Volvieron los talibanes: ¿le pondrán freno o apoyarán a Al-Qaeda?
Con el regreso al poder de los fundamentalistas muchos temen que la red y otros grupos radicalizados vuelvan a encontrar refugio en Afganistán
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BRUSELAS.- Hace 20 años, Estados Unidos y la OTAN invadieron Afganistán en respuesta a los atentados terroristas del 11 de Septiembre perpetrados por la agrupación Al-Qaeda, a la que el gobierno talibán había dado refugio.
Y ahora que los talibanes han vuelto al poder, muchos temen que Afganistán vuelva a convertirse en terreno fértil para el terrorismo y el islamismo radicalizado, con ayuda de las nuevas tecnologías y las redes sociales.
La cosa recién empieza y no hay coincidencia entre los expertos sobre la forma que podría tomar el nuevo gobierno talibán y hasta qué punto puede convertirse en una amenaza, o qué tan pronto.
En lo que todos coinciden es en que la victoria talibana representa un potente envión propagandístico para el terrorismo islamista en todo el mundo. Algunos predicen que después de 20 años, los talibanes han aprendido algunas lecciones, y que sabiendo las consecuencias, es improbable que reiteren su apoyo a grupos como Al-Qaeda o Estado Islámico.
Otros, especialmente en Washington, creen que el movimiento talibán casi con certeza volverá a alentar a las agrupaciones terroristas y piensan que las posibilidades de nuevos atentados contra Estados Unidos y sus aliados ahora se incrementan exponencialmente.
Nathan Sales, excoordinador de antiterrorismo y miembro del Consejo Atlántico, dice que “la amenaza terrorista para Estados Unidos será dramáticamente peor”. Con los talibanes de nuevo en el poder, dice Sales, “es prácticamente una certeza que Al-Qaeda volverá a tener su refugio seguro en Afganistán, y que lo usará para complotar desde ahí sus nuevos atentados terroristas contra Estados Unidos y sus aliados”.
Otros expertos no están tan seguros. “Entramos a Afganistán para resolver la amenaza terrorista, y ese será el termómetro crucial para saber si estamos en mala situación o si la situación es directamente pésima”, dice John Sawers, exdirector del MI6, el servicio de inteligencia británico. “Tener al frente del país a un amigo de los terroristas, como lo han sido los talibanes, no es nada bueno. Pero alguna lección habrán aprendido en estos 20 años”, aclara Sawers, actualmente director ejecutivo de Newbridge Advisory, una empresa de análisis de riesgo.
“La pregunta sigue siendo qué tanto control de los combatientes reales tienen los líderes que se sientan a negociar en Doha, ya que en las guerras civiles, los que están en el campo de batalla suelen tener más poder que los negociadores alojados en hoteles cinco estrellas”, dice Sawers en referencia a los líderes talibanes que se ocupan de las cuestiones diplomáticas desde Qatar.
Dosis de refuerzo
Los islamistas radicalizados de todo el mundo “están recibiendo su tan necesaria dosis de refuerzo” gracias a la victoria talibana sobre Estados Unidos, el “Gran Satán”, dice Peter Newmann, profesor de estudios de seguridad internacional del King’s College de Londres.
“Los seguidores de Al-Qaeda están todos festejando”, dice Newmann. “Es un triunfo sobre Estados Unidos, que es el enemigo a derrotar, porque todos esos combatientes bajaron de las montañas para eso: para derrotar a Estados Unidos. Y son muchos los grupos que se van a colgar de esta victoria en términos propagandísticos, para decir que si los talibanes pudieron, nosotros también”.
En las redes sociales y salas de chat, “Ya se percibe un viento de triunfo empujando las velas del movimiento yihadista global”, dice Raffaello Pantucci, experto en terrorismo del Real Instituto de Servicios Unidos, un organismo de investigación en defensa, y de la Escuela de Estudios Internacionales S. Rajaratman, en Singapur.
“Todos ellos ven la victoria en Afganistán como el vértice de lo que pasa en otros lugares del mundo, en parte de África, de Siria, con la salida de los franceses de Mali, y en todo eso ven una historia de éxito”, dice Pantucci. “Así que van a difundir esa narrativa de éxito, argumentando que se puede combatir durante 20 años y acceder al poder”.
Así que el riesgo más inmediato es el aliento que sentirán los “actores solitarios” a cometer actos locales de terrorismo, uno de los principales objetivos de la campaña terrorista en las redes sociales, dice Neumann. Pero Newmann también cree que hay pocas chances de que los talibanes den inmediatamente refugio a grupos como Al-Qaeda y Estado Islámico. Los talibanes lograron volver al poder sin la ayuda de Al-Qaeda, y además han entendido que justamente perdieron el gobierno y su país en 2001 por culpa de Al-Qaeda, remarca Neumann.
Estados Unidos podría volver a intervenir, “no para proteger los derechos humanos y de las mujeres, sino para impedir que los talibanes permitan el florecimiento del terrorismo internacional”.
Los talibanes tendrán que lidiar con los remanentes de Al-Qaeda y Estado Islámico ya presentes en Afganistán, dice Sawers. “No moverán un dedo contra ellos, pero tampoco quieren volver a ganarse la hostilidad internacional.”
La prioridad del nuevo gobierno talibán, dice Sawers, será consolidar el control territorial sobre un Afganistán fragmentado, incluyendo “algún tipo de entendimiento” con las minorías, como los uzbecos y musulmanes chiítas, los hazaras y los ismaelitas. “Los talibanes consiguieron una gran victoria y no van a querer arruinarla”.
Otros, como Sales, están convencidos de que los talibanes permitirán que al-Qaeda vuelva a operar contra Estados Unidos desde Afganistán. Sales señala que sin presencia militar o diplomática en el terreno, y con sus tropas y drones a cientos de kilómetros de distancia, la capacidad de la inteligencia norteamericana en Afganistán se verá muy disminuida.
Los talibanes siempre se han negado a romper con su “aliado incondicional Al-Qaeda”, a pesar de haberlo prometido en el acuerdo que firmaron en febrero de 2020 con la administración Trump, señala Sales. El experto cree que dentro de tres a seis meses, Al-Qaeda se reestablecerá en Afganistán, con recursos, dinero y nuevos reclutas.
Recalculando
En junio, en una audiencia en el Senado norteamericano, le preguntaron al secretario de Defensa, Lloyd J. Austin III, y al jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark A. Milley, sobre las posibilidades de que grupos como Al-Qaeda y Estado Islámico pudieran resurgir en Afganistán y convertirse en una amenaza para el territorio de Estados Unidos en los dos años posteriores al retiro de las fuerzas militares.
“Yo diría que es un riesgo medio”, respondió Austin en ese momento. “Y también creo que tardarían unos dos años desarrollar esa capacidad”. El domingo, por teleconferencia, el general Milley les dijo a los senadores que estaban revisando rápidamente sus cálculos previos. Los funcionarios ahora creen que tales grupos podrían crecer mucho más rápido y están trabajando en una nueva línea de tiempo.
Barry Pavel, director del Centro Scowcroft de Estrategia y Seguridad, dice que “un Afganistán al mando de los talibanes, que brinde refugio a terroristas globales expertos en tecnología de reclutamiento remoto y en operaciones a distancia en Estados Unidos y otros lugares del mundo, representa un nivel de amenaza totalmente nuevo”.
Pero los vecinos de Afganistán tienen preocupaciones más urgentes, señala Pantucci. Paquistán, que ha apoyado a los talibanes y su cóctel de Corán y Kalashnikov contra la influencia de la India, ya está experimentando un resurgimiento de los talibanes paquistaníes, alentados por el éxito que perciben del otro lado de la frontera. Los talibanes paquistaníes no tienen una relación de coordinación con los talibanes afganos, pero están comprometidos con el derrocamiento del Estado paquistaní y mantienen refugios a lo largo de toda la frontera.
Pakistán puede presionar a los talibanes afganos para que los controlen, “pero el dilema es hasta qué punto los talibanes afganos controlarán realmente el territorio”, dice Pantucci. “El relato de éxito y victoria ya resuena en Pakistán, y los propios paquistaníes a veces sobreestiman el control que tienen de sus propios grupos extremistas”.
Irán, por su parte, está preocupado por los nuevos movimientos de refugiados, por el tráfico continuo de opio a través de la frontera —la gran fuente de financiamiento de los talibanes—, y por los grupos anti-iraníes, como los baluchis, que podrían usar a Afganistán como base para atacar a Irán.
En Asia Central también preocupa la inestabilidad y los ataques transfronterizos de militantes islamistas provenientes del territorio afgano. En 1999 y 2000, durante el último gobierno talibán, hubo graves incursiones en el sur de Kirguistán y un apoyo efectivo a la guerra civil en Tayikistán. Durante 1999, en Tashkent, la capital de Uzbekistán, hubo seis atentados con explosivos.
China también sufrió actos terroristas en Xinjiang. Si bien la conexión de esos hechos con Afganistán no está clara, los extremistas uigures han operado desde territorio afgano a través de la estrecha frontera con China. De hecho, China ya está tratando de llegar a algún acuerdo con los talibanes.
China viene advirtiendo sobre la inestabilidad que podía derivarse de una retirada apresurada de Estados Unidos de Afganistán, pero al igual que Rusia y la mayoría de los vecinos, es probable que termine reconociendo al nuevo gobierno talibán. A fines del mes pasado, funcionarios chinos se reunieron con una delegación talibana que incluía al gran mulá Abdul Ghani Baradar, cofundador del movimiento, que pasó varios años encerrado en cárceles paquistaníes.
“Todos esos países tienen su historia y temen que se repita”, dice Pantucci. Por eso Sales y otros expertos tiene la esperanza de que esos países colaboren silenciosamente con Estados Unidos para asegurarse de ponerle un freno a Al-Qaeda.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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