Guerra en Ucrania: Vladimir Putin, el líder mesiánico que llevó al mundo al borde de un cataclismo nuclear
El presidente ruso mostró sus rasgos megalómanos y militaristas desde su acceso al poder en el Kremlin, hace ya dos décadas
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PARÍS.– En vísperas del primer aniversario de su invasión a Ucrania, Vladimir Putin pronunció el martes un discurso a la nación fascistoide, racista y homófobo. ¿Sorpresa? ¿Novedad? De ninguna manera. Hace décadas que el actual presidente ruso es igual a sí mismo. ¿Un poco más brutal, más aislado, más desconectado de la realidad? Según de qué lado se lo mire.
Pero, ni los doce meses de derrotas de sus militares, ni los centenares de miles de muertos y heridos rusos o las oscuras nubes que se acumulan sobre el porvenir de la economía de su país lograron modificar su objetivo: conseguir un nuevo orden mundial.
“El problema es que, encerrado en su obstinación, el presidente ruso tiene en sus manos el destino de Ucrania. Y la suerte de la paz en el mundo”, analiza Hélène Blanc, politóloga, especialista de Rusia.
En ese escenario surrealista del martes, ni un solo hombre, ni una sola mujer se puso de pie, sin embargo, para denunciar sus mentiras. Por el contrario, lo festejaron con un estruendoso aplauso. No hubo nadie que osara contradecir a ese hombre que proclama, cada vez con más vigor y convicción, una ideología defendida a lo largo de la historia por dictadores que empujaron a sus fieles a exterminar a aquellos que designaban como “los enemigos del mundo”.
Y ese es el gran problema. Después de un año de represión social, reveses militares y trastornos económicos, 70% de los rusos sigue apoyando la insensata guerra de Putin y, sobre todo, considerando al autócrata del Kremlin como el líder perfecto. A menos que, llevados por el miedo, la propaganda y siglos de sometimiento, no se atrevan a decir la verdad.
“Hace un año que los expertos occidentales se pierden en análisis e intentos de explicación de ese omnipoder ejercido por el zar del Kremlin sobre una parte importante del pueblo ruso, que parece fascinada por esa ‘verticalidad’ que le da la ilusión de contar con una columna vertebral”, analiza Josephine Staron, directora de estudios del think tank Synopia.
Staron reconoce que pocos vieron venir a ese personaje durante los años que siguieron al derrumbe de la Unión Soviética: “En realidad pensamos poder ‘domesticarlo y neutrailzarlo’, multiplicando los lazos económicos”, precisa.
Sin embargo, desde que llegó al poder, a comienzos de los años 2000, Vladimir Putin, impregnado de valores militares, jamás cesó de afirmar el poderío ruso haciendo la guerra. Tanto, que cinco años antes de lanzar su invasión a Ucrania, el jefe del Kremlin ya había comenzado a utilizar la expresión “un presidente en tiempo de guerra” para definirse.
“Fue cuando, como objetivo electoral, comenzó a poner el acento en la militarización y los preparativos para la guerra”, recuerda la investigadora Anna Borshchevskaya en un reciente estudio. “Incluso en tiempos de paz, el autoritario dirigente ruso hacía esfuerzos para proyectar su imagen de jefe de guerra”, señala.
Cultura militarista
Impregnado de una historia y una cultura militaristas, Putin instaló la fuerza en el corazón de su presidencia y de su visión de la potencia rusa. “Putin no es un tirano que recién se despierta. Es un hombre que practica la guerra”, advierte el ensayista Olivier Mongin.
Pero, ¿cómo concibe la guerra el hombre que desencadenó el peor conflicto en Europa desde 1945? En su libro “En la cabeza de Putin”, Michel Eltchaninoff lista los pensadores que pudieron influenciar la visión putiniana del poderío ruso. El filósofo cita a Ivan Ilyine, quien “justifica la violencia en nombre del bien”. O a Nikolai Danilevski, para quien “la movilización popular en la guerra representa un fermento privilegiado de renacimiento cultural y político”.
Vladimir Putin es hijo del militarismo. Las calles de Leningrado, en su adolescencia, le enseñaron algo: “Si la pelea es inevitable, sé el primero en golpear”. El joven Putin creció con las nociones de fuerza y de virilidad entendidas como cultura marcial.
“Putin viene de un medio constantemente masculino. Donde se afirman los valores de una concepción muy arcaica de lo que es un hombre, valores militares”, subraya Cecile Vaissié, profesora de estudios rusos en la universidad de Rennes 2.
Convencido de que esa era la clave para mantenerse en el poder y lograr su objetivo último de recuperar la “gran Rusia” —o la Rusia imperial, sin decirlo jamás—, Vladimir Putin trabaja esa imagen desde hace 20 años. Por eso, “con Putin, las fuerzas armadas se convirtieron en un actor de primer plano en las relaciones exteriores”, señala la Agencia sueca de Investigación sobre Defensa (FOI).
“Hizo un verdadero trabajo de comunicación sobre la potencia militar, con grandes maniobras, firmas de acuerdos de defensa en África y Medio Oriente. Estos últimos años, el instrumento militar fue la principal encarnación del retorno de Rusia a la escena internacional”, señala a su vez Hélène Blanc.
Sin contar sus aventuras militares anteriores, la intervención en Siria a partir de 2005 marcó el retorno de Rusia a Medio Oriente, mientras que la anexión de Crimea en 2014 y la invasión de Ucrania hace un año, también se inscriben en esa concepción estalinista de que Rusia es grande si es capaz de conquistar muchos territorios.
Enceguecido por su competencia con la OTAN e indignado por el hecho de que Ucrania quiera pertenecer a la Unión Europea (UE), Vladimir Putin quiso afirmarse una vez más como jefe de guerra de un Estado capaz de reconquistar los territorios perdidos, en la más pura tradición estalinista.
Y poco importa si sus desvaríos políticos, sus fracasos militares y su relectura falsa de la historia lo convierten en el “Hitler del siglo XXI” ante el mundo democrático. Encerrado en su visión mesiánica de la realidad, el autócrata del Kremlin ha sido capaz de llevar al planeta al borde de un cataclismo nuclear.
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