Vladimir Putin, Yevgeny Prigozhin, y los peligros de la supuración de una Rusia desintegrada
Tras la rebelión del jefe del Grupo Wagner resulta incierto el futuro político del Kremlin, donde tampoco hay ninguna figura descollante fuera del presidente
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NUEVA YORK.- Lo que está pasando en Rusia parece el tráiler de la próxima película de James Bond: el excocinero y exciberpirata de Putin, y actual líder de un ejército mercenario Yevgeny Prigozhin se rebela.
Prigozhin, un personaje que parece salido de “El satánico Dr. No”, encabeza una caravana de exconvictos y aventureros en un arranque disparatado para tomar la capital de Rusia, y a su paso van derribando helicópteros de guerra del Kremlin. Encuentran tan poca resistencia que internet está llena de imágenes de mercenarios haciendo fila pacientemente para comprarse un café: “Ey, ¿le podrías poner tapa? ¡Es para llevar y no quiero manchar el asiento del tanque!”.
Y después, de repente, cuando estaban a menos de 200 kilómetros de Moscú, parece que Prigozhin se enteró de que su caravana detenida en medio de la ruta sería carne de cañón de un ataque aéreo que ya estaba decidido.
Así que el jefe de los mercenarios optó por la “sentencia de conformidad” negociada por el presidente de Bielorrusia, canceló su revolución –”perdón, fue sin querer, mi única intención era señalar algunos de mis desacuerdos con el Ejército ruso”–, y todos contentos y a sus casas.
Difícil saber qué amenaza le hizo llegar el despiadado Putin a su viejo compinche Prigozhin, pero claramente logró su atención, porque si hay alguien que sabe que Putin es un asesino es el hombre que se ocupaba de embolsar los cuerpos…
Como el siniestro Ernst Stavro Blofeld, el villano de Bond que dirige el sindicato del crimen internacional Spectre y que solía acariciar a su gato mientras pergeñaba el apocalipsis, suele mostrarse en la cabecera de su mesa blanca de seis metros de largo, con los visitantes sentados en el otro extremo, donde seguramente hay una puerta-trampa lista para tragarse al que se pase de la raya.
Mi primera reacción, al ver los hechos por CNN y repasarlos en los días siguientes, fue de duda: ¿todo eso era real? No soy para nada conspiranoico, pero “Vive y deja morir” ni se compara con este guion de Motín en el Moscú, un guion que todavía se está escribiendo, con Putin, el analógico, tratando de reponerse con apariciones en la televisión estatal rusa y con Prigozhin, el digital, que sigue manejando a su círculo a través de Telegram.
La pregunta que me hacen muchos lectores es: “¿Y ahora qué pasa con Putin”?, pero es imposible de predecir. Sin embargo, en todo caso me cuidaría de darlo por perdido prematuramente. No olvidemos que Blofeld apareció en seis películas de Bond hasta que el agente 007 finalmente lo eliminó.
Todo lo que se puede hacer por el momento, en mi opinión, es tratar de calcular los diferentes equilibrios de poder que intervienen en esta historia y analizar qué podría hacer cada uno de los protagonistas en los próximos meses.
Aplausos para Biden
Empecemos por el principal equilibrio de poder, ese que nunca hay que perder de vista. Que suba al escenario el presidente Joe Biden a recibir su aplauso: fue el amplio y sostenido apoyo a Ucrania de la coalición reunida por Biden el que expuso que la fachada de Putin era cartón pintado.
Me gusta la descripción que hizo el exdiplomático israelí en Estados Unidos Alon Pinkas en su columna en Haaretz de esta semana: Biden entendió desde un primer momento que Putin “es el epicentro de una constelación antinorteamericana, fascista y antidemocrática a la que hay que derrotar sin negociar”. Y la sublevación de Prigozhin “hizo básicamente lo mismo que viene haciendo Biden desde hace 18 meses: dejar expuestas las debilidades de Putin, resquebrajando su ya empalidecido barniz de supuesto estratega genial y su aura de invencibilidad”.
Putin gobierna con dos armas: el miedo y el dinero, todo bajo un manto de nacionalismo. Compra a los que puede comprar, y a los que no se dejan los mata o los mete presos. De hecho, hasta el mandadero presidente de Bielorrusia, donde al parecer asomó la cabeza Prigozhin el martes, dijo que Putin le había dicho que quería matar a su traidor comandante mercenario, “aplastarlo como un bicho”.
Algunos analistas de temas rusos, sin embargo, dicen que ese temor se ha disipado de los pasillos del Kremlin. Si el aura de invencibilidad de Putin quedó dañada, otros podrían desafiarlo. Ya veremos.
Si estuviera en el lugar de Prigozhin o de sus compinches, yo desconfiaría de cualquiera que venga caminando por una calle de Bielorrusia con un paraguas a pleno sol. Putin siempre ha sido muy eficaz para eliminar a sus detractores y jamás hay que subestimar el aterrador fantasma que es para los rusos un posible retorno del caos de principios de la década de 1990, tras la caída de la Unión Soviética, y el profundo agradecimiento que muchos rusos siguen sintiendo por el orden que Putin logró restaurar.
Putin y el mundo
Donde las cosas empiezan a complicarse es en el siguiente equilibrio de poder en juego: el de Putin con el resto del mundo, porque en Occidente tenemos tanto para temer de la debilidad de Putin como de su fortaleza.
Todavía no hay señales de que el amotinamiento de Prigozhin o la contraofensiva ucraniana haya provocado un colapso de las fuerzas rusas en Ucrania, pero la situación es fluctuante y es pronto para sacar conclusiones.
El gobierno norteamericano dice que la estrategia de Putin es desgastar a Ucrania hasta que se quede sin proyectiles de obús de 155 mm, el insumo básico de su artillería, y sin interceptores antiaéreos, para que las fuerzas de infantería ucranianas queden desnudas ante el poderío aéreo de Rusia, y después aguantar hasta que los aliados occidentales se cansen o Donald Trump sea reelegido y Putin consiga un acuerdo espurio sobre Ucrania para salvar su imagen.
La estrategia no es disparatada. Ucrania gasta tantas rondas de 155 mm –hasta 8000 por día– que al equipo de Biden le está costando encontrar stock, y así será al menos hasta 2024, cuando empiecen a operar las nuevas fábricas de municiones.
La logística importa. Como también importa si uno está jugando a la defensiva o al ataque, porque el ataque es más difícil y los rusos ahora están atrincherados y han minado profusamente todas sus líneas de defensa, razón por la cual la contraofensiva ucraniana avanza a paso de hombre.
Como me dijo Ivan Krastev, experto en Rusia y presidente del Centro de Estrategias Liberales de Bulgaria: “En el primer año de esta guerra, cuando Rusia estaba a la ofensiva, todos los días que no ganaba, perdía. En el segundo año, todos los días que Ucrania no gana, pierde”.
No hay que subestimar el coraje de los ucranianos, pero tampoco hay que subestimar el agotamiento que deben sentir como sociedad.
Y como nos enseña la historia, el Ejército ruso ha vuelto a aprender de sus errores, señala John Arquilla, profesor de estrategia de la Escuela Naval de Posgrado de Estados Unidos en California y autor de Bitskrieg: el nuevo desafío de la guerra cibernética. Según Arquilla, “los rusos sufren, pero siempre aprenden”.
El Ejército de Putin ha mejorado su cadena de mando y ha extendido el uso de drones, apunta Arquilla. Por su parte, el Ejército ucraniano ha abandonado parcialmente su estrategia inicial –centrada en unidades ágiles de pocos efectivos, con datos y armas inteligentes, que atacaban al mastodóntico Ejército ruso–, y adoptó tanques y un perfil bélico de armas pesadas.
“Los ucranianos ganaron terreno con unidades pequeñas, flujo de información en tiempo real y municiones inteligentes”, detalla Arquilla. “Ahora se parecen mucho más al Ejército ruso al que estaban derrotando”. El campo de batalla dirá si esta estrategia es correcta o no.
Sin una figura digerible
Dicho lo cual, la eventual derrota de Putin debería preocuparnos, como cualquier otra victoria. ¿Qué pasa si Putin es derrocado? Esto no es como los últimos días de la Unión Soviética; ahora no hay una figura digerible y decente como Boris Yeltsin o Mikhail Gorbachov, con el poder y la autoridad para asumir de inmediato el control de Rusia.
“La antigua Unión Soviética tenía instituciones, había organismos centrales y provinciales, del Estado y del partido, que eran responsables de sus jurisdicciones, así como algún tipo de orden de sucesión”, apunta Leon Aron, académico de temas rusos del Instituto Norteamericano de la Empresa. “Putin llegó y arrasó o subvirtió todas las estructuras políticas y sociales que no fueran el Kremlin”.
Pero en la historia rusa hubo algunos giros sorprendentes, señala Aron. “Históricamente, a la larga, en Rusia los sucesores de los gobernantes reaccionarios suelen ser más liberales, especialmente al principio de su mandato: Alejandro I después de Pablo I; Alejandro II después de Nicolás I; Khruschev después de Stalin; Gorbachov después de Andropov”, apunta Aron. “Si se supera la transición de Putin, quedan esperanzas para Rusia”.
En el corto plazo, sin embargo, si Putin fuera derrocado podría tocarnos alguien peor. ¿Qué tal si mañana el ocupante del Kremlin es Prigozhin, al mando de la botonera nuclear?
También podría desatarse el caos o una guerra civil, con la atomización de Rusia en feudos de oligarcas-señores de la guerra. Por mucho que deteste a Putin, más detesto el caos, porque cuando un inmenso Estado se desmorona es muy difícil volverlo a rearmar.
Las armas nucleares y la criminalidad que supurarían de una Rusia desintegrada podrían trastocar el mundo.
Lejos de mí defender a Putin. Es más bien una expresión de impotencia y de rabia por lo que le hizo a su país, convirtiéndolo en una bomba de tiempo que ocupa 11 zonas horarias: Putin ha tomado de rehén al mundo entero.
Si gana, el pueblo ruso pierde. Pero si pierde y su sucesor es el caos, perdemos todos.
The New York Times
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