Wuhan recupera el ritmo y el orgullo a un año del primer lockdown
WUHAN.– Solo los barbijos, voluntarios pero ubicuos, revelan que por Wuhan pasó alguna vez la pandemia. Estalló aquí, de hecho, y el fin de semana se cumplió un año desde que se ordenó un confinamiento inédito en la historia moderna que fue desdeñado como ineficaz y dictatorial en un mundo que meses después lo replicaría. Once millones de personas quedaron encerradas en sus casas durante 76 días, sin pisar la calle ni para acudir al supermercado, comprensiblemente inquietas porque del coronavirus se ignoraban entonces tanto la tasa de mortalidad como sus vías de contagio. Ninguno de los confinamientos posteriores rozó la dureza del original.
Liang integraba los comités de distrito que llevaban la comida a domicilio y que, junto a la red de voluntarios, permitieron la estricta cuarentena. A fines de enero sufrió una pertinaz tos y llamó al hospital, pero lo antecedían 500 personas en la lista de espera. Lo cuenta su hermana Yang: "Lo telefoneaba todos los días y me repetía que estaba bien, hasta que una vez contestó mi padre y me dijo que lo habían internado porque estaba muy enfermo. Fui a visitarlo al Hospital Xiehe y me asusté. El suelo de los pasillos estaba cubierto por pacientes, no había suficientes médicos ni enfermeras. Conseguí colarme en su habitación. Estaba inconsciente, apenas abría los ojos. No pudo contestarme. Llegué a casa una hora después y me llamaron. Había muerto".
Yang comparte un juicio extendido. Sabe que la realidad no se ajusta a la propaganda, que hubo ineptitud y opacidad en las primeras semanas, pero también que después se tomaron medidas audaces que permitieron vencer la epidemia. Un vistazo al pertinaz naufragio global un año después de que Wuhan mostró el camino decanta la balanza. "No le guardo rencor a nadie", termina.
Wuhan es la ciudad que concentra el grueso de los muertos en China (3869 de 4635), la de los hospitales desbordados y los cadáveres en bolsas. También es la que suma ocho meses sin contagios, la de las recientes fiestas en macropiletas y celebraciones multitudinarias de año nuevo.
Wuhan carece de casos desde que, en mayo, se detectaron media docena y las autoridades ordenaron analizar a sus 11 de millones de habitantes en una semana. Ese brío ante cualquier chispa justifica el sosiego de los wuhaneses. La semana pasada se supo que un turista infectado de la provincia septentrional de Hebei había paseado por Hanjie, la principal calle comercial de Wuhan. Las autoridades la cerraron y no la reabrieron hasta las 4 de la mañana tras haber testado a 8000 personas.
"Ese día se había llenado el local durante el almuerzo y no vino nadie a cenar. Las calles se quedaron desiertas y muchos locales cerraron. La actitud de la gente varía: si escuchan que hay un caso, se encierran en casa. Si no, hacen vida normal", señala Gao Yaqi, propietaria de un restaurante en Lihuangpi, coqueto distrito colonial. A Hanjie y Lihuangpi les separan 45 minutos en taxi: una ciudad vaciada en horas por un contagio explica la victoria contra el virus.
La contaminación y su fealdad aconsejaban la huida acelerada de Wuhan 15 años atrás, otra de esas ciudades chinas agigantadas durante el desarrollismo, anodinas e impersonales, con aroma suburbial y melancolía postsoviética. Hoy es una ciudad de postal con sus distritos financieros salpicados de rascacielos iluminados de noche, las riberas del Yantsé rivalizando en esplendor o las zonas verdes que esponjan una ciudad donde mandaba el cemento. Duele a los wuhaneses que su ciudad quede asociada en la memoria global a un virus.
La vida discurre esta semana sin más contratiempos que su clima desabrido y con las viejas cautelas. Todos llevan barbijo en Wuhan, algunos restaurantes ofrecen dos pares de palillos para que los que te llevas a la boca no toquen el plato común, y los taxistas desconfían de los extranjeros. Uno bajará las ventanillas en un trayecto por la gélida noche wuhanesa y otro preguntará cuándo he llegado y si he cumplido la cuarentena. El rebrote en el norte del país ha finiquitado aquellos alegres amontonamientos juveniles sin mascarilla de recientes festejos.
Wuhan ejerce de nuevo como motor comercial y manufacturero de la China central y su economía camina al mismo ritmo que la nacional. Muchos negocios, sin embargo, no se recuperaron del cierre prolongado. En Lihuangpi, donde nunca faltaron multitudes, abundan las persianas bajas: un bar, un hotel, un local de bodas…
La inquietud, sin embargo, se centra estos días en el rebrote de Pekín y aledaños. Es ridículo en contraste con las cifras globales, pero basta para amenazar las inminentes vacaciones de año nuevo y el gobierno ya ha desaconsejado los viajes.
En la tienda de recuerdos de la Pagoda de la Grulla Amarilla ya dan por perdidas las vacaciones y recuerdan las multitudes de octubre, cuando el país carecía de rebrotes y los chinos acudieron en masa para mostrar su agradecimiento a los que, con su doloroso encierro, habían embridado la expansión de la pandemia por el país. Desde lo alto se distingue el río Yantsé, la majestuosa cicatriz que divide y ordena Wuhan, pero cuesta verle los márgenes a una ciudad que crece sin frenos. Apenas una decena de visitantes se han acercado esta mañana al símbolo de la ciudad. "Wuhan es hoy el lugar más seguro de China", asegura la shanghainesa Liu. "Y, si pasa algo, tenemos experiencia en arreglarlo", añade Yang, su amiga local.
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