Noruega tiene la suerte de pocos, o más bien los millones que pocos otros tienen. Esa fortuna lleva el nombre de "fondo soberano", un fondo de inversiones de casi 1,2 billones de dólares que no solo es el más grande del mundo en su tipo y triplica el PBI argentino, sino que también representa unos 217.000 dólares para cada noruego.
Creado con las ganancias provenientes del petróleo descubierto en sus costas a fines de los 60, el fondo es el salvavidas al que puede apelar Noruega en caso de emergencias o crisis sorpresivas que pongan en riesgo su estable economía. Y eso precisamente hizo este año el gobierno de la conservadora Erna Solberg.
Para evitar que sus gastos se hundieran en el déficit por los planes de estímulo antipandemia, el gobierno retiró el 3,9% del fondo en lo que va del año. Pero la suerte -o más bien la planificación y las inversiones acertadas- otra vez ayudó a Noruega: en el tercer trimestre del año el fondo tuvo ganancias por 44.000 millones de dólares, más de lo que retiró.
Esa solvencia le permitió al país escandinavo transitar la crisis que tiene en vilo al mundo con más tranquilidad y menos divisiones que otras naciones, incluso las nórdicas.
Sí, sus restricciones fueron de las más estrictas y duraderas de Escandinavia, pero también lo fueron sus costos sanitarios y económicos y hoy tiene la menor tasa de muerte por millón de habitantes del área y una de las menores recesiones de Europa.
El éxito sanitario y el escudo económico alimentan el modelo de Noruega -ese al que aspiran tantos argentinos y muchos ciudadanos del resto del mundo- y también preservan sus consensos y armonías políticas.
Con el blindaje de su fondo soberano, Noruega pudo evitar la gran grieta que nació en 2020 y que fogonea las polarizaciones de muchas naciones: salud o economía, cuarentena o apertura. Es tal vez la única democracia que logró mantenerse alejada de esa nueva fisura global, que gobernó los debates en todos los países y que ahora se encamina a determinar el resultado de elecciones del mundo. Es una disyuntiva que, en definitiva, deja en evidencia que la pandemia cambió la salud y la economía del mundo y, además, le dará forma a la política de los próximos años. Lo hará a través de cuatro elecciones en el corto plazo; algunas más cercanas, otras más lejanas a la Argentina, pero todas resonarán en una nación dividida también por los estragos de la pandemia y las políticas para combatirla.
1) De Nueva Zelanda a Bolivia: Solberg, la premier noruega, es elogiada, con frecuencia, por ser parte de un grupo exitoso de mujeres líderes que lograron que sus naciones transcurrieran la pandemia sin tanto trauma como otros países igual de desarrollados. Comparte ese podio con la alemana Angela Merkel, la danesa Mette Frederiksen, la taiwanesa Tsai Ing-wen o la neozelandesa Jacinda Ardern.
La primera en enfrentar comicios es la laborista Ardern, que mañana pondrá a pruebas de los votos una victoriosa estrategia de eliminación del coronavirus que convirtió a la pequeña nación de Oceanía en la envidia de todo el planeta.
Con 1888 casos y 25 decesos, Nueva Zelanda tiene la menor tasa de contagio y muerte por millón de habitantes del mundo desarrollado y hasta la propia Ardern creía que "el voto Covid" triunfaría y le daría otro mandato. Tuvo razón.
La premier no fue una estrella de la política siempre; llegó al gobierno neozelandés casi por la puerta trasera en 2017; solo meses antes de asumir la intención de voto de su partido era de 20%. Pero en apenas tres años enfrentó igual número de crisis dramáticas: el atentado en una mezquita en Christchurch, la erupción de un volcán y la pandemia. Todas las confrontó con una empatía, determinación y capacidad de liderazgo que unió a los neozelandeses en su admiración y que hoy le permite a su Partido Laborista contar con una intención de voto de 47% frente al 32% del Partido Nacional, que lleva como candidata a Judith Collins, exministra de Policía.
Pero si la gestión sanitaria de Ardern le valió la reelección, probablemente su manejo de la economía le habilite la mayoría parlamentaria; el "voto bolsillo" hará sentir su peso precisamente allí.
Nueva Zelanda enfrenta su peor recesión en décadas. A mediados de septiembre un número estremeció al país: su economía se redujo, en el segundo trimestre, un 12,2%. El desempleo, en tanto, alcanzó casi un 8% pese a que el gobierno desembolsó 60.000 millones de dólares en un plan de estímulo.
Las cifras reavivaron dos reclamos que le hacen a Ardern sus críticos. En una señal de que la grieta afecta incluso a naciones poco polarizadas como Nueva Zelanda, el primero suena conocido a oídos argentinos. En los últimos meses, muchas voces opositoras le advirtieron a Ardern que su estricta política de restricciones antipandemia golpearía la economía más de lo aconsejable y propusieron seguir el ejemplo de Australia, que, en lugar de apelar a la eliminación del virus, usó una estrategia de supresión y logró contener el impacto económico más que sus vecinos (decreció un 9% en el segundo trimestre).
El segundo reclamo es más viejo: en su campaña de 2017, Ardern centró sus promesas en combatir la desigualdad económica con programas contra la pobreza infantil y un extenso proyecto de viviendas. Poco de eso pasó. Y hoy la incógnita del laborismo y la premier es si pueden convencer a los votantes necesarios para atrapar la mayoría parlamentaria que sí está en sus planes la recuperación económica y el reforzamiento del Estado de bienestar.
En desarrollo e indicadores socioeconómicos, Nueva Zelanda está muy lejos del otro país que dirimirá su futuro político este fin de semana, condicionado por la pandemia y sus múltiples efectos. El PBI per cápita del país oceánico es 11,5 veces mayor al de Bolivia, una diferencia que se cristalizó en el impacto económico en cada país, y ni hablar en el costo sanitario.
Con 140.000 contagios y 8400 muertes, Bolivia es el tercer país de América del Sur con mayor número de decesos por millón de habitantes, después de Perú y Brasil, y el segundo entre los de mayor tasa de letalidad, tras Ecuador. Y a pesar de ese saldo de que la curva de infecciones recién empieza a apaciguarse después de varios meses, la elección estará más guiada por el "voto bolsillo" que por el "voto Covid-19".
"La cuarentena rígida e insostenible mató la economía, que se ha convertido en el gran problema. La economía y el empleo son hoy la mayor preocupación. La gente cree que, pese al riesgo sanitario, hay que hacer las elecciones porque son la única opción para descongestionar la crisis política y económica", explica a LA NACION, desde La Paz, el analista político Franklin Pareja, que advierte que es probable que las intensas campañas presenciales deriven en un rebrote.
Ya en baja desde hace unos años, la economía boliviana sufrirá una recesión de 6,2%, la mitad de lo que será la argentina, de acuerdo con el FMI, pero dramática para un país que creció a un ritmo de 4,3% anual entre fines de la década pasada y 2016. Ese no es, sin embargo, el número más doloroso del declive en pandemia. El empleo aumentó de 6,6% a 10,5%, en un país donde la informalidad llega al 80%, un factor que explica –como lo hace en tantos otros países latinoamericanos- la intensa circulación del coronavirus.
No solo la economía explicará los resultados de las elecciones. El efecto Covid-19 también ayudó a moldear las fuerzas políticas que se enfrentarán en la votación, en un país convulsionado por el estallido que derivó, hace un año, en la salida de Evo Morales del poder y en la asunción de Jeanine Áñez.
"La presidenta quiso capitalizar la pandemia, pero la pandemia se la cargó a ella. Ése fue uno de los costos de la pandemia. El otro es que, al postergar dos veces los comicios por el brote del virus, el MAS [de Morales] tuvo tiempo de reconstituirse", opina Pareja.
El MAS es, de hecho, el partido que encabeza las intenciones de voto con el 42%, según Ciesmori. Tan económica es esta elección que su candidato es Luis Arce, el exministro de Economía de Evo y artífice de lo que alguna vez se llamó el "milagro boliviano". Detrás, con el 33% de intención de voto, sigue el expresidente Carlos Mesa. Si las encuestas tienen razón, ambos deberán enfrentarse en un ballotage a fines de noviembre.
Por su parte, Áñez, que había prometido no presentarse a las elecciones, fue finalmente candidata. Pero debió abandonar su postulación ante la presión del centro y la centro derecha para evitar fragmentar el voto y ante los escándalos de corrupción de su gabinete.
Uno de esos escándalos -la compra con sobreprecio de 170 ventiladores- empezó a marcar el destino de Áñez, precipitado por los números sanitarios en rojo.
Irónicamente ella pagó un costo político por una herencia deficiente que le dejó el partido de sus odios. Pese al crecimiento que engalanó a Bolivia durante sus mandatos, Evo y el MAS dejaron una infraestructura sanitaria desvencijada, insuficiente para enfrentar una pandemia o siquiera nuevos perfiles de enfermedades.
Bolivia cuenta con 1,28 camas y 1,6 médicos por 1000 habitantes, un nivel incapaz de cubrir la atención médica primaria, de acuerdo con los parámetros de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El alto costo sanitario no es propio solamente de naciones de bajos recursos. Tampoco es la fortaleza del "voto bolsillo" por encima de votos inquietos por la salud no es exclusiva de países de economías precarias. Sucede también en el país más poderoso del mundo. Ocurre, en definitiva, en todo el mundo.
"Yo no observo en ningún lado un ‘voto pandemia’. Es siempre un voto económico", opina Andrés Malamud, politólogo e investigador de la Universidad de Lisboa, en diálogo con LA NACION.
Malamud apela a Maquiavelo para explicar por qué cree que, en las elecciones de la era de la pandemia, la variable determinante será la economía y no tanto la dimensión del costo sanitario. "Él decía: ‘Perdonamos antes al que mata a nuestro padre que al que nos roba la bolsa", dice.
2) Tiembla la apuesta de Trump: Estados Unidos estuvo marcado esta semana por un número: ocho millones. Esa es la cifra de contagios que alcanzó el país hoy; es también el número de pobres que dejaron diez meses de pandemia, informados por organismos privados. La potencia de la cifra habla del impacto del coronavirus sobre la economía, sobre la salud y sobre la política norteamericana y probablemente sobre la elección. El costo sanitario de la pandemia es llamativamente extenso para una potencia como Estados Unidos: el mayor número de casos y el mayor número de muertes aun cuando no es la nación más grande o poblada de la tierra.
Sin embargo, pese a que la inquietud de los norteamericanos por el virus y el sistema de salud crece al ritmo de la inminencia de un tercer rebrote en el país, la economía sigue siendo la prioridad y el mayor determinante del voto, no importa qué encuesta se mire. Solo después vienen la pandemia y el acceso a la salud, a veces intercalados con la preocupación por la seguridad nacional.
Con gran capacidad de leer a sus seguidores y críticos, Trump siempre apostó a que su desempeño económico previo a la pandemia y el plan de estímulo de abril le permitirían llegar a las elecciones como el único candidato capaz de combatir la recesión, como el Superman de la economía. Mientras tanto, se dedicó a subestimar y burlarse del Covid-19, de su impacto en la salud norteamericana y, sobre todo, de las cuarentenas destinadas a contener el avance del virus.
Su cálculo acertó parcialmente: la economía es hoy, como lo era al comienzo del año, antes de la llegada del coronavirus, la prioridad por lejos de los norteamericanos. Solo que ellos ya no creen que Trump sea el mejor capacitado de los dos candidatos para enfrentar la recesión.Los números de la economía acompañaron a Trump desde que asumió, en enero de 2021, e incluso desde antes. Barack Obama le dejó una economía en marcha, fortalecida por casi ocho años de expansión constante, luego del crac financiero de 2008. El actual presidente mejoró esos números de crecimiento y, especialmente, los de empleo en ingreso promedio por hogar. Hoy una mayoría de 56% de norteamericanos aprueba su desempeño anterior. Sin embargo, como nunca antes en este año de campaña, los norteamericanos están divididos sobre quién podría guiar mejor la recuperación económica: Trump o el demócrata Joe Biden. Un sondeo de ABC/ The Washington Post de esta semana señala que un 48% cree que Trump la manejaría mejor y el 47% se inclina por Biden. Es la primera vez que ambos empatan en esa categoría; antes siempre aventajaba Trump. Ese factor explica la creciente ventaja de Biden en los sondeos por el voto popular, que llega a 10,5% de acuerdo con el promedio de sondeos del sitio FiveThirtyEight.
Las señales de alerta se acumulan para Trump. Aunque la recesión norteamericana será menor a la de otras potencias occidentales (de alrededor de un 6%), los datos de reactivación económica del verano boreal se apagan, especialmente en la región hoy más afectada por el virus, que es precisamente la que Trump necesita para ganar en el Colegio Electoral, el Medio Oeste. Es también ese "timing" que pone en peligro la reelección de Trump.
"Si las elecciones legislativas argentinas hubiesen sido en abril o mayo, Alberto Fernández habría ganado ampliamente; ahora no", explica Malamud.
Desconocido e inesperado, el coronavirus tiene tiempos que las sociedades desconocen: cuando se cree que pasó, rebrota para reformular la vida diaria. La política está condicionada por ese ritmo y "timing". Los resultados del 3 de noviembre dirán cuánto.
Un fan de Trump también enfrenta, en otro país, un test electoral, pero para su fortuna son elecciones municipales y no presidenciales. Como el presidente norteamericano, Jair Bolsonaro decidió, desde un comienzo, que la economía era más importante que la salud. Sin embargo, fue más activo en ese sentido que Trump.
Mientras que, indeciso, el presidente norteamericano aún juega con la posibilidad de un segundo plan de estímulo, Bolsonaro descubrió que, ampliando la base del auxilio emergencial (nuestro IFE), había futuro. La llegada de ese bono extra al bolsillo de los brasileños más desprotegidos permitió que el mandatario alcanzara, en agosto, las más altas tasas de aprobación de su mandato aun cuando el costo de su caótica política sanitaria ubica a Brasil en el podio de las naciones más golpeadas.
Ni Bolsonaro ni su alianza participarán de las municipales del 15 de noviembre, pero sí le servirán al presidente como brújula hacia dónde seguir después de haber apostado por privilegiar el bolsillo de los brasileños y no tanto su salud.
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