“Veo con terror lo que sucede en Ucrania”, el testimonio de una “Niña de Rusia” evacuada en la Guerra Civil española a la URSS
Unos 37.000 chicos fueron llevados fuera de España en aquel conflicto, 3000 de ellos a la Unión Soviética; una sobreviviente, mira con temor la actual escalada entre Moscú y Occidente
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Es una página casi olvidada de la historia. En España son conocidos como “Los niños de Rusia” o “Los niños de la Guerra”, aquellos miles de chicos que en plena Guerra Civil (1936-1939) fueron evacuados “temporalmente” desde las zonas bajo control de la izquierda republicana hacia la Unión Soviética para evitarles el horror del conflicto.
Pero en la URSS, luego de los primeros años de acogida calurosa, conocieron un espanto mayor: la ocupación alemana de la Segunda Guerra y la hambruna. Así, lo “temporario” duró alrededor de veinte años, y la mayoría de ellos perdió todo contacto con su familia. Cuando regresaron a España, entre 1956 y 1957, en plena dictadura de Francisco Franco, el recibimiento no fue el esperado, y muchos comenzaron a ser discriminados social y políticamente, como potenciales espías soviéticos.
A Trinidad Pérez -que ahora tiene 90 años y vive en la Argentina desde hace 64 años-, en junio de 1941 la “Operación Barbarroja” de los nazis, la sorprendió a sus diez años en un internado de Jarkov, la segunda ciudad de Ucrania. “Los bombardeos fueron tremendos. Para protegernos teníamos que escondernos donde podíamos con las máscaras antigases. Por eso veo con terror lo que está pasando ahora en Ucrania. A mi me importan un pito los intereses políticos. Pero no quiero volver a ver otra guerra en ese país en el que viví”, dijo a LA NACIÓN durante una entrevista por video desde Mendoza, donde está radicada.
Gonzalo Barrena, vicepresidente de la asociación española “Niños de Rusia”, -hijo y nieto de protagonistas de aquel episodio- sostuvo en diálogo con LA NACION desde España, que el mensaje de este evento histórico, mirando también al presente en el conflicto de Ucrania, es “advertir que las guerras siempre se ceban con los niños, y los que más salen perdiendo son siempre los más pequeños”.
La organización calcula que de los 37.000 chicos que fueron evacuados por los republicanos a diferentes países en su operación de salvamento, unos 3000 viajaron a la Unión Soviética. El año pasado se estimaba que aún sobrevivían unos 150 “Niños de Rusia”, entre ellos, Trinidad Pérez.
A sus 90 años Trinidad -viuda, 2 hijos, 4 nietos- que en la Unión Soviética se graduó como técnica en Telefonía y luego como ingeniera en Geodesia, es una fanática de la tecnología y está ilusionada con que pronto adquirirá una computadora más moderna para dedicarse a uno de sus pasatiempos favoritos, bucear en las redes en búsqueda de información e historias.
Recordó con precisión fechas y nombres de cada una de las ciudades en los diferentes internados que vivió en la Unión Soviética. Y sin embargo, conserva un recuerdo borroso del día de su partida en 1937, cuando ella tenía 6 años y su hermano Martín, 8 años. Fueron llevados desde su Gallarta natal, cerca de Bilbao, hacia el puerto y los subieron al barco Havana. “Era muy pequeña”, se excusó para justificar su falta de precisión en los recuerdos. “No tengo idea de cuánto duró el viaje, pero había muchísimos chicos en el barco. Muchos lloraban y pedían por sus padres. Finalmente, también me desencontré a bordo con mi hermano y ya no lo volví a ver por muchos años”.
Lejos de lo que se podía esperar, la experiencia de los “Niños de Rusia”, en los primeros tiempos de estadía, fue en general muy positiva. En los internados les brindaron ropa, comida, atención médica, educación y cuidados de primer nivel, muy superior a lo que podía acceder un niño ruso. Tenían maestros en español y en ruso, con los que establecieron un vínculo afectuoso. El gobierno del dictador Stalin se jugó su prestigio ante los republicanos españoles y su “solidaridad revolucionaria”.
“Yo no recuerdo ninguna clase de adoctrinamiento marxista. Cada maestro solo se concentraba en su materia”, afirmó Trinidad.
Barrena agregó que esa ética de muchos docentes que, aún siendo republicanos, se resistieron a “adoctrinar” a los niños en tiempos del estalinismo, significó para su abuelo, el profesor Nicolás Diez Valbuena, ser puesto prisionero en un gulag, donde finalmente murió. “En tiempos de Stalin y de Franco, en la Unión Soviética los maestros tenían prohibido decir nada positivo de España. Y las enemistades personales se traducían en denuncias políticas, que a mi abuelo le costaron la vida”, recordó Barrena.
El primer destino de Trinidad fue un internado en Leningrado -hoy San Petersburgo-, luego diferentes ciudades de Ucrania y, finalmente, Moscú.
“Los bombardeos de los alemanes nos sorprendieron en junio de 1941 en Jarkov. Recuerdo perfectamente cuando el canciller Viacheslav Molotov anunció por la radio: ‘Estamos en guerra con Alemania’”, señaló.
“Los ataques fueron tremendos. En el internado nos habían entrenado para ponernos las máscaras antigases en tres segundos y refugiarnos donde pudiéramos”. Con la guerra llegó el hambre, el frío, las enfermedades y los permanentes traslados de un internado a otro a medida que los alemanes atacaban diferentes ciudades del frente occidental soviético. Muchos “Niños de Rusia”, recuerdan haber hervido sus cinturones de cuero para sacarles la grasa y tener algo para comer. Trinidad se enfermó gravemente de tuberculosis y, nuevamente, sus recuerdos de aquel tiempo se tornan borrosos.
Cuando terminó la guerra, completó sus estudios secundarios y universitarios en Moscú y consiguió un buen trabajo en una empresa textil.
Solo en 1946, nueve años después de su salida de Bilbao, volvió a encontrarse con su hermano en un internado de Ucrania. Para él, sobrevivir a la guerra había sido mucho más duro, porque tuvo que resistir durante más de dos años el terrible sitio de Leningrado.
La gran desilusión de Trinidad fue el regreso a su ciudad natal, en el País Vasco en 1957. Sus padres ya habían emigrado a la Argentina y se instaló en casa de una tía. Pero eran tiempos de la dictadura, todo aquel que llegaba de la URSS era sospechoso de ser espía y era tratado con reserva. “Desde pequeña, durante años había soñado con la idea de tener una familia. Y de repente la vida en familia era una pesadilla. Como nosotras éramos mujeres profesionales e independientes, en la ciudad éramos ‘las putas rusas’, y entre los vecinos se corría la voz: ‘Con esa no hables que es ‘comunista’. Llegué a agarrarme a golpes de puño con una prima”.
Su emigración a la Argentina en 1958 tampoco fue feliz. “Cuando bajé del barco Urbasa en el puerto de Buenos Aires, finalmente encontré a mis padres después de 21 años, y había tres hermanos menores a los que no conocía. Pero mis padres jamás me expresaron afecto ni me dejaron hablarles nada de lo vivido en la Unión Soviética. Me cortaron en seco todas las veces que quise contarles algo”.
Trinidad ya había comenzado entonces las averiguaciones para regresar a Moscú. Pero en su camino se cruzó el que fue el hombre de su vida, con quien se casó y se radicó en Mendoza. Allí vive actualmente.
La dura experiencia del desarraigo y la guerra, la marcaron para siempre. “Yo me propuse que la heladera siempre esté llena para nuestros hijos, y que ellos nunca pasarían hambre. Y las puertas de mi casa están siempre abiertas para recibirlos y escucharlos”.
“Hay una sola palabra que querría erradicar de mi vida: la palabra ‘guerra’. Pero desgraciadamente los políticos vuelven una y otra vez sobre ella”, concluyó.
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