Una autora estadounidense reconstruyó la interesante historia de la compañera de uno de los autores más reconocidos en la historia
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A lo largo de toda su carrera, la enfermera Anna vio morir a muchas personas, pero el recuerdo de una muerte en particular nunca la abandonó, quedó indeleble en su memoria: la muerte de Franz Kafka. Ocurrió el 3 de junio de 1924.
Muchos años después, ya retirada, Anna le contó al periodista Willy Haas lo que presenció en los instantes finales del extraordinario autor checo. Le dijo que Kafka y su doctor, Robert Klopstock, habían llegado a un acuerdo secreto: que cuando se acercara “la última hora” hiciera salir de la habitación a su compañera, Dora Diamant, para que no viera su agonía.
Tras años de sufrir de tuberculosis, el final estaba cerca. A Dora se le pidió ir al correo a enviar una carta. Le administraron morfina al paciente, quien, de repente, empezó a llamar a Dora. La enfermera mandó a buscarla de inmediato, aunque temía que fuese demasiado tarde. Dora, sin aliento, entró corriendo, directo a la cama. Todos en la sala, los médicos, la misma Anna, pensaron que ya había fallecido, excepto Dora, quien le susurró que oliera las flores que había traído. Kafka las olió. “Fue increíble”, recordó la enfermera. Poco después, murió.
“¿Quién es?”
Ese relato se lo cuenta a BBC Mundo, Kathi Diamant, autora de “Dora Diamant - El último amor de Frank Kafka”. El texto de Haas, lo encontró en 1998, cuando revisaba los archivos del periódico alemán Der Tagesspiegel.
“Me sorprendió que este material existiera. Ese artículo fue publicado, en 1953, por este escritor respetado, que conocía a Kafka, que escribía sobre él, que conocía el Círculo de Praga, que incluso pudo haber sido parte de él”, agregó. Pero, dijo la investigadora, los relatos que había sobre la muerte de Kafka no incluían esa información: “Esta última escena con Dora, se omitió y no debió haber sido así”.
Sin embargo, la presencia de Dora en las últimas horas de Kafka no era desconocida. Kathi escuchó por primera vez su nombre en 1971, cuando su profesor de literatura alemana en la Universidad de Georgia (EE.UU.) interrumpió la traducción que hacían de “La metamorfosis”, de Kafka, para preguntarle: “¿Eres pariente de Dora Diamant?”. “Probablemente, ¿quién es?”, le respondió la entonces estudiante de 19 años. “Fue la última amante de Kafka, estaban muy enamorados, él murió en sus brazos. Ella quemó su obra”, contestó el docente.
Tras la pista
Kathi se embarcó en una misión que le tomó décadas y muchos viajes a Europa, Medio Oriente: descubrir a Dora Diamant. “Después de la muerte de Kafka, no se supo que pasó con ella, desapareció del registro público”, lamentó.
La investigadora encontró que había nacido en una familia judía jasídica en Polonia en 1898. Tras negarse a casarse con un hombre que su padre había escogido, se fue de la casa y emigró a Alemania, donde estudió en la Academia Judía de Berlín. “Su intención era mudarse a Palestina”, consideró.
Entre las muchas actividades en las que colaboró con la comunidad judía en Berlín, fue voluntaria en un campamento para niños de Europa del Este que se organizó en el verano de 1923, en Graal-Müritz. “Eran refugiados de la Primera Guerra Mundial que vivían en Berlín”. Allí, frente al mar Báltico, Dora vio a un hombre que llamó su atención.
El hombre de la playa
“Kafka estaba con su hermana y los hijos de ella de vacaciones. Se alojaron en un hotel cerca del campamento”, contó Kathi, y sumó: “Dora lo vio por primera vez en la playa, jugando con un niño que supuso era su hijo”.
Cuando notó que se les unió una mujer (su hermana), reforzó la idea de que estaba casado. Un día después, cuando limpiaba un pescado en la cocina, vio una sombra. Al voltear, descubrió que era el hombre de la playa. “La miró, le sonrió y sus primeras palabras para ella fueron: ‘Unas manos tan delicadas y tiene usted que hacer un trabajo tan cruento’. Así, en medio de pescados muertos, comenzó una de las grandes historias de amor”, dijo.
Kafka tenía 40 años y ella, 25. Otra de las trabajadoras del campamento lo había invitado a entrar y, después, a cenar. Aclarada su soltería, Kathi señala que de esa noche, Dora destacó la bondad que encontró en Kafka, quien quedó encantado al escucharla leer en hebreo. “Estuvieron juntos todos los días por tres semanas hasta que él dejó Graal-Müritz. Pero ya habían decidido que se reunirían en Berlín”.
Pese a las circunstancias adversas -la salud de Kafka empeoraba por la tuberculosis y la inflación se disparaba en Berlín- la pareja comenzó a vivir junta.
“Una fuerza increíble”
Por más de una década, Reiner Stach se dedicó a investigar y escribir las tres entregas de su aclamada biografía sobre Kafka.
Dice que la mayor parte de lo que se sabe sobre Dora es gracias al trabajo de Kathi, aunque investigando para sus libros tuvo acceso a documentos originales que reflejan su vida con Kafka en Berlín y en el sanatorio de Kierling, en Austria, donde el escritor murió. “Esos documentos transmiten una imagen muy vívida de la situación extremadamente difícil en la que se encontraba Dora”, le indica a BBC Mundo.
Y marcó: “La esperanza de que su ser querido sobreviviera la tuberculosis disminuía semana a semana. Pero ella no se permitía quitarle la última ilusión. Al mismo tiempo, tenía que lidiar con los padres de Kafka, especialmente por cuestiones financieras, sin siquiera conocerlos. Y las hermanas de Kafka esperaban reportes veraces de Dora sobre su estado de salud. Era presión por todos lados”.
“Es un testimonio de una fuerza increíble, de cuánta humanidad y sentido práctico mostró Dora en esa situación. Solo gradualmente me di cuenta de eso”, sumó.
“El más feliz”
Según Kathi, Kafka se enamoraba fácil y frecuentemente: “Veía lo mejor en las mujeres, las amaba”. Tuvo varias relaciones, pero no prosperaban. “Hasta que llegó Dora”, comentó.
Y es que, como señaló a BBC Mundo Michael Kumpfmüller, “ella no le exigió nada excepto su mera existencia y él se sintió libre con ella”. “Kafka era tímido y de mente abierta al mismo tiempo. Creo que sintió que eran parecidos, perdidos y fuertes, dispuestos a correr los riesgos del amor”.
Kumpfmüller es autor de “La grandeza de la vida”, un relato ficticio de la relación de Kafka y Dora que sirvió de base para la película que lleva el mismo título. Para Kathi, “Dora fue la responsable de que el último año de vida de Kafka fuese el más feliz del escritor”. Le ofreció la oportunidad de hacer lo que él siempre soñó: “mudarse a Berlín y vivir la vida libre de un escritor”.
“Lo había perfeccionado”
Y con eso, también le demostró que podía vivir “libre de las expectativas y del control de su padre”. Y es que la difícil relación de Kafka con su padre ha sido señalada muchas veces como la fuente de sus inseguridades. En muchos sentidos, ella fue una inspiración para Kafka, “era una mujer única, independiente, que tenía bastante claro lo que quería en la vida”.
“Durante mucho tiempo, Kafka había estado fascinado con el judaísmo de Europa del Este y Dora era como una heredera de eso. Ella encarnaba algo que él respetaba profundamente, no solo en términos de su cultura, sino por la forma en que ella abordaba la religión”. Él aprendió mucho de Dora, de las historias que ella le contaba, de las tradiciones narrativas jasídicas que conocía.
“Coincidieron en distintos niveles, en lo intelectual y en lo emocional. Él recibió la fuerza y el apoyo que necesitaba”. “Max Brod, el mejor amigo de Kafka, dijo que Dora lo había perfeccionado, que finalmente, en esta última etapa de su vida, había encontrado a la compañera de su vida”.
Hizo compatible lo incompatible
“Mientras la gente en su entorno era pragmática, ella jugaba con él y se permitían soñar con abrir un restaurante en Tel Aviv, en el que ella sería la cocinera y él, el mesonero”, relató Kathi.
Dora representó la posibilidad de que Kafka materializara lo que tanto anhelaba: formar su propia familia.
Pero el abogado, que escribía en su tiempo libre, “no veía la escritura compatible con el matrimonio”. Aunque es imposible saber con precisión cómo fue su convivencia, para Stach está claro que consiguieron algo que Kafka nunca imaginó: “intimidad feliz con una mujer, sin el predominio de la sexualidad ni las exigencias convencionales del matrimonio”.
“Dora incluso cuenta que él trabajó en sus textos literarios en su presencia. Eso debió haber sido casi una revolución para Kafka, porque diez años antes creía que la más alta calidad literaria solo podía lograrse en la absoluta soledad. Creo que si Kafka se hubiera recuperado, vivir con Dora habría resuelto su agonizante conflicto de toda la vida entre el matrimonio y la literatura. Habría sido una liberación para él”. Era un conflicto que iba más allá, como recuerda Kumpfmüller.
“Kafka siempre pensó que la vida y el arte eran antagónicos; que no podías tener ambos. Con Dora supo que estaba totalmente equivocado en esa suposición, que la vida y el arte son compatibles”.
Lo que Dora vio en Kafka
Kafka representó para Dora lo que debía ser un ser humano. “Para ella, él era un ser extraordinario, comprometido con su prójimo a un nivel existencial”, dice Kathi. Y eso fue lo que la enamoró, nada tuvo que ver su talento como escritor.
“Ella comenzó a leer sus libros después de su muerte. Así que debió haber sido la impresión que él le causó, su apariencia, cómo la miraba, cómo le hablaba, cómo la ‘investigaba’”, indicó Kumpfmüller. Además, “Kafka estaba siempre de buen humor”, escribió Dora.
Kathi evoca unas palabras que Dora le escribió a Brod en 1930, tras la publicación de tres novelas inacabadas de Kafka: “Mientras vivía con Fanz, todo lo que podía ver era: él y yo. Cualquier cosa que no fuera él mismo era irrelevante”. Al filósofo Felix Weltsch le confesó que “vivir con Franz un solo día valía más que toda su obra”.
Manuscritos perdidos
Por insistencia de Kafka, Dora tuvo que quemar parte de sus manuscritos. Kathi cuenta que lo hizo frente a él. No obstante, secretamente salvó decenas de cartas que él le escribió y 20 cuadernos.
Cuando Kafka murió, Brod le preguntó si había conservado algo, pero ella le dijo que lo había quemado todo. Mintió para honrar el deseo del escritor que no quería que dichos escritos fueran públicos.
Mantuvo la mentira por años, hasta que el nazismo ascendió al poder y la Gestapo allanó su apartamento y se llevó muchos de sus papeles. En 1998, Kathi fundó el Kafka Project en la Universidad de San Diego (EE.UU.) con la misión de recuperar los textos perdidos.
“Quien conoce a Dora…”
Tras la muerte de Kafka, Dora se dedicó a la actuación profesional, se unió al Partido Comunista alemán y se casó con Lutz Lask, con quien tuvo a su hija, Franziska Marianne. Los nazis arrestaron a Lask, pero logró escapar a la Unión Soviética, a donde se le unió Dora y la niña. Después de ser acusado de ser un “saboteador trotskista”, fue condenado y enviado a Siberia. Dora y su hija consiguieron huir y llegar a Inglaterra en 1939.
“Fue muy valiente, una mujer que, entre dos guerras mundiales, se abrió camino en el mundo”, dijo Kathi, quien no encontró parentesco con Dora. Murió a los 54 años en 1952. La lápida de su tumba, en un cementerio de Londres, tiene las palabras de Robert Klopstock, el médico de Kafka: “Solo quien conoce a Dora sabe lo que es el amor”.
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