Vladimir Putin tambalea: el momento de ayudar a Ucrania a ganar la guerra es ahora
La forma más segura de evitar las desestabilizadoras consecuencias económicas y geopolíticas de un conflicto a perpetuidad es acortarlo ayudando a Kiev a imponerse
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WASHINGTON.- La invasión del dictador ruso, Vladimir Putin, a Ucrania va de mal en peor. Desde su perspectiva, la semana que pasó fue una catástrofe sin atenuantes.
La sorprendentemente exitosa ofensiva de las fuerzas ucranianas sobre la ciudad de Kharkiv sigue en marcha y ya han liberado más de 9000 kilómetros cuadrados del yugo de Rusia. De hecho, las tropas se Ucrania ya se acercan al óblast de Lugansk, que perdieron en julio, hace poco más de dos meses. Por eso es cada vez más improbable que Putin siquiera pueda alcanzar su ya modesto objetivo de conquistar la región del Donbass, donde se encuentra precisamente el óblast de Lugansk.
Las fuerzas rusas siguen intentando establecer una nueva línea defensiva, hasta ahora sin éxito. Durante el fin de semana que pasó, las tropas de Ucrania cruzaron el río Oskil, una barrera natural para su avance. El repliegue de los rusos ha dejado el desnudo el caos y la baja moral que cunden entre las tropas del Kremlin. En la ciudad de Izium, las tropas rusas dejaron más fosas comunes de sus víctimas, que serán abiertas por los investigadores de los crímenes de guerra.
A Putin nunca le importó que lo quisieran o no, pero su régimen siempre dependió de un aura de temor y de poder que ahora está perdiendo, para ser reemplazado por el rechazo y el desprecio. El primer ministro indio, Narendra Modi, uno de los principales compradores de energía y armas rusas, criticó abiertamente a Putin durante la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái que se celebró en Samarcanda, Uzbekistán. Y el líder chino, Xi Jinping, si bien no criticó públicamente a Putin, tampoco manifestó su apoyo al dictador ruso. Además, las empresas chinas no se abalanzaron a llenar el vacío que dejaron las empresas occidentales que abandonaron el mercado ruso, y Pekín tampoco está suministrando armas a Rusia, obligando a Putin a salir de comprar de armamento a Irán y Corea del Norte.
Una buena señal de la pérdida de estatus de Putin en el mundo fue el modo en que varios líderes mundiales lo hicieron esperar antes de las reuniones en Samarcanda, pagándole con la misma moneda de una de sus tácticas favoritas para remarcar sus supremacía.
Otro signo de los tiempos fue la votación del viernes en la Asamblea General de la ONU para permitir que el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, pronuncie su discurso por televisión: 101 países votaron a favor, con apenas siete votos negativos y 19 abstenciones. Además de Rusia, los únicos países que votaron en contra fueron “Estados canalla” como Bielorrusia, Cuba, Eritrea, Nicaragua, Siria y Corea del Norte.
Rusia está casi completamente aislada. Hasta Kazajistán, antes uno de los aliados más cercanos de Moscú, rompió con Putin en la ONU como parte de su rechazo más amplio a la guerra de agresión en Ucrania. Y Armenia, otra aliada de Rusia, es blanco de una renovada ofensiva de Azerbaiyán, que podría estar aprovechando que el Kremlin está distraído con problemas en otra parte.
Las pérdidas de tropas y material bélico que ha sufrido Rusia desde el comienzo de esta desacertada guerra -al menos 70.000 bajas, sumadas a la pérdida de 6200 vehículos, 11 barcos y más de 200 aviones de todo tipo-, son de tal magnitud que reemplazarlas es casi imposible. Putin todavía se muestra reacio a ordenar una movilización general de las fuerzas de su país, por miedo al descontento social que podría desatar una leva a nivel nacional.
Por lo tanto, depende de lo más bajo de la sociedad para que luche por él. Al parecer, el oligarca Yevgeniy Prigozhin, apodado “el chef de Putin”, aparentemente ha salido a reclutar en las cárceles para reforzar las filas de su grupo de mercenarios Wagner. El envío de más criminales al frente de batalla rebajará aún más la calidad de las indisciplinadas y descontentas tropas rusas y multiplicará el riesgo de un colapso de los ejércitos del Kremlin en la región.
Pero aunque Rusia está disminuida, todavía no se fue de Ucrania. En las últimas semanas, más de 150.000 personas fueron liberadas del yugo de Rusia, pero hay otros 1,2 millones de ucranianos que aún viven una ocupación brutal. Rusia todavía mantiene ocupado un 20% del territorio ucraniano, y para liberarlo, Ucrania necesitará más equipamiento militar suministrado por Occidente. Ucrania quiere desesperadamente sistemas de armas de alta gama, como aviones de combate F-16, drones Gray Eagle, sistemas de misiles tierra-aire de largo alcance Patriot, y tanques de batalla principal como el Leopard 2 alemán o el M1 Abrams de fabricación norteamericana.
Aunque las fuerzas armadas ucranianas han demostrado que pueden adoptar y aprender rápidamente a utilizar los sofisticados sistemas occidentales, como el sistema de cohetes de artillería de alta movilidad Himars, Estados Unidos y sus aliados todavía se muestran reticentes a enviar las armas que pide Kyiv. Más allá de todas las excusas, la razón esencial es que Occidente todavía teme las represalias rusas.
De hecho, cuanto peor le va a Putin, más miedo parece tener Occidente. El subsecretario de Defensa norteamericano, Colin H. Kahl, acaba de emitir una declaración en la que afirma: “El éxito de Ucrania en el campo de batalla podría hacer que Rusia se sienta arrinconada, y eso es algo que debemos tener en cuenta”.
En mi opinión, es una lectura totalmente errada de la coyuntura actual. Putin se tambalea, y el momento de que los ucranianos aprovechen su ventaja es ahora. No hay que darles tiempo a los rusos para recuperarse y relanzar su guerra. Considerando el penoso rendimiento del Ejército ruso, el que debería tenernos miedo es Putin.
En definitiva, la forma más segura de evitar las desestabilizadoras consecuencias económicas y geopolíticas de un conflicto a perpetuidad es acortar la guerra ayudando a Ucrania a ganarla, y para eso probablemente haga falta relajar algunas de nuestros límites autoimpuestos sobre la provisión de sistemas de arma de última generación.
Max Boot
Traducción de Jaime Arrambide
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