Vive a 7 kilómetros del Líbano, se salvó de un ataque y no se quiere ir: “Hezbollah es un monstruo que debemos destruir”
Yair Boymel reside en un kibutz al norte de Israel, muy cerca de la frontera que está bajo ataque desde hace casi un año y que se recalentó en las últimas semanas
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SAAR, Israel.- Cinco de la tarde, el termómetro marca 27 grados y en el kibutz Saar, que queda a 7 kilómetros de la frontera con el Líbano, huele a quemado. Desde la colina que se levanta ahí enfrente, que marca el límite de Israel con el Líbano -hoy el nuevo frente de guerra-, se ven columnas de humo negro. “Ahí están combatiendo nuestros soldados… Ahí están tratando de destruir toda esa infraestructura de terror que construyó Hezbollah en los últimos veinte años, ahí es donde tienen que destruir a ese monstruo que es una amenaza real para Israel”, dice a LA NACION Yair Boymel, mientras señala esa frontera caliente.
Se oye el ruido de jets supersónicos que sobrevuelan el área y el zumbido de drones, pero Yair, de 71 años, hijo de padres judíos europeos (de República Checa y Austria) que se establecieron aquí antes del Holocausto, no se inmuta. “Para mí es como oír el canto de los pajaritos”, dice este profesor de historia de Medio Oriente de la Universidad de Haifa, que se adaptó a una realidad infernal en un ambiente paradójicamente de lo más idílico.
Muy cerca del mar y rodeado de palmeras, plantas de Santa Rita y lavandas, el kibutz Saar -palabra que en hebreo significa “tempestad”-, es hoy una especie de barrio cerrado inmerso en el campo, con un control militar en su acceso. Cuenta con 800 vacas que producen leche y con cultivos de paltas y, junto a otro kibutz cercano, tiene una fábrica de sistemas hídricos. Es famoso, además, porque allá lejos y hace tiempo, en 1971, el futuro comediante Jerry Seinfeld, entonces de 17 años, fue aquí voluntario.
A diferencia de otras localidades que quedan pegadas al límite marcado por las montañas libanesas de donde -después del ataque del 7 de octubre, cuando Hezbollah comenzó a disparar en solidaridad con Gaza- fueron evacuadas 60.000 personas, Saar queda en una zona donde la gente no fue obligada a irse. Aunque es claro que se trata de una zona igualmente de mucho riesgo.
“Después del 7/10, de hecho, el 90% de los que vivían acá, unas 900 personas, se autoevacuaron, por miedo… Aunque a partir de febrero, marzo y abril pasado, muchos comenzaron a volver”, cuenta Yair. “Yo nunca me fui. Aunque tuve posibilidades de irme a otras partes más seguras, varios amigos y parientes me invitaron a casas con cuartos de seguridad en Jerusalén o Tel Aviv, siempre me quedé. No quiero ser un refugiado en mi país, no puedo imaginarme sin estar trabajando en mi jardín, o no estar en mi casa”, dice. Como desde el 7/10 los intercambios de fuego de un lado y otro fueron constantes, junto a su mujer fueron prácticos: decidieron dejar su dormitorio y mudarse al denominado “cuarto de seguridad” para no tener que estar corriendo todo el tiempo.
Pese a su determinación a quedarse en Saar y a la ampliación del conflicto que implicó la ofensiva “limitada” terrestre de Israel en el Líbano después de haber asesinado al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, el miércoles de la semana pasada, 25 de septiembre, la muerte le pasó cerca a Yair. Parte de una andanada de misiles de Hezbollah dirigida a la ciudad de Haifa cayó a apenas 80 metros de su casa. “Fue a las dos de la tarde, la sirena sonó, enseguida con mi mujer, Amira, corrimos al cuarto de seguridad y segundos después escuchamos un estruendo increíble. Tembló todo… Fue como un terremoto”, cuenta, mientras se acerca al área atacada, que queda detrás de su casa.
“Pudimos ser nosotros, no hubo muertos de milagro, pero fue terrible. Por suerte es una casa que estaba en refacción así que no había nadie adentro, sino que solamente hubo dos albañiles heridos, que corrieron a protegerse a la casa de al lado y recibieron heridas de esquirlas. Hubo daños y se incendiaron varios autos, aunque ya estuvimos limpiando la zona”, agrega.
Aún se ven escombros en el suelo, pedazos de madera, ruinas, el techo de tejas rojas destruido, un pequeño auto Daihatsu azul con las puertas abiertas y los vidrios destrozados.
Yair cuenta que, paradójicamente, el martes pasado, cuando Irán sorprendió a todo Israel con un ataque de casi 200 misiles -la mayoría interceptados-, aquí, en Saar, “estuvo tranquilo”. “La mayoría de los problemas fueron al sur y al centro de Israel”, destaca.
Aunque no apoya al gobierno de ultraderecha de Benjamin “Bibi” Netanyahu, este profesor de historia aprueba su decisión de comenzar ahora una ofensiva terrestre acotada en el sur del Líbano. “El Raduan, el cuerpo de élite de Hezbollah en los últimos años construyó infraestructura muy peligrosa aquí nomás: túneles en la montaña, depósitos de misiles y de armas y Bibi en veinte años no hizo absolutamente nada para prevenirlo”, denuncia.
“La resolución 1701 de la ONU, que puso fin a la guerra de 2006, hablaba del desarme de Hezbollah, que no podía estar al sur del río Litani… Pero Bibi, como en el sur no hizo nada con Hamas en Gaza, es más, lo financió, tampoco hizo nada en el norte y ahora tenemos un monstruo llamado Hezbollah y Raduan”, acusa. “Y es un monstruo que debemos destruir. Nosotros no tenemos problemas con el Líbano, antes era una frontera tranquila. El problema es Hezbollah y los chiitas. Por eso hay que destruir su infraestructura y después volvemos a la vida normal. Hezbollah no puede estar más en nuestra frontera”, añade, combativo.
¿No teme una guerra con Irán, que ahora se encuentra en confrontación directa con Israel y que siempre sostuvo a Hezbollah? “Irán es un enemigo, al menos dos veces cada semana dicen que nos quieren eliminar, pero la guerra no es la solución. La solución es un acuerdo internacional de todos los que están en contra de Irán, que son Estados Unidos, la Unión Europea, más todos los países árabes sunnitas, que debe implicar también una solución para que haya un Estado palestino”, asegura. “Yo sé que mi visión es hoy minoritaria en Israel, pero pienso que nuestro país lleva sobre sus espaldas la responsabilidad del destino de los palestinos, desde el momento que nosotros ocupamos sus tierras. Y también hay que empezar a resolver el problema palestino”, suma.
Son las seis de la tarde, comienza a atardecer y vuelve romper el silencio un avión de guerra israelí. “¡Shaná Tová!”, “¡Buen año!”, se despide Jair. “Es lo que decimos en estas fiestas de Rosh Hashaná, el año nuevo judío”, explica, con una sonrisa. Aunque confiesa que cree que “no va a ser un buen año”: “los 101 rehenes probablemente van a volver en ataúdes y va a ser un año muy triste”.
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