Guerra Rusia-Ucrania: ¿Y si Vladimir Putin no cometió un error de cálculo?
A pesar de la lógica generalizada sobre las fallas en la estrategia rusa, quizás el líder del Kremlin nunca tuvo la intención de conquistar toda Ucrania y perseguía en realidad otros objetivos
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Cualquier diría que Vladimir Putin cometió un garrafal error de cálculo en Ucrania.
Pensó que los ucranianos rusohablantes ovacionarían a las tropas rusas, y no ocurrió. Pensó que iba a tumbar expeditivamente a Volodimir Zelensky del gobierno, y no pudo. Pensó que dividiría a la OTAN, y la unió más. Pensó que había blindado a la economía rusa de las sanciones, y fue arrasada. Pensó que los chinos lo ayudarían, pero Pekín está cubriendo sus bases. Pensó que sus remozados militares harían papilla a las fuerzas ucranianas, pero los ucranianos están haciendo papilla a las suyas, al menos en algunos frentes.
Los errores de cálculo de Putin obligan a preguntarse sobre el estado mental y la capacidad de juicio estratégico de Putin en este momento. ¿Quién lo asesora, suponiendo que haya alguien? ¿Está físicamente bien? ¿Y mentalmente? Condoleezza Rice advierte: “No tiene control de sus emociones, algo le pasa”. El sitio a las ciudades de Mariupol y Kharkiv —mayoritariamente rusohablantes, a las que Putin dice estar “liberando” de la opresión ucraniana— se parece al sitio de Varsovia que hicieron los nazis y a lo que Putin mismo hizo con Grozny, capital de Chechenia.
Varios analistas comparan a Putin con una rata acorralada y dicen que ahora que no controla los acontecimientos es más peligroso que nunca. Por lo tanto, dicen, hay que abrirle una puerta de salida de este atolladero donde él mismo se metió. Por eso tanta indignación mundial con el presidente Biden por haber exclamado en Polonia: “¡Por el amor de Dios! ¡Este hombre no puede seguir en el poder!”
Todo eso es enteramente plausible, con el aditivo de que reivindica la estrategia de Occidente de apoyar la resistencia y defensa ucraniana. Y por esa línea de pensamiento se llega a la conclusión de que el mejor resultado posible es encontrarle a Putin una manera de salvar las apariencias: cederle un poco más de territorio ucraniano, que Ucrania prometa neutralidad, y el levantamiento de algunas de las sanciones.
¿Pero y si todo eso que parece enteramente plausible no fuese así? ¿Y si Occidente ha estado jugando otra vez el juego de Putin?
Es la posibilidad que deja entrever Carlotta Gall en un potente relato donde recuerda su experiencia como corresponsal durante el sitio ruso a la ciudad de Grozny, en la Primera Guerra Chechena, a mediados de la década de 1990. En las primeras fases del conflicto, los motivados combatientes chechenos aniquilaron a una brigada de blindados rusos y dejaron mudo al Kremlin. Pero los rusos se reagruparon y barrieron con Grozny a la distancia, con artillería y fuego desde el aire.
Hoy Rusia sigue el mismo manual. Cuando los analistas militares de Occidente argumentan que Putin no puede ganar militarmente en Ucrania, lo que quieren decir es que no puede ganar y salir limpio. ¿Pero desde cuándo Putin juega limpio?
“El manual de jugadas de Putin tiene otro capítulo que los chechenos conocen muy bien”, escribe Gall. “A medida que tomaban el control de algunas zonas de Chechenia, las tropas rusas iban aplastando cualquier disidencia residual y transformando y empoderando a los protegidos y colaboracionistas locales.”
Supongamos por un momento que la intención Putin nunca fue ocupar toda Ucrania, sino que desde un principio sus objetivos reales eran las riquezas energéticas del este de Ucrania, donde se encuentra la segunda mayor reserva de gas natural de Europa, después de Noruega.
Si a eso le sumamos la previa anexión de Crimea —que tiene enormes yacimientos en alta mar— y las provincias orientales de Lugansk y Donetsk —que contienen parte de un enorme yacimiento de gas de lutita—, así como el intento de Putin por controlar casi la totalidad de la línea costera de Ucrania, entonces empieza a tomar forma la verdadera naturaleza de las ambiciones de Putin: está menos interesado en reunir al mundo de habla rusa que en asegurar el predominio energético de Rusia.
“La invasión es una distracción para llevar a cabo un robo descomunal”, dice David Knight Legg, experto canadiense en energía. Los despojos que queden de una Ucrania casi sin salida al mar pasarán a ser un problema humanitario para Occidente, que deberá pagar la cuenta del reasentamiento de los refugiados ucranianos en nuevos hogares fuera del alcance ruso. Con el tiempo, la presidencia de Ucrania podría quedar en manos de una figura similar a Viktor Orban, que se ajuste más al estilo político de “hombre fuerte” que Putin prefiere en sus países vecinos.
Si este análisis es correcto, Putin no sería ese perdedor que pintan sus críticos y que comete garrafales errores de cálculo.
En ese contexto también cobraría más sentido su estrategia de atacar a los civiles. Más que una mera forma de compensar la incompetencia de las tropas rusas, la matanza masiva de civiles ucranianos ejerce una enorme presión sobre Zelensky para que acepte lo que Putin exige desde un principio: concesiones territoriales y la neutralidad de Ucrania. Y Occidente también buscará la menor oportunidad que tenga para bajar las tensiones, sobre todo desde que nos convencimos de que Putin es mentalmente inestable y está dispuesto a usar armas nucleares.
Dentro de Rusia, la guerra ya ha servido a los propósitos políticos de Putin. Una parte de la clase media profesional —las personas más referenciadas con líderes disidentes como Alexei Navalny—, se han autoexiliado. La poca prensa independiente que quedaba fue cerrada, probablemente para siempre. Como el Ejército ruso se ha visto humillado, lo más probable es que se desate una purga dirigida y apuntada desde arriba, y no una revolución amplia de las bases. Y el nuevo botín energético de Rusia eventualmente podría ayudar al país a desentenderse de las sanciones.
Este análisis alternativo de la actuación de Putin también puede estar equivocado. Por otra parte, en la guerra, como en la política y en la vida, siempre es más sabio tratar a tu adversario como si fuera un zorro vivo, y no un loco tonto.
Bret Stephens
(Traducción de Jaime Arrambide)
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