Violencia y autoritarismo: cómo llegó América Central a sus peores días desde los sangrientos años ochenta
La tentación autoritaria, la violencia y la corrupción amenazan con adueñarse de una región inestable que lleva décadas tratando de afianzar la convivencia democrática
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Autoritarismo, violencia, corrupción. La estrecha franja de América Central y la vasta cuenca del Caribe están siendo azotadas por un frente de tormenta de todo orden, que golpea con fuerza a sus inestables democracias. Se vio en su mayor expresión hoy, con las inéditas protestas en Cuba, pero se palpita a diario desde Haití a Nicaragua.
Habrá que retroceder hasta la década de 1980 para encontrar un momento de mayor fragilidad en la región. Ya no están las decenas de miles de muertos de esa década tan desgraciada, con campos y ciudades regados de sangre. Pero eso no es consuelo para los millones que ven vulnerados diariamente sus derechos más elementales, y que ven a sus países zigzaguear otra vez a la deriva.
Como dice el analista político mexicano Rubén Aguilar, quien conoce a fondo las desventuras sociales y políticas de sus vecinos del sur, “hay un nuevo estadio, una nueva coyuntura general en la región centroamericana”, donde en el terreno político sobresale un déficit democrático.
“Ya estaba como en el ADN de los gobernantes de Centroamérica esta idea de ser muy fuertes, autoritarios, donde cerrar el espacio a cualquier tipo de manifestación en el temor de perder el poder”, dijo Aguilar a LA NACION.
La tentación autoritaria se acompaña a menudo de un Estado visto como botín de guerra, y en contextos sociales con altos niveles de desigualdad, ingreso y patrimonio que abren las puertas a cualquier aventurero. Y todo con los máximos históricos de narcotráfico y en medio de un éxodo migratorio alentado por la violencia y la miseria.
Crece el autoritarismo y también crece, en el caso de Haití, la anomia más absoluta, un sálvese quien pueda donde gana el que tenga mejores armas. Sin más esfuerzo que el de una banda de ladrones, un comando se abrió paso en la residencia del jefe de Estado y lo acribilló.
Otros hombres armados, pero a las órdenes del gobierno, están acaso tramando en este momento el arresto del enésimo crítico del régimen en Nicaragua, que pobló de disidentes los calabozos de la funesta cárcel del Chipote. Esos arrestos son una costumbre conocida en Cuba, desde luego, donde el instinto carcelario se acentuó en abril, tras la reunión anual del Partido Comunista. Hoy, Cuba es escenario de una inédita protesta: miles de cubanos salen a las calles en contra del gobierno de Miguel Díaz-Canel.
El Salvador y Guatemala están ajustando, a su vez, las leyes para demoler los contrapesos al Poder Ejecutivo. Y el presidente de Honduras cumple un segundo mandato desde 2017 pese a que la Constitución autorizaba uno solo.
Pegado a Nicaragua en su frontera sur, Costa Rica se mantiene como el baluarte que siempre fue de la democracia, no solo de América Central, sino de toda América Latina. También la República Dominicana, que comparte isla con Haití, logró evitar el contagio del cataclismo vecino.
Nicaragua
“Se partió en Nicaragua otro hierro caliente, con que el águila daba su señal a la gente”, dice la canción del cubano Silvio Rodríguez. Era un homenaje a la revolución sandinista de 1979, que lideró un joven llamado Daniel Ortega contra la dictadura de Anastasio Somoza.
Ese idealista Ortega se alejó de la canción de Rodríguez, del espíritu libertario y de cualquier viso de democracia, según la comunidad internacional y el mismo Silvio Rodríguez, quien admitió hace unos años en Managua que “en el actual contexto es imposible cantar esta canción”.
Ahora se acercan las elecciones de noviembre y Ortega va por un nuevo mandato. Para asegurar el triunfo, más que encarar una campaña electoral, lanzó una campaña de detenciones a rivales, excompañeros de revolución, periodistas, empresarios, y la lista continúa.
Son tantos los desafueros que casi todos los días hay una nueva noticia. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) denunció esta semana ante la OEA “una nueva fase de la represión” en Nicaragua, y pidió proteger a cuatro opositores en “extrema situación de riesgo”.
Haití
El país más empobrecido, inestable, inseguro y vulnerable a catástrofes del continente americano, víctima regular de ciclones, terremotos y golpes de Estado, se acaba de sumergir en otra de sus crisis proverbiales, con el asesinato del presidente Jovenel Moïse.
Un comando armado entró a la residencia presidencial en Puerto Príncipe y lo ejecutó a sangre fría, con doce disparos de armas de grueso calibre. El magnicidio -que según se sabe, contó con partícipes de Colombia y Estados Unidos- reforzó la sensación de insensata anarquía que campea en el país desde hace al menos tres décadas.
“No hay Estado en Haití. No lo ha habido en decenas de años y entonces pues queda todo al arbitrio de fuerzas del que sea. Del dictador Papa Doc, y luego de Jean-Bertrand Aristide (tres veces presidente), que parecía la salvación demócrata y no lo fue, etcétera”, dijo Aguilar.
El mandato de Moïse también fue turbulento. Enfrentaba acusaciones de corrupción y era desafiado por oleadas de protestas contra el gobierno a menudo violentas. Y tenía enemigos jurados, lo que, en el caso de Haití, equivale como está visto a una condena a muerte.
Cuba
Al contrario que Haití, las cosas estaban al menos hasta hoy bajo control en Cuba. Demasiado control. Eso no sería nada novedoso, si no fuera porque el régimen del presidente Miguel Díaz-Canel descubrió este año que la maquinaria represiva, quizás algo oxidada por el paso del tiempo, dejaba cabos sueltos.
Desde la cúpula del partido se dieron cuenta que el pensamiento crítico se movía a sus anchas en las redes sociales. Pero eso no debía llegar al poder. Durante la cumbre anual del Partido Comunista, en abril, los dirigentes decidieron tender sus propias redes contra estos peligrosos disidentes armados de celulares.
También detectaron que los nuevos artistas se estaban soliviantando. ¿Acaso ya nadie canta a la revolución?, se indignaron los viejos camaradas. Lanzaron así una feroz oleada de detenciones para suprimir las críticas en el ciberespacio, en la vía pública y donde fuera.
Hoy, el control encontró fisuras, cuando miles de cubanos salieron a las calles a protestar.
El Salvador
Nayib Bukele accedió a la presidencia salvadoreña en 2019 con un amplio apoyo popular. Quedaban en el camino los partidos que ocupaban la escena política desde los acuerdos de paz de 1992 que sellaron el fin de la lucha armada.
Votado en su momento como la esperanza del cambio, Bukele conserva todavía el respaldo de la gente. Pero también acumula críticas por la tendencia, común en la región, de borrar las distinciones entre los poderes y dejar básicamente uno solo en pie, el Poder Ejecutivo.
El Congreso, bajo control de su partido, reemplazó a los jueces de la Sala del Constitucional de la Corte Suprema y al fiscal general. Ante las críticas internacionales, Bukele respondió: “Con todo respeto: estamos limpiando nuestra casa, y eso no es de su incumbencia”.
Guatemala
Cuando el médico y cirujano Alejandro Giammattei cumplió su primer año en la presidencia de Guatemala, en enero pasado, dijo que “el compromiso actual del gobierno superará todas las expectativas”, aunque subrayó que eso dependía de que “los guatemaltecos empecemos a unirnos”.
Había sido investido el 14 de enero de 2020 con una aprobación superior al 80%, según sondeos de medios locales. Sin embargo, un año después la cifra cayó a cerca del 40%, de acuerdo con las mismas fuentes.
¿Cómo conseguir la unidad? La manera que encontró, o la que más llamó la atención fronteras afuera, fue que su partido aprobara este año en el Congreso la reforma de la ley de organizaciones no gubernamentales. La norma le permite al mandatario autorizar a voluntad el cierre de las ONGs, pilares de la sociedad civil, que a su juicio alteren el orden público
Honduras
Como tantos líderes latinoamericanos, al presidente hondureño Juan Orlando Hernández también le sobrevino el afán de permanencia.
Dos años antes del final de su mandato, Hernández buscó el visto bueno de la Corte Suprema para presentarse a la reelección en 2017. Cumpliendo sus deseos, la Corte hizo los deberes y declaró inconstitucional el artículo 239 de la Carta Magna que prohibía un nuevo período.
Pero no todos los tribunales le dan buenas noticias al líder hondureño. Una corte federal de Nueva York condenó en abril pasado a su hermano, Juan Antonio ‘Tony’ Hernández, a cadena perpetua por narcotráfico.
El mismo tribunal también calificó durante el proceso a Honduras de “narcoestado”, tras un juicio que abordó la corrupción arraigada al más alto nivel político, en la policía, las Fuerzas Armadas y el sistema judicial.
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