Todo salió a la luz el 19 de abril de 1999 en una isla que la Marina usó como polígono de tiro durante más de 60 años
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A lo lejos se escuchó un estruendo. Judith Conde Pacheco, una maestra de 55 años, pensó que era el sonido de un trueno. Creyó que tendría que salir corriendo a sacar la ropa que acababa de colgar en el patio de su casa. Pero no, en realidad aquel había sido el ruido de dos bombas que, con su detonación, cambiaron para siempre el lugar donde vive hace más de tres décadas.
Todo sucedió el 19 de abril de 1999 en Vieques, una isla municipio en el este de Puerto Rico que la Marina de EE.UU. usó como polígono de tiro durante más de 60 años.
Allí el ejército más poderoso del mundo, así como sus aliados de la OTAN y compañías privadas, probaban armamento y realizaban prácticas de maniobras militares. Mientras esto ocurría, los viequenses se las ideaban para continuar con su día a día.
Entre el ruido de las bombas y las balas, ante la irrupción de los vehículos anfibios que emergían en sus playas paradisíacas, y los jets y helicópteros que surcaban el cielo, ellos iban a la escuela, visitaban sus mercados y jugaban al baseball.
Algunos locales se resistieron por años a la presencia militar. Otros, como Judith, habían aprendido a vivir con ello.
“Uno veía los vehículos militares, las banderas rojas que significan que uno no podía entrar a las playas porque había maniobras, era toda una operación gigantesca, un escenario de guerra total que pasaba ante nosotros, pero hasta cierto punto lo normalizamos”, cuenta. Por eso, aquel 19 de abril de 1999 pensó que llovería cuando el sonido de las bombas alcanzó sus oídos.
Pero, en realidad fue un ejercicio militar que provocó la muerte de David Sanes Rodríguez, un guardia de seguridad de 35 años que ese día trabajaba vigilando un puesto de observación de la Marina estadounidense.
Un error de cálculo de un soldado que confundió la instalación con un blanco hizo que ambas bombas de 226 kilogramos cayeran cerca de él. Murió al instante. La conmoción entre los viequenses -y el resto de Puerto Rico- fue también inmediata.
“De pronto comienzan las llamadas. Mis padres, mis amistades, me preguntaban si estaba bien, porque había caído una bomba y había matado a un viequense”, relata Judith, quien se mudó al pueblo en 1991 por una oportunidad de trabajo y luego se convirtió en una reconocida activista para lograr la desmilitarización del territorio.
Lo que siguió fue un movimiento social como nunca se había visto en la isla hasta aquel momento. Los puertorriqueños, una sociedad profundamente dividida en torno a su realidad como Estado Libre Asociado de EE.UU., se unieron para enfrentarse de forma pacífica al ejército estadounidense hasta lograr que en 2003 detuviera las maniobras militares. “Pensábamos ‘quien puede contra ese poderío militar’”, recuerda Judith. Del cese al fuego, sin embargo, se cumplieron 20 años el pasado 1 de mayo.
El trauma
La Marina de EE.UU. llegó a Vieques, un pueblo que en la actualidad tiene unos 9000 habitantes, a principios de la década del 1940. Miles de personas sufrieron expropiaciones y fueron desplazadas. Los militares ocuparon el 75% del territorio.
“Por los problemas defensivos de la Segunda Guerra Mundial y luego de la Guerra Fría, Vieques jugó un papel importante como base militar de adiestramiento para el ejército estadounidense, pero también como un puente muy estrecho desde el Caribe hacía las instalaciones más grandes que tenía EEUU. en América Latina”, explica Carlos Severino Valdés, un doctor en geografía que fue el representante de Vieques ante el gobierno central de Puerto Rico.
La llegada del ejército a Vieques, así como a Culebra, otra isla municipio que fue usada como base militar, fue un suceso “traumático” para los locales, continúa el profesor, quien además fue rector del principal campus de la Universidad de Puerto Rico en San Juan. “El ruido era terrible [el de los bombardeos] a cada momento y obviamente muchas personas sufrían crisis nerviosas, estrés prolongado y otras enfermedades de salud mental”.
Pero, el daño, denunciaron activistas y expertos, también llegó el medio ambiente y a la salud física de los habitantes locales. “El paisaje terrestre y submarino también sufrió por las constantes detonaciones de armamento vivo”, explica el académico.
Además, entre los residentes de la Isla Nena, como se conoce también a Vieques, se registraron altas tasas de cáncer, hipertensión y condiciones respiratorias, en comparación con el resto de Puerto Rico. Un estudio epidemiológico citado por el periódico británico The Guardian señala que los viequenses tienen un 30% de mayor probabilidad de morir de cáncer.
Algunos en vieques alegan que estos registrosse relacionan a la exposición de la población a armamento que presuntamente contenía químicos como napalm, uranio empobrecido y plomo.
No obstante, la Marina de EE.UU. contradijo estos señalamientos durante años. En una declaración escrita, esta rama militar aseguró que un estudio realizado entre 2003 y 2013 por la Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades de EE.UU. no encontró riesgos para la salud pública a consecuencia de los bombardeos.
“Los residentes de Vieques no han estado expuestos a niveles nocivos de sustancias químicas resultantes de las actividades de capacitación de la Marina”, dice el cuerpo militar en un correo enviado a BBC Mundo.
En 2022, el Gobierno de Puerto Rico presentó ante el Congreso de EE.UU. una solicitud para que el Departamento de Defensa realice un nuevo estudio, ante las constantes denuncias de los vieques, porque muchos, por más que pase el tiempo, se reafirman en sus denuncias.
Y, como afirma Judith, aseguran estar marcados también por los abusos de algunos de los miembros de la Marina, que incluyen ataques racistas y violencia sexual.
Una lucha pacífica
Décadas antes de la muerte de David Sanes Rodríguez, afirma Ismael Guadalupe, uno de los activistas más longevos de la lucha por la desmilitarización, los viequenses ya realizaban desobediencia civil y protestas contra el ejército.
A sus 78 años, relata con un tono de orgullo desde su hogar en Vieques que ya no recuerda cuántas veces fue a la cárcel por traspasar los terrenos restringidos de la Marina o por pelearse con soldados durante su juventud.
“Cuando los soldados borrachos llegaban al pueblo e intentaban faltarles el respeto a las mujeres, nos enfrentábamos a pedradas. No teníamos ninguna organización”, cuenta. Pero, el accidente de 1999, dice, “colmó la copa”. “Llegaron periodistas, todo Vieques se llenó. La gente estaba molesta, estábamos hartos de los abusos de la Marina”.
Grupos ciudadanos armaron campamentos en las zonas prohibidas e intentaron interrumpir las maniobras militares. Cabildearon ante el Congreso de Estados Unidos y ante organizaciones como las Naciones Unidas.
A las protestas se unieron sindicalistas, estudiantes, personalidades políticas de todas las ideologías, artistas y activistas reconocidos, como la ganadora del Nobel de la Paz Rigoberta Menchu, el cantante Ricky Martin y el reverendo Al Sharpton.
En febrero de 2000, más de 150.000 personas se congregaron en San Juan para marchar a favor de la salida del ejército de Vieques. Según la prensa local, entre 1999 y 2003, unas 1000 personas fueron encarceladas por actos de desobediencia civil en Vieques.
Ante la presión pública, el 14 de junio de 2001 el presidente de EE.UU., George W. Bush, anunció que las pruebas militares cesarían en dos años, como finalmente ocurrió.
“Los residentes no nos quieren ahí”, dijo en una conferencia de prensa en aquel momento. La noticia se recibió con júbilo, pero también con cautela. Y esa desconfianza, afirma Ismael Guadalupe, estuvo bien fundamentada si se analiza el estado actual de Vieques. “La Marina no se ha ido”, argumentaron en reiteradas ocasiones.
La actualidad
Ismael dice que los reclamos de los locales no se cumplieron del todo. Aunque muchos de los terrenos que estuvieron militarizados pasaron a agencias locales y de EE.UU., algunos continúan contaminados y el trabajo por parte del Gobierno para su limpieza fue lento.
Recientemente el ejército de EE.UU. dijo que el proceso de descontaminación durará al menos hasta el 2033. “Que ellos cesaran esos bombardeos, esas prácticas militares que en términos físicos y emocionales podían causar tanto daño, es muy importante”, comenta, por su parte, Judith.
“Pero, todavía hay bombas por recoger. Las ponen en una montaña, las encienden en una quema abierta y las detonan. Además, sigue aún la presencia de los mismos militares, que no se han ido de Vieques”, añade, en referencia a varios radares de observación ubicados en la isla controlados por la Marina estadounidense.
Sobre el proceso de detonación abierta, la Marina dice que es la forma más segura para eliminar el armamento que todavía queda en los terrenos de Vieques. Afirma, además, que al hacerlo cumplen con los reglamentos de las agencias de protección ambiental estadounidenses.
“La Marina utiliza la detonación abierta en áreas remotas para destruir de manera segura las municiones en Vieques. Durante la detonación abierta, los químicos explosivos se consumen, liberando una poderosa onda de choque, fragmentos de metal y gases no tóxicos que están naturalmente presentes en la atmósfera”, señalan.
De acuerdo con datos provistos por el ejército, en las pasadas dos décadas han retirado unas 129.000 municiones y otros objetos relacionados del suelo viequense.
Tanto Ismael como Judith opinan que hasta que no haya una “desmilitarización completa” sus reclamos contra el ejército estadounidense siguen en pie, aunque reconocen que este es un pedido de carácter político siendo Puerto Rico un territorio cuya defensa recae en EE.UU., como sucede con otros asuntos medulares del gobierno de la isla.
En Vieques, dice el profesor Carlos Severino Valdés, se desvaneció la constante amenaza de las bombas, pero 20 años después de que cesara el ruido y el fuego, otros peligros afloraron.
El último censo de EE.UU. reveló que más del 50% de la población de Vieques vive en la pobreza en relación a los estándares nacionales. Los sucesivos gobiernos no han logrado promover el desarrollo de la isla tras la salida de los militares, que tuvieron un impacto directo en la economía local.
Los viequenses también enfrentan enormes problemas de transporte, ante la fallas constantes de su sistema de barcazas. Y carecen de un hospital desde que la instalación que tenían quedó destruida en 2017 con el paso del huracán María.
Y, recientemente, se registró un aumento en la violencia y el narcotráfico. “El vacío que se creó en todos esos terrenos grandísimos, ha sido llenado por traficantes de drogas que los utilizan como trampolín hacia Puerto Rico, y ha creado una situación de inseguridad en Vieques, que se potencia por su posición geográfica [como entrada al Caribe]”, expone el profesor Severino Valdés.
“Con la salida de la Marina terminó un gran problema, se abrieron las puertas a muchas posibilidades, pero también se abrió la puerta a muchas realidades negativas”, dice.
Judith, quien es parte de la organización sin fines de lucro Alianza de Mujeres por Vieques, nominada en 2005 al premio Nobel de la Paz por su amplio trabajo de educación y activismo, comenta que no se cansará de trabajar para superar todos los desafíos de la municipalidad.
Vieques no es su ciudad natal, pero no puede considerar otro lugar como su hogar. Cuando se hizo consciente del problema de los bombardeos de la Marina lo confirmó: “No me puedo ir de aquí, es una responsabilidad ciudadana”.
*Por Ronald Ávila-Claudio
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