo tanto, salvo que nos encontremos en un evento académico, la cuestión es bastante sencilla: si mueve la cola, ladra y tiene cuatro patas, claramente se trata de un perro. Si un régimen comete fraude electoral, persigue, arresta y tortura opositores, viola de manera sistemática los derechos humanos, practica la censura, etc., estamos ante un régimen autoritario sin matices, es decir, lo que en el barrio diríamos, una dictadura.
Hay regímenes autoritarios que llevan a cabo elecciones a intervalos regulares, en las que participan opositores y que incluso gozan de un amplio respaldo popular. Podemos decirles dictaduras sin sonrojarnos. Cuando estamos en presencia de un régimen que violenta la voluntad del pueblo y viola de manera sistemática y masiva los derechos humanos, salvo que estemos en un congreso o en una conferencia académica, el rigorismo conceptual es señal de complicidad.
El autor es politólogo y docente de la Universidad Católica de Argentina y la Universidad del CEMA
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