Votar se volvió un dilema existencial
Los votantes griegos pusieron en la balanza el corazón y el bolsillo a la hora de ir a las urnas
ATENAS.– El drama existencial que para muchos griegos supuso la convocatoria del referéndum –y que se saldó con un rotundo triunfo del no por más de 20 puntos– se plasmaba ayer en el desgarro de Petrula Diamantopulu, profesora jubilada y vecina de Kipseli, un barrio de clase media de Atenas, el mismo en el que reside, y vota, el primer ministro, Alexis Tsipras. La opción de Diamantopulu no fue entre el sí y el no, sino entre la cabeza y el corazón. Votante habitual de Syriza, un partido al que asegura que seguirá votando en próximos comicios, se inclinó por el sí tras una discusión de tintes casi épicos consigo misma, con su ideología y su trayectoria, "y a favor de un espejismo".
"Me costó lágrimas tomar esta decisión y voté sí con tristeza, porque además creo que las dos opciones son igual de malas para el país, sólo que la del sí, a mi juicio, nos puede dar un poco de aliento para superar esta catástrofe", contaba en el hall del centro de secundaria número 15 de Atenas.
En el mismo colegio electoral, Nina, otra jubilada de 80 años, exponía sus razones para votar igual. "En la familia somos todos de Nueva Democracia [defensor del sí en la consulta] desde hace generaciones... Así que cómo no iba a votar que sí, con esta situación tan desastrosa, en la que el gobierno ni siquiera sabe tomar decisiones... Tsipras se ha echado a un lado y nos ha cargado el muerto a nosotros."
Pero la razón última de su voto era, en realidad, el miedo al futuro y el porvenir de los suyos. "También he votado que sí porque tengo hijos y nietos, y me preocupa todo esto, pinta muy mal", admitía. De improviso se suma a la conversación Eli, otra jubilada, de 82 años. "¿Y los demás no tenemos hijos o nietos? ¿Sólo los votantes del sí tienen derecho a preocuparse por el futuro?"
La réplica de Nina no tarda en convertirse en un intenso, pero educado, intercambio de opiniones entre las dos mujeres, en el que aparece repetidas veces un concepto que ha marcado la campaña y, con toda probabilidad, el futuro inmediato de Grecia: la división.
En otro colegio de las afueras, dos veinteañeros, Dimitris (arquitecto en un estudio, cobra 8000 euros al año como autónomo) y Petros (estudiante universitario en Escocia), que se confiesan "fervientes partidarios del euro y de Europa", revelaban su voto, negativo. "Creemos en la democracia, y la actitud de los socios no es en absoluto democrática. Creemos en el valor del diálogo y de la negociación, que siempre es algo positivo, y estamos seguros de que a partir de hoy se retomará el proceso de una forma más decisiva y, por primera vez, en pie de igualdad", contaba Dimitris. "Si gana el no, claro", agregaba Petros, antes de conocer el desenlace.
© El País, SL
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