Vladimiro Montesinos, López Rega, Rasputín...
Grigory Yefimovich Novykh, cuya conducta licenciosa le valió el sobrenombre de Rasputín (en ruso, "el depravado"), ingresó en la corte real de San Petersburgo en 1905 y dominó al zar Nicolás II y a la zarina Alejandra de 1908 en adelante, apelando a supuestos poderes ocultos para velar por la salud del hijo de ambos y heredero del trono, Alejandro Nicolás, que padecía de hemofilia. En 1916 un grupo de nobles, alarmados por el poder sin límites que había adquirido Rasputín, lo asesinó. En 1917 cayó el zar y comenzó el comunismo. En 1918 Nicolás II, Alejandra y sus hijos fueron asesinados.
El auge y la caída de Rasputín coincidieron con la década final de la monarquía zarista. El comunismo duró hasta 1991. Nicolás II acaba de ser santificado por la Iglesia Ortodoxa Rusa. Así es el ir y venir de la fortuna política. Pero si la imagen de los reyes y los presidentes sube y baja con las ondulaciones de la historia, nadie rescata la negra memoria de los favoritos. Ninguna canonización retrospectiva espera a Rasputín.
Puede ser que, según pasen los años, los peruanos rescaten la memoria de Fujimori por haber vencido a Sendero Luminoso y restablecer la economía. El propio Fujimori podría estar soñando con retornar cuando el presidente que elijan los peruanos para sucederlo en 2001 termine su mandato en 2006 porque, para entonces, quizá los errores de su sucesor hayan hecho olvidar sus abusos. Pero una cosa es cierta: nadie rescatará la memoria del Rasputín de Fujimori, Vladimiro Montesinos.
Los buenos y los malos
Como la sombra sigue a la luz, el sigilo y la violencia acompañan los destellos del poder. Pero ningún rey, ningún presidente quiere encarnar el lado oscuro de la política. Alguien queda a cargo del "trabajo sucio" para liberar a su jefe: el favorito.
Cuando el lado oscuro del poder tentaba a San Nicolás II a torturar y a fusilar, para eso estaba Rasputín. Cuando Isabel enfrentó la posibilidad de reprimir "por izquierda" la subversión, no fue ella sino José López Rega el que organizó la Triple A. También él, como Rasputín, había invocado poderes ocultos para subyugar la voluntad del matrimonio presidencial argentino.
Además de tomar a su cargo el trabajo sucio, la otra función del favorito es hacerse odiar. Hacia él corren los resentimientos que genera el ejercicio del poder. Sólo así es posible consagrar a los reyes y los presidentes en el altar de la popularidad. Cuando surja el nombre de quien pagó los sobornos a los senadores, la Argentina democrática identificará a su Montesinos en estado naciente, antes de que crezca fuera de toda proporción.
Corrupción y poder
Cuando lord Acton escribió "el poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente", afirmó que, por apelar en última instancia al monopolio de la violencia organizada, "todo" poder porta un demonio, pero hizo notar además que sólo el poder absoluto, es decir "absuelto" de controles, corrompe "absolutamente".
Con su sistema de contrapesos y controles, la democracia exorciza los demonios del poder. Cuando la democracia se aleja, con ella se van los exorcistas. Que haya habido un Montesinos al lado de Fujimori prueba, así, el grado de absolutismo al que había llegado el presidente peruano desde que en 1992, a dos años de su inauguración democrática, disolvió el Congreso.
Montesinos, el artífice de esa disolución, entró en tratos amigables con la CIA, ese Rasputín colectivo que tienen los presidentes norteamericanos, hasta que hace dieciocho meses desvió por codicia un cargamento de armas hacia las FARC.
Desde ese momento, la CIA lo inscribió en su lista negra. Finalmente, cuando a Montesinos le robaron un tape en el que él mismo se había filmado sobornando a un senador de la oposición, su suerte quedó sellada. Montesinos había montado una red de extorsión gracias a una inigualada colección de tapes que incluía, se dice, al propio Fujimori. Pero el que a tape mata, a tape muere.
Al igual que las historias de Rasputín y López Rega, la de Montesinos mostró que el ser humano saca de adentro lo peor de su naturaleza cuando los demás no lo vigilan. Ya se llame Nicolás, Isabel o Fujimori, si el príncipe no elimina al favorito antes de que lo identifiquen con él, lo sigue en su caída.
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